miércoles, octubre 31, 2007

YO LEÍ EL CIUDADANO


Entre los musgos y las babas
de papeles coloridos y alargados,
entre gusanos de exquisitos nombres,
pulcros e importantes,
entre parlantes manchados de vinos cuicos,
congrios a la mesa escritos de finos protocolos,
o de buena clase como llaman los tiranos,
entre sucias pantallas infectadas de cruces
con aliento a vaticano,
yo leía el papel de los mapuches,
los reclamos de la tierra siendo toqueteada
por dientudos de sangre incolora,
leía de una brutal violación al mimado humedal del sur de Chile,
leía al charango escribiendo denuncias ciudadanas,
leía mis ansias de pobre periodista
mirando el fardo a fin de mes,
sin siquiera sobornarle a mi cabeza
un minuto de conciencia.


Y mientras Chile es un diálogo de los Edwards,
de un señor Claro, o del sir político canoso
con pinta de galán adinerado,
la señora de poncho que cuelga el crío
con cara de hambre,
opina sus poemas de espátulas y cascos mineros,
opina por medio de los chascones resentidos,
como dirían los de Las Condes,
o la Dehesa,
opina uniendo palabras,
como lo hago yo fuera de mi casa,
que desde hace un rato y no en vano,
mantengo firme mi vista
leyendo El Ciudadano


lunes, octubre 29, 2007

INTROSPECCIÓN I



¿En qué punto de mis años,
dormirá congelada la espuma
de lo absurdo y la miel de la vergüenza?
¿Tendré marchito el cuerpo?,
¿o será mi sencilla esperma
la que enhebra la humillación de mi rostro ante estas musas?


Es el tiempo, más el tétrico avance de mis sienes,
las que provocan el día de la muerte.


¿Existirá el instante en que las risas zanjen el ataúd de mis pasiones?


Tropiezo en el asco de mi rostro,
mientras veo burlas caminado
frente al espejo de mis actos,
al instante en que huyen en silencio
esas burbujas de amores degradados
por las fallas de mi cuerpo,
y la vaga y estúpida monotonía de mi voz.


Mis ojos tienen sabor a sangre,
mis manos cuelgan inertes de mi cabeza
infectada,
y me deshago entre poemas
y canciones que alimentan la ira
de los reptiles ocultos en el cerebro.


Mi cabeza es un alga desnuda sobre la tierra.


jueves, octubre 18, 2007

VÍCTOR JARA II

Poema


Víctor duerme con las letras
derramadas en su sangre.
Víctor hunde su mano en los azotes,
y los sentidos le muerden el cuerpo,
sentidos asustados y adoloridos,
sentidos misteriosos que entonaban su apaleado manifiesto,
sentidos fatigados junto a una bota que acariciaba su cabeza,
sentidos que recuerdan a su paloma,
sentidos que cantan en sus sienes
el arado y el cigarrito,
o algún recuerdo de Camilo Torres,
Ernesto Guevara, o el Río Mapocho,
sentidos que lo hicieron caer a su estadio de muerte,
el que hoy descansa su nombre
posando letras teñidas de patria y valentía.


Víctor besaba el cemento,
lamía obligado el sabor de sus desaguadas rodillas
botando musgos de dolor en los gritos de sus ojos.
Víctor advertía de soplones,
aún con el cáncer vestido de uniforme
mirando a unos metros,
y con la bomba en su pupila a punto del estallo.
Víctor tiene lápiz y una hoja,
y le escribe versos a su gente,
gente crucificada por cristianos ignorantes,
ortodoxos vestidos de guerra ante un inventado enemigo.


Así convive Víctor, entre la muchedumbre extorsionada
y los finales versos de su extendido canto,
el que extendió de aquí hasta Vietnam,
y donde quizá lo lee y escucha
desde alguna discursiva trinchera
la humanidad obrera.


domingo, octubre 14, 2007

LA AMILOLA

Poema


La amilola es un poema,
poema con forma de muslos, de senos, de vientre,
que forman los versos que abrigan mis versos,
los que duermen mi cuerpo
apuñalado con las ganas
de tenerla entre mis manos
recitándole estas letras.


La amilola fue mi novia,
me conoció sin barba jugando a ser joven,
cuando recién era niño entre los pastos
de la neurosis, psicosis,
simbiosis y todas la osis que tengan entre sus dedos
el perfume de la conjugación matemática
entre los AMIgos y los poLOLOS.


La amilola en su boca tenía un lápiz,
cuya tinta emanaba de sus labios con forma de saliva,
con el que firmó junto a mis sienes el pacto de amilolos,
y donde fuimos criaturas inocentes, jóvenes pubertianos
durmiendo en la laguna de plumas de apenas una plaza,
con marco de fierro tipo camarote de internado de niñas
a punto del derrumbe.


Cuando conocí a la amilola, tenía heridos sus pechos,
pero me gustaban sus pechos,
porque me recordaban al yo escolar artista
que alguna vez fui
haciendo figuras de greda en un colegio de sexo prohibido.


