martes, enero 29, 2008

A UN DISTINGUIDO TROVADOR CUBANO


Sentado entre tanta noche y con estrellas mirando
como sus dedos mueven las cuerdas,
estrellas con bocas movedizas,
siguiendo el sonido pausado de unas cajas,
que en alguna esquina le cuentan a todos los llantos
que las palabras en cierto acorde flotan eternas,
o que no existe en sus rimas ningún amor con aliento a mercado,
yace con guitarra en mano el trovador caribeño
cubriendo su vientre con esa mujer de madera entre las piernas,
mirando al cielo entre los espejos de sus lentes
que en alguna extraña tonada
dibuja un centenar de ojos con pinceles de poesía.

Todo el mundo lo conoce,
todo el mundo pregunta hasta cuándo crecen sus pentagramas,
que corren desde El Paso y por Juárez
hasta aquel humedal blanco y escondido más abajo de la patagonia,
porque cuando nace la luna en los dos Santiagos
la misma melodía es la que se escucha en las cabezas,
que sentadas sin tiempo ni mentiras
remedan las voces que nacen de la isla.

Y es que este trovador tiene en la guitarra una dosis de canciones
con las que escribe de esas palmeras,
que a un costado ven pasar corazones portando fusiles
para disparar en cualquier selva,
junto a un barbudo de boina con estrella en la frente,
que baja a la tierra por La Higueras de Bolivia
y termina dormido por más de 30 años en Vallegrande,
en medio del polvo donde se fecundan los versos
que hoy caminan entre los ojos que pernoctan el presente
para llorar la bandera ensuciada en Chile,
y alzar entre los billetes el escudo de La Habana
que sigue sonando incluso entre los de cuello y corbata.

Y es que hablo hoy de este trovador dueño del acorde,
también de los soles, las mujeres y de los ángeles,
porque tengo un librito entre mis dedos que entrevista mi cabeza
con metáforas reales de mi vida,
hojas que portan más de tres mil historias
interpretadas por su voz refriadamente pulida,
que suenan cada tarde en mis parlantes comerciales
que llevo ahogado en las sombras de mis bolsillos.

Y no comprometo mi alma
si les digo que en su tumba deberá estar gritando la frustración
aquel boinólogo y poeta parralino,
mirando quizás con envidia desde su fosa
al viejito nacido de los puños guerrilleros del 1 de enero,
por no haber nunca aprendido a tocar la guitarra,
mínimo detalle que hacen ser al poeta un simple ser humano,
y que al gran Silvio lo deja como el completo artista
sentado junto a los dioses,
tomando vino chileno al lado de Miguel,
de Luis Emilio y por qué no el mismo Neruda,
que intenta quien sabe dónde
darle melodía a su finísimo Walking Around,
o alguna mala letra de sus versos tristes.

Será por eso que escucho incansablemente al trovador,
lo escucho aún cuando él piensa que el anciano militar sigue siendo justo,
lo escucho cuando le canta a los dos septiembres
bombardeados por mercenarios terroristas,
lo escucho aún cuando me contaron sus cercanos
que su metáfora ya no existe,
lo escucho porque suena,
suena en casi todos mis versos,
suena en cada paso que regalo
en esta trivial locura de nombre poesía.
Entre tanto, el cubano dejó excitadas las palmas,
pero la noche se acaba y ya es hora de conformar el oído
con alguna sensible fm que decida sobarlo en su repertorio,
pero difícil… es sábado en la noche.

