domingo, abril 28, 2013

MI NOMBRE ES TED



Hace frío en el infierno, sabes,
el fuego me aprieta las manos
con un metal que guarda en sus bisagras
la rabia de un Estado
que nunca entendió mi tierna poesía.

Tierna porque al final
hice el amor más de 30 veces,
sin importar si estaban vivas o muertas,
amor que me llevó a caminar solo y triste
por estos pasillos grises, lúgubres,
con prohibición de entrada al sol
y a la luna,
solo a veces viene alguna,
con la entrepierna generosa
a vaciar mis versos escondidos
en el cierre del pantalón.

Los hombres de azul a veces me dan de comer,
a veces me quieren joder,
a veces me quieren socorrer,
dependiendo del fajo que salga del bolsillo,
mas sé que soy famoso en el pabellón
donde los latidos se pierden entre las campanas
de las seis de la tarde,
las mismas que años atrás,
me llevaron por algún parque
buscando faldas vírgenes y no tan vírgenes,
que quisieran escapar de mí,
y las amé, en trance y descontrol
a las que escaparon,
y a las que nunca llegaron.

Hace frío en el inferno, sabes,
por las mañanas me hago compañías con los espejos,
viendo pasar a mi madre,
que fue mi hermana,
pero que en el fondo era mi madre,
viendo pasar también
las ciento y tantas salivas
que se resecaron en los bosques,
cuantiosos senos esperando el censo,
que nunca nadie los encontró.

Veo pasar también las cartas
que a esta pieza de puertas transparentes,
me siguen llegando,
y sonrío,
porque cuando termine el viaje,
mis ronquidos con gusanos
no solo quedarán bajo esa tapa de mármol,
sino también en los libros.

Aun me quedan unos días,
y nunca quise este infierno, sabes,
siempre me gustaron las bibliotecas
y no necesariamente para leer,
recuerdo el cáncer bajo la gorra del policía
a quien le escribí una bofetada en su libreta de notas,
nunca dejes de mirar el techo,
que es por donde siempre tiendo a entrar,
y también a salir.

Ustedes saben muy bien quién soy,
en el fondo, debajo de esas corbatas, de esas bufandas,
de sus faldas, de sus armaduras,
debajo de sus uniformes y de sus túnicas,
guardan el deseo de amar como yo lo hice,
estén ellas vivas, estén ellas muertas.

Pero sigo aquí, sentando en este infierno,
frío y lúgubre,
como el vapor saliendo de la cocina
donde aquel príncipe azul,
se follaba a mi madre,
extraño el paraíso con forma de huevo y color crema
con olor a confidente,
soy un hijo biológico de la psiquiatría,
que nunca me reconoció,
a los 27 años escribí mi primer verso
en una pieza universitaria,
nunca nadie entendió porque nunca fue poeta,
tal vez maldito, tal vez erudito,
hubiera sido un buen hermano
recogiendo cuerpos en la noche,
sin tener que mendigar sangre en mi cara
solo para complacerme.

El estado y mi familia,
me echa la culpa de sus fracasos,
mas quisiera tomar sus brazos
y llevármelos conmigo
al lugar donde termina mi historia,
y comienza la leyenda.

El oficial me mira intrigado,
es el día 24, todo pasa en un día 24,
el nacimiento de la muerte
los separan solo dos meses,
y pienso como hubiera sido el mundo sin Theodoro,
me acomodo en lo que queda de calor
y ofrezco abrir la boca
con tal de evitar sentarme ante un público
que me quiere ver dormir,
pero lo secretos se hicieron
para que Dios viviera sin reclamos,
yo no le reclamo,
solo quiero seguir viviendo,
como esclavo o clandestino.

Termina el día en este infierno, sabes,
es hora de caminar por el pabellón,
sintiendo, por primera vez, que nace el sol
mientras yo,
hago todo lo contrario,
mi madre ha sabido de mi última estrofa,
en la penúltima carta que escribí
‘¿Que es uno menos?
¿Qué significa una persona menos en la faz del planeta?’
mi confesión es vuestra mejor canción,
pero ya es hora de tapar mis ojos,
ante Dios y ante mí,
quiero pedir que la luz no se apague,
sin antes decirles,
que ‘soy el hijo de puta más grande
que han conocido’.