La amilola tenía lentes, me sonreía,
caminaba exagerando sus tiernas caderas
que posaba en mis manos cuando abrazados
y elegantes,
comíamos completos en el mercado.
Esa vez, cómo olvidar mi rostro masturbado
en algún espejo de aquel lugar,
cuando como niño lloraba por creerme enamorado
a la vista de los feriantes rascándose la nuca ante mis ojos.
La amilola, pues, me tenía enamorado,
la amilola, pues, me tiene enamorado,
la amilola, pues, me tendrá enamorado,
quizás de ella, o quizá no,
quizás de su siniestra pasión por la muerte,
quizás de sus anticonceptivos,
quizás de sus antidepresivos,
o de la sola razón de saber que me cortó el teléfono
cuando le decía que la amaba.


¿Qué tendrás, mi amilola, que aun ante la displicencia,
me tienes cazando víboras libres y penetrables, para
olvidar el día en que cerraste tus piernas
y me dejaste vomitando el deseo de hablarte
hasta el cansancio de los días que no cesan su avance?


La amilola no sabe que le escribo,
quizá interpreta,
pero no sabe que le escribo.


La amilola piensa que la olvidé,
y quizá la olvidé,
quizá su embase ya no me es reconocible,
quizás su rostro hoy está retocado
buscando su nueva casa,
porque la amilola tiene nueva casa,
y porque ella sí me olvidó,
porque ya no me lee,
porque hoy me subestima,
porque sabe de mi sonrojo
y del terremoto de mi cuerpo
cuando la tengo cerca,
porque la amilola tiembla el sonido de mi boca,
porque la amilola me transforma en estatua sedada
y me hace ignorante, me quiebra el discurso
contagiándome un parkinson con sus ojos.


La amilola lleva una máscara,
y yo no quiero esa máscara,
ni su cuerpo,
yo sólo quiero un segundo
para esbozarle en su rostro
el secreto de mi mente,
y aunque ella no quiera,
sabrá que aún ante la idea de verla
caminando de la mano ante su nuevo muso,
y de verme a mí besando alguna honrada
y falseada buena hembra,
seremos y para siempre
los únicos amilolos del mundo.


(Febrero, 2007)


lunes, octubre 08, 2007

LA CONOCÍ EN AÑO NUEVO

Poema


A medianoche,
cuando llegan mis heridas al distrito de las copas
ensalzadas con brindis de ebrios y cristianos;
a medianoche,
cuando duerme el catre del pasado,
[ese escupido en el acoso enardecido
de un solitario minutero],
apareces colgada de mi muerte,
con tu vientre movedizo en las tonadas
de mis ojos,
bailando abrazos de nueva vida,
bajo la cancioncita cursi del honor y la patria,


Era el año que estaba de cumpleaños.


A medianoche,
naciste cómplice de mi voyeurismo,
cuando colgada de tu falda
contemplabas coqueta la huida
escalabroza del tiempo.


¿Qué le dio a la vida, qué le dio a ese año
para hacerme caer en tus pasillos?


Te buscan las cabezas embriagadas
para azotar tus piernas en la pista,
mientras soy desconocido en esta selva
de extraños animales,
quienes me asedian,
me buscan, para no sentirme ajeno
inyectándome dosis de confianza
encubierta bajo las tasas
atestadas de licores mal amigos del recuerdo,
el mismo disipado en tu silueta
acalorada en los agites de la festiva orquesta
de año nuevo.


Uno, dos, tres, cuatro,
cuántos versos en mi mente caminaron esa noche,
cuántos versos me abaten estos días,
versos esparcidos en los eternos pasos que distancian nuestras cuerpos,
versos que vagabundean por tus letras que me hablan de recuerdo,
y versos desvalidos sobre la tumba de la boda,
aquella muerta el día de tus dedos
tecleando el candado de esta historia,
justo en medianoche,
cuando se cumplía un año del cumpleaños de este año.


martes, octubre 02, 2007

CARTA II

Poema


Confieso que discuto con los días,
confieso discuto con el lápiz que danza líneas de tu nombre desde el alba,
discuto con mi carne tatuada de versos congénitos a tu sombra,
discuto con la muerte por haberte seducido, con la vida por su descuido,
discuto con el retorno de tu espinoso cuerpo,
discuto con el torpe avance de los meses que me dejan trabado
a media escala de la cima
donde esperan tus palabras.


¿En qué estará, mi amada actriz, el laberinto de nuestras vidas?


Soy yo quien fecundo letras,
quien engendra esta infamia de sangre incolora
sobre mi rostro,
que a diario le miente, con brutales rimas y baladas,
a esa ingenua y virgen hembra
que nada sabe de mi mente.


Observa, querida, el espejo de mis cuerpos,
y adopta la brisa descarada de mis actos,
que habrá pronto un desnudo sitio
que enhebre nuestras sonrientes y agitadas siluetas.


Y si occidente de asco nos insulta,
nos quitaremos los perfumes,
y putrefactos nos marcharemos
donde nos apunte la muerte.


Por el momento,
mas sigo viviendo en las estrofas, en la poesía,
pues es nuestra cama en la distancia,
donde gozamos el sexo cuando duermen nuestros ojos
y se despierta el inconciente.