lunes, enero 21, 2008

SENTADO EN EL METRO


Mirad como corren los arbolitos negros,
mirad el aliento que tienen las letras,
mirad mi mundo de sangre oscura,
de paredes sucias con tanto veneno
derretido en cada suspiro que emana
de las anochecidas ventanas,
mirad la inerte razón
de tener este agraciado acento español,
será porque te imagino entre tanta oruga
diciéndome en la cima de un orgasmo
que estación es con zeta,
y que Madrid también tiene mal olientes,
o será porque solo el viento es el que me acomoda
sobre el oído este brusco y desarmado mechón
que tanto odio es que me tiene,
tal como en algún burdo vagón deberá estar
en la vieja Europa repitiendo la escena
ese llorado espíritu de García Lorca,
tapándose el pecho para no tener que botar el vómito
de sus genes en los bullados tiempos
donde este piso en que voy sentado no existía,
mucho menos la voz de la señorita atrapada entre las rendijas
de los parlantes,
contándome que pronto tendré que contener las hojas
para continuar la frescura de recorrer solo por un pitillo
la ciudad entera, y por todo el día,
escribiéndole al olor rubio que se introduce
en alguna entrepierna vista por el velatorio
de un género escaso,
o sobando el vello exiguo de otro muslo sobre mi frente,
o simplemente inventando ritos
para sacarle algún murmullo a mi homóloga con pechos,
sentada con espalda en puerta en la esquina de al frente,
todo para no tener que caminar tantos metros
y volver a pensar en esa otra musa
que me obliga sin saberlo
a tener que botar más letras,
aún cuando la estúpida tarde se haya muerto,
aún cuando ya las ruedas estén dormidas,
aun cuando no haya más que la noche y su capa oscura
cubriendo a mi escondido cuerpo en algún episodio
de esta historia,
que se termina con mi cabeza clandestina
huyendo de la silenciosa linterna que amenaza con encontrarme.


lunes, enero 14, 2008

INTROSPECCIÓN II


Ay de todas las canciones que pasan por mi frente,
ay de la ciega música que marcha entre caudales sucios,
meciendo los sesos de un cuerpo inerte,
que yace con su corvo de tinta bombardeando
los celestes patios,
en los que Dios alargó su siesta para dejarme el tranco libre
de tropezar con la salsa musgosa que vomita la imagen
de dos pezones,
mas una mixtura que ni Bukowsky ni el propio Teillier
bebiéndose una y más cantinas
pueden verbalizar,
porque soy un mortal que tiene grandes musas
que no dudan ni un suspiro en separar sus piernas
para decirme que soy un as de copas,
mientras yo las maldigo y les tapo la boca,
por tener todavía y pegada a mi frente
a un puto altar con otra virgen riendo,
y que de virgen poco es lo que tiene,
pero que cada noche son sagrado los rezos
que profesa en su crudo silencio,
ese que no se oye para no desarticular
el crucigrama que tiene armado ilusamente mi cabeza.


Y será tanto el coraje,
que nada más quiero quebrarle el cuerpo
a este buen amigo de sangre transparente,
que sigue parado en la interminable mesa
mirando como masturbo la tinta por algo más que una burda silueta,
maldita silueta que hoy me tiene como versólogo
jugando al yoyó con algunos años de mi vida,
mientras las otras musas ya comienzan a odiarme jurándole a sus piernas
que nunca más estarán descubiertas si cerca tienen a mis erectos vellos,
cansados en la resonancia lúgubre de mis pasos,
frustrados por tanta inercia presente en el ardor vergonzoso de mis sienes,
que me tienen mirando el piso cada momento en que se escucha su nombre
sentada en alguna solera.


Entonces hago estas letras
para escribir de no sé qué,
o para llorar de no sé qué,
para mofarme de lo discreto
y hacer saber a esos amables cristales
que sigo estancando la vida para robarme sus labios estirados,
así sea que mi cuerpo termine muerto en los burdeles de pequeñas ligas
entremedio de corpulentos vasos,
sumergidos también en esas motivantes piezas
que lleva perdida en la espalda la anatomía femenina,
o termine bebiendo el polvo bajo los blancos cielos que regala el sarcófago,
en medio de huesos ardientes y resecos
de tanto silencio junto a lombrices y demases hombres
sin libros ni ecuaciones.


Por eso, y entre tanta introspección,
es que decido jugar al ludo con mi cabeza,
escribiéndole en el intertanto
a esa otra delgada, alta y hermosa rubia
que solo tres veces y portando el nombre fecundado en los jardines
he visto,
mientras surco la paciencia para sentarme a comer el caramelo
sonante en los parlante que me hacen recordarla,
incluso en los días cuando estoy muerto.



viernes, enero 11, 2008

NO ES ANTONIA, ES CARLA

A C. Valdés

Diré que la conocí como Antonia,
mientras ella hurgaba cementerios en los lluviosos
parajes de su tierra,
la conocí escondiendo sus llantos en las teclas,
y de cuyas lágrimas sacó la belleza de miles versos,
que me desvelaron leyendo vómitos espesos
y hechos sangre más allá de la madrugada,
cuando la luna nos vio mirando pantallas
cercanos hasta el silencio de la noche.



