domingo, abril 11, 2010

CLANDESTINO



Allí me quedé para deshacerme del cómo,
del por qué y del cuando,
allí me quedé mirando el cuadro de Guayasamín
mientras la fila para el alcohol
me invitó a saludar a esos desconocidos colegas de farra
que buscaron encender la cabeza
para eternizar esa noche
entre sus manos.


Allí me quedé esperando la tuición del vaso

quizás para embriagarme,
quizás para enamorarme,
pero allí me quedé,
por la gracia y deseo de los dioses,
dioses que aun nadie me ha presentado,


allí me quedé a cantar una canción,

usando a la barra de piano
y a los ebrios de músicos
para venerar la entrada de la luna,
luna vestida de una mujer risueña
que por esa puerta
nunca pensé encontrármela.


Allí me quedé incrédulo

esperando no ser víctima de los ronquidos
ni de alguna pastilla escondida
entre mi locura y mis canciones,
que pecó de melodía excitada
en las entradas de mis sienes.


La vi tan hermosa,

que hasta la palabra hermosa me pareció básica,


la vi tan sencilla,

que hasta la sencillez desató en llantos,


y la noche no hizo más que comenzar a caminar

fumando la Vitamina de un viernes por la noche
que nos vio sumergidos entre el pueblo y el sonido,
haciendo poemas en medio de la pista.


Por eso juro que hoy tengo más letras en mi escritorio,

juro que hoy más que nunca,
abusaré y secaré la tinta
hasta que no quede espacio alguno
en ninguno de mis anotadores,
porque he vuelto a nacer
con otra historia que se construye,
en el sur del mundo,
a punta de versos y prosas,
para una mujer que no sabe que le escribo.