miércoles, septiembre 13, 2006

Lágrimas de bandera


Una lágrima, una tristeza, y un sueño que se esconde. Los cielos se nublan con la pólvora, los vientos arrastran una bandera en llamas, tirada por los suelos ásperos, decaída, volando por los techos de un palacio, ese que fue violado por la fuerza, ese que brilló con el suicidio, y ese que, hasta nuestros días, reclama justicia.

Por la ventana se ve llorar los jardines, mientras lloran también los caídos. Y por la esquina lloran las rejas, llora mi hogar, llora mi bandera.

El blanco desaparece, el azul toma las riendas y el rojo se destiñe, se oculta, se vuelve clandestino, se exilia, en tanto huye del terror, huye de la desgracia, huye de la brillante bota, huye de la usurpada realidad.

Y el olor a miedo que se siente. Estornudos de tierra destrozada, “ojitos de cristal y papel sellado en la piel”, lluvia de sangre inocente, todo conjugado en una fiel canallada ambiciosa, anhelos de poder que destruyen hogares, alimentan a las fieras capitalistas y consagran el cañón sobre la cabeza.

Tres décadas de búsqueda, 30 años con el perdón en la lengua, intentando el escape del recuerdo. El túnel se hace infinito, el frío carcome las esperanzas de libertad y el negro es color eterno.

El sol no se tapa con un dedo, como tampoco se declara reconciliación con gestos de remordimientos. Las disculpas son lejanas, más si el sobreviviente cuenta su relato de terror.

Y desde la celda un hombre común pide misericordia, desde arriba el de lentes oscuros invita a la muerte, y el pequeño con su madre miran sagradamente la ventanilla esperando su regreso… y su memoria es compañía, el aliento se siente a lo lejos, mientras la mujer le canta a la luna, viendo su desaparecida imagen tras las estrellas.

Años después, sigue con la vista en alto, y el pequeño, ingeniero destacado, intenta el olvido de esos días de ataque, en tanto mantiene su atención si, por cualquier cosa inesperada, el querido viejo aparece por su casa.