Todo el mundo supo que era Antonia,
la que de sus ojos dibujaba la huida de su sombra
para por fin encontrarse en lo noctámbulo,
escribiendo de sus espejos para que los mestizos españoles
y los chavales mexicanos,
los vagabundos señores con cama de cemento
y los pequeños sin bolsillos,
pudieran leerla en el mismo planeta
y sin limitaciones,
para que navegasen en la mixtura del lenguaje
y en la moribunda letanía, más un frenesí
corriendo por las venas que viven en sus dedos,
y que hoy se escuchan desde los pisos fríos
hasta más allá de donde murió Martí.



Pero me dice que ya no es más Antonia,
porque el nombre de poeta no es más que una sucia máscara
que no le pertenece,
entonces me dice a sus 22 años
que Carla es el nombre que ahora crece,
y que desde ahora el mundo es una letra
multiplicada en varias canciones
listas y dispuestas a ser vividas,
como si sus hojas fueran más que una casa,
fueran felices estaciones de su escritura pulida.



Qué tendrán sus dedos que engendran tanta criatura
mecidas en pequeños versos,
qué tendrán sus ojos que de simbiosis y psicosis
poco es lo que saben,
si en sus muslos reposan 500 páginas de algún trago
empinado por Pizarnik, Burdelaire o el mismo Rojas,
porque son las hojas editadas sus reales amoríos,
con los que conversa de algún sangriento demonio de la cuarta,
o de un pequeño e infante poeta de la séptima
bajo algún paragua en San Pablo o en alguna solera de Huechuraba.



Ay de esa Antonia que ya no existe,
ay de esa Carla que ahora nace,
y que sin muchas vistas en lo real
hemos consumidos metamorfosis
de esa manoseada palabra que cuenta de buenos amigos
y mejores personas,
ausentes en la necesidad de los tactos y lo concreto,
ay de esa poeta que me enseña a ser poeta,
ay de esa muchacha que nunca supo
que mientras parlaba sin cansancio
estas letras se fecundaban,
ay de esa Carla que ahora es grande,
y a quien le digo en estos versos que no calle nunca sus sienes,
porque yo y un millón más,
seguimos atentos a que no muera ni en la fantasía
los colosales poemas que escribe en cualquier día,
de seguro y sin mas reparos,
cargados de alevosía.



No se confunda, no le diga más Antonia, que ahora es Carla.

jueves, enero 03, 2008

SOBRE EL 1-2


Juro ver tu nombre a diario
fornicando los jardines que te soportan la gracia
de llamarte como te llamas,
nombre tan cursi como decir
que tus labios saben a restos de lunas,
nombre tan bello como el sabor del lamido
que mi rostro a cualquier hora le dio sin descaro
a tus ojos,
mientras tú me cantabas la indiferencia rebotada en la ventana
del bus que nos vio besarnos en el saludo,
beso esfumado en el ardor de 6 ruedas corriendo desesperadas,
tal cual como mis manos huían del espacio
para no declamar el sismo al saber
que en mi mejilla posaron las más bellas margaritas
que aquellos verdes cristales portaron esa tarde,
cristales sin marco que hurgaron el desliz de la sombra
que tu cuello le diseñaba al reflejo,
bajo la perdida luz del día que comenzaba a relajarse.


Y disculpa a mi género por ser como la bestia
depravada que devora pezones levantados
ante cualquier ausencia de primates con frente de diablos,
pero no puedo si no contar que masturbé las pupilas
con el sonido de tus pechos,
que observé una y mil veces la imagen desnuda
de tu sombra semi muerta mirando alguna almohada,
mientras a dos segundos de nuestros sudores
se veía un espejo mostrando mis piernas frunciendo el ceño,
por saber que no hay más que un rudo inconciente
que dibuja esta y mil pinturas más,
en medio de los soles que hacen de cómplices
por dejar que te vea perversamente la piel,
la que hasta estos días siguen frotando mis sienes.


Y tendrá que venir esa otra mujer de la que nada sabes,
para que mate de una vez este metal que me tiene
como inerte botando salivas
cuando te recuerdo mirando mi pecho,
cuando aun gritan mis zapatos con la resonancia
de los gemidos que tu frente me protestó
en el vuelco de mi vista hacia la tierra de colores suaves,
finos como los aromas derramados en la humedad todavía presente
en el vacío asiento que hace minutos yace muerto
tras el asedio de tu bolso en algún punto de esta bulliciosa carretera.


