sábado, septiembre 22, 2007

VÍCTOR JARA I

Poema


Qué lecho más triste, qué sangre más cruda es la que corre
en la muralla de tu muerte.
Las cuerdas lograron ocultarse,
y miran desde el aula a tu espantado pecho,
ese que camina entre las yemas de las armas,
afirmando la nuca en el obligado vuelo de tus manos,
cansadas,
tiradas en el pánico fecundado por tus cantos,
esos cantos de vida, esos cantos de hombres
enamorados y esforzados,
los cantos del pueblo, tú pueblo
ultimado en la discordia de la fuerza
y la razón,
la misma pisoteada el día en que callaron
las armas discursivas,
y se levantó victorioso el invierno
de pólvora en las cabezas.


¿Qué tienen tus huesos, Víctor?
¿Qué tienen tus huesos que no lloras la vida?
¿Será una indolora estatua la que porta tus maltrechos ojos?


Aún ante la muerte,
emigra de tu rostro la última clase
del canto universal,
tragándote incluso las botas escupidas
del Príncipe,
en el instante mismo en que sonaron tus cuerdas
perdidas allá entre las esplendorosas nubes.


sábado, septiembre 15, 2007

MI POEMA

Poema


¿Qué sabe un lápiz de la muerte?


Sonroja su tinta eyaculada,
tiembla,
y enamorado es prócer
en la fianza especulada de mis dedos,
a veces congelados, a veces histéricos
por la masacre de mis llantos,
perdido en la simbiosis
de este karma
derramado en los epitafios
de mis días.


Pero es ahí donde crece,
el lápiz,
convencido a su confesión,
declamando amor
entre su casco y mi penas,
buscando el papel para juntos
disiparse en la líbido,
y fecundar entre la niebla de mis ojos
ese crío de nombre poema,
mi poema.


¿Qué sabe un lápiz de MI muerte?


miércoles, septiembre 05, 2007

MUERTE A LA MUERTE

Poema


Acoplados a las luces,
camina el escarmiento
por la juerga de la angustia,
con carne derramada en la zozobra
de ingratas píldoras,
desmayadas y tragadas,
por el aliento de muerte en los vacíos frascos
abandonados a la hora del silencio.


En tanto, en la alfombra,
clama la afonía
de sus ahogados pechos,
de momento escondidos bajo tenidas frustradas,
dormidos en el ayer
por la embriaguez de la dosis,
y hoy atentos
en el festival de blancos delantales
que se entrecruzan a diario
en el rescate apresurado de sus sienes.


La pared, rasguñada por los lentes espías,
le preguntan el momento de su muerte,
pero los ataúdes no saludan,
porque la muerte se quemó a sí misma,
en el momento en que ella,
cuando tiemblan los minutos,
sigue balbuceando esperanzas sobre su camilla.