lunes, mayo 20, 2013

BANDEJÓN CENTRAL



Sobre la explanada sur corrí como si el mundo se fuera a terminar,
corrí tan fuerte que me perdí entre semáforos y gente ardiente
entrando a las tiendas,
mirándome con cara de espantados
ante la desgracia de mi uniforme
que a la fuerza, los hombres en fila lo tiñeron de pintura,
de amargura,
lejos del arte sencillo que entrega la ternura
coloreada en mi bandera que tuve que abandonar
por el bien de mi libertad;

sobre la explanada sur me vi con el corazón a punto de explotar,
mis zapatos destrozados no cedieron lo suficiente
para lograr escapar del asedio de aquel amigo inseguro,
de casco grande,
que me encontró escondido en la lluvia de besos rotos del cabaret,
donde mis amantes semidesnudas,
me dieron vuelta la espalda,
y no precisamente para pasarla bien.

Sobre la explanada sur quise volver a correr,
pero un Jesucristo casual con la biblia colgando de su pene
me detuvo de una zancadilla
haciéndome dejar un recuerdo dental
sentado en los adoquines,
bebí el veneno de la tierra y de sus plegarias
mientras mi carcelero le entregó a mis bolsillos
pequeñas dosis de amor
expulsadas de sus botas.

Grité ante el desconcierto de los obreros de cascos azules,
que preguntaban mi nombre,
hice concierto de mis plegarias hasta que caí sobre el pasillo del microbús enrejado,
donde me sobé las caderas,
esperando que en cualquier momento
el funeral de mis ideas me permitieran la fianza,
que nunca llegó.

No creo en el amor ni en la revolución,
en el amor porque nadie ama al luchador hasta que muere,
y en la revolución porque los que luchan, nunca viven
para disfrutar de los resultados.

Y sin embargo,
estoy mirando a una hermosa oficial ajustando su blusa,
acomodando en el límite de lo legal sus redondas y perfectas tetas
con vista al frente,
ahora soy yo quien los asedia con ternura,
asedio su entrepierna veinteañera dibujada en la talla menos del pantalón,
allí la veo como viejo enamorado pagando mis culpas,
escribiendo sobre la toalla higiénica que robé de su cartera
toda esta fría pero dulce primavera
de hombres tristes,
apoyando sobre un cajón húmedo mi trasero golpeado,
por decir lo que pienso.

La miseria del hombre se mide en lo que hace,
más que en lo que dice,
los rostros gemenianos al final del día
siguen trabajando,
esperando que aparezcan nuevos mártires
en algún bandejón central,
peleando por lo que ellos no se atreven a pelear.

Yo sigo en esta celda,
ya sin uniforme, con la mente inconforme
esperando el día del juicio final,
que me encontrará con los papeles sucios, inmolados,
sin dinero en la soledad de un recuerdo que será lindo para la historia,
para los pocos que tienen memoria,
para los artistas de izquierda casual
que venderán en sus discos y monólogos
la protesta social de la que jamás han participado,
valgan las parcelas que tienen,
con el dinero de los obreros y estudiantes
que se queman en la calle
recibiendo lumazos de la libertad;

Despierten a Dios
cuando los cristos encapuchados salgan a marchar,
yo no me quiero volver a manchar
sangrando rabia y soledad
que siempre llega al final del día;
las voces las tienen los pecadores inocentes
en busca de igualdad,
yo renuncio a la potestad de mi libertad,
me quedo vestido de artista pop
pegado en los semáforos, viendo pasar a la multitud,
valiente,
que vuelve a ocupar la explanada sur, listos para huir o para resistir,
mientras yo lucro con la verdad de ellos,
con la verdad de un grupo de servidores que mueren al servicio de aquellos sinvergüenzas
como yo,
que desde el bandejón central  y con aire acondicionado
hacen fama ante los lentes, de una poesía que nunca escribieron.

lunes, mayo 13, 2013

LA NEGRA



La Negra tiene la nariz grande,
grande los pechos y el culo,
grande sus pensamientos
revolcados en el polvo blanco y ardiente,
grande sus ideas
que ríen y lloran
sobre la paciencia de un pavimento
que nunca cierra sus brazos,
ni siquiera con rejas papales.

La Negra tiene un cancionero rojo
sonando en el corazón,
una guitarra quemando silencio,
yo sentencio:
sus piernas desnudas
componen la canción
que ya no puedo olvidar.

La Negra tiene en sus labios
una carta de amor,
que aun no escribe,

yo tengo en mis manos
el manifiesto de la noche anterior
escrito con sudor sobre costillas
y velas agonizantes
que llegando al alba
no pudieron sobrevivir.

Yo no me explico cómo estoy vivo,
si tras cada verso que escribo,
o termino depresivo,
o termino subversivo.

La Negra tiene toda esa literatura rusa en el vientre,
y en la entrepierna unos poemas malditos
escritos con sal, más una revolución veinteañera,
gloriosa y esperanzadora revolución veinteañera,
de la que ruego no sea una cuenta corriente
la que se la termine.

Ruego también que su mini falda
no se caiga fuera de mi cama,
tampoco sus dedos rozando mi espalda
los miércoles por la mañana,
ruego se patenten a mi nombre
su cuerpo y su alma,
gusto recibir aunque sea cada veinte días,
una Paloma posarse sobre mi palma,
esa que vuela,
esa que libera,
esa que abraza.

Escribo, luego pienso;
la veo dormir sobre mi ataúd,
embellece la muerte y reconforta la vida,
la Negra es la versión moderna
de la poesía,
mía y la del pelucón talentoso
adicto a las libélulas,
ella es una libélula volando contra la corriente,
a veces presente, a veces ausente,
a veces consciente de mis credos
pidiendo auxilio,
de las manos en el cielo
rescatando consignas que al final del día,
vuelven a naufragar
en la mente de los que nos obligan
a estar de rodillas,
hemos ofrecido tantas mejillas
en vano,
será más tarde que temprano,
que dejemos de ser gitanos
antes que parroquianos.

Hay una paloma volando sobre mi cabeza,
yo me quito la vida
sobre su fotografía,
mientras me tomo otra cerveza,
pensando en nuestra guerrilla de tiernos fantasmas,
que quieren volver a vivir,
con ella,
gritando nuestra primera y última canción
que de habla de amor,
y de revolución.