Pero diré aquí
que juro buscar tu apellido hasta que no queden manos vivas,
juro que callaré mis tragedias para no mirar más la sangre burda
que mece la sorpresa de tener los ojos dominados
con el aliento desconocido de tu fachada recién vista,
juro que no haré más versos negros ni destierros magros,
que no seré más un terco ensuciado con malas mujeres
que cerca de mis venas muchas veces me tuvieron,
porque hoy sólo crearé a un ángel cantando alaridos
de silenciosas visiones,
con tintas bosquejando esa imagen de tu rostro riéndose
incesante del desamparado Jesucristo,
por saber que no hay solo un ser humano perfecto
del que todo el mundo habla;
así que no me digas ahora que no existes,
no me digas que mis sienes burlaron mis ojos
mofándose de mi ignorancia,
porque entonces no habrá más poeta en mi vientre
que reclame siquiera una letra
que abona tu nombre,
clandestino nombre partidario de lo cursi y lo romántico,
y que usan para decir te quiero escondiendo los anillos
en el asiento de oficina,
como yo cubro el aliento de tus vellos
para no quedar desnudo en algún centro de tortura,
porque nadie sabe quién eres,
porque todos creen lo que creen,
y nadie pregunta lo que no saben,
entonces por un tiempo será mejor que calle,
y así dejar la licencia de normal buitre
para no deformar tu rostro,
ese que paseaste en lo concreto como guardaespaldas del sediento chofer,
ese mismo rostro que en la pedante paradoja carga pétalos
en el frío plástico que te identifica,
aunque yo no necesito plástico ni una cinta muerta,
para saber que entre más te escribo,
no paro de esperar que algún día veas la noche parada de mi puerta.




martes, enero 01, 2008

PASÓ EN CHILE I


Dicen que por las noches canta una sirena
con luces en la frente,
parada donde antiguos brazos levantaron decibeles
en la puerta de la escuela,
mientras a unos metros caminaban erguidos y vehementes,
jugando como los fieles,
a derribar costas sin importar las secuelas,
que teñidas de rojo quedaron vagando por las pieles
en medio del caos bajo todas la suelas,
muertas en la tarde,
atacadas incesantes por una lluvia de mieles
con formas de raras muelas.


Cuentan que unas fichas ya eran la vergüenza del salitre,
y que las manos al fuego le temían en las oscuridades,
en esos pozos horizontados donde no cantaba ni un buitre,
menos las voces de carne humana hurgando amistades,
con los de pelo gringo quienes profesan la idea
de que nadie grite.


Esto pasa en el norte por el novecientos y algo,
con nubes rotas llorando en las fábricas
y con canciones retratando la historia
en este tiempo que corre como galgo,
de la misma forma como se arma este cancionero,
cuando en las tierras de bellos muros,
unos nazis vieron el piso en el Seguro Obrero.


Ay de las muertes de los cien mil ojos
que vieron caer la noche en polvosos brillos,
todos reunidos en un mismo rastrojo
bajo el silbato de tres caudillos.


Y porque lo dueños celosos de sus sillones
nunca vieron el mimbre de las posas,
porque sólo le cantan a sus millones,
como yo le canto esta noche a las rosas,
que hoy cubren los cuerpo dormidos
en los mil y tanto vagones.


Pero no se olviden ustedes de los olores de Malleco,
que por estos días siguen en la tumba comiendo el silencio
de los sordos,
porque nadie sabe que en los cercados hubo un hueco
por donde acudieron los viejos gordos,
repartiendo indiscrimados los misiles que golpearon los ecos
de los ponchos provenientes de Ránquil y Lonquimay,
y que en el cuarenta y dos vieron las mismas balas
entrando en las cabezas del fundo Llay Llay,
sólo por tener entre sus sesos algo más que un par de palas,
por tener unas palabras de defensa,
esas mismas que ya no hay.


Y un poco más allá se ven detenidos en la ruta,
a un centenar de overoles con restos sudados de madera,
gritando que en Arauco también hay una disputa,
mientras se ve a Cisternas vomitando rabia en la carretera,
al momento en que de la cordillera nace una batuta
de verdes cascos adoctrinados,
listos para hacerlo caer, si es necesario,
inerte en la solera.


Qué tiene Chile en sus actuares,
que no deja libre a los pechos hambrientos,
si estos retratos son más que simples juglares,
son la bruma hostil de los patrones mugrientos.
No le griten más, ni menos con pólvora,
que con todo esto es el país el que llora,
porque historias de estas deben haber miles,
aunque aquí solo escribo lo que yo sé,
esto que miro y pasa en Chile.