sábado, febrero 14, 2009

EL DESFILE



Sucede que mi cama es un desfile de putas,
amargas y de grandes senos,
algunas corrientes y sagaces, ágiles en la dominación del sexo
pero brutas cuando quieren sobrepasar su cerebro
para entregar una ternura que las hace torpes,
ingenuas de mis principios como hombre soltero
pero enamorado,


en las mañanas me río en sus propios rostros,
les escupo toda mi pesadez
para que monten sus interiores,
tomen sus carteras de llantos y se larguen
al lugar que pertenecen,
lejos de donde mi amor por la Masiel late con urgencia,
mientras que el sol sigue pegando en el sueño
que hace menos pesada la soledad.


Y si las putas existen,
es porque mi mujer que no es mi mujer
me lo recuerda cada mañana en que me regala
toda su mala crianza
vomitada en la indiferencia que a diario me brinda
la voluntad que la hace ser persona.


Pero aquí estoy escribiendo,
minutos después de despachar con urgencia
a una de estas necias
que ni siquiera supo establecer el clímax de la lujuria
haciendo más densa la noche
sobre la misma almohada.


Ellas no saben que la pasión termina con el sol
que bien temprano comienza a bailar dentro de mi pieza,
no saben que mis poemas ya tienen nombre
muy lejos de mis sábanas,
por eso es que odio la ternura de estas gaznápiras
que no satisfechas de seducir mi pelvis
buscan también besar mis sienes,


por eso las odio al día siguiente,
por eso reclamo ante mi propia estupidez
la razón que me sigue manteniendo unidas antes estas putas,
que no es más que la razón
que me invita a escribir este poema.


martes, febrero 03, 2009

DESDE EL PISO 11





La noche se ve sobre la frente
y bajo el mentón,
se aprecian las mismas estrellas
cada cual con su vida,
algunas afirmadas de un poste,
otras moviendo las ruedas
llegando al final de la calle,
lugar donde comienza a volar por el viento
la melodía de un trovador cubano
y que llega hasta la más escuálida altura
desde donde baila mi lápiz
sobre el techo de la gran ciudad.



Allá arriba yace mi boca,
gritando en silencio,
mientras la noche se arregla su escote,
para salir a besar las caderas de los bohemios,



y un cantor que buscaba mi conversa
me invitaba a sostener un vaso,
que callaba cada vez que entre mi pluma y el papel
se producía la escena de lujuria incontrolable,
desde donde recordaba a mi Masiel
que muy lejos de mi
alojaba junto a mi cuerpo
y mis letras,
atados en medio de todas las estrellas
de esta burda capital.



La noche ya muere sobre la frentey bajo el mentón,
al igual que la esperanza de mis brazos,
que en el último parpadeo de esta ciudad
comienzan a inclinarse ante la viveza de la muerte.



La brutalidad es de los dioses,
el recuerdo es de los hombres.