lunes, febrero 26, 2007

El ENCUENTRO

Poema

Tú, rostro de atardecer,
como el ambiente que nos juntó,
te paseaste en mi apatía,
jugaste con el sabor de mi habla,
mientras juntabas risas en los pastos,
guardándolas en un sorbo de tus claros ojos.


Llegaste a preguntar por mi esencia,
eternas charlas de sociedad,
sutiles descargos de nuestras vidas,
en un sol raptado por estrellas,
que luego nos dejó a solas,
sorteando el aire de llantos ocultos,
socavando las vergüenzas,
ultrajando la timidez,
al compás de melodías de piedras.


robé aquel aliento de tu cama,
a escondidas,
con la mirada dormida de un amigo conciente,
quien despierto en su sueño,
cantaba mocedades en su cabeza,
difamando la imagen de su cuerpo inocente.


Despertamos en tu espacio,
riendo en la travesura,
ofreciéndonos amistad,
saliendo a la calle,
retozando, cantando,
paseándolos por barrios capitalinos.


Y así me vine a mi país,
con la carga inerte de mis penas,
pensándote en un viaje de ojos dormidos,
dejando las ansias en mis sienes,
gimiendo un canto de recuerdo,
gomo el que hago ahora,
por medio de estas improvisadas letras…


(Para Marce)


sábado, febrero 24, 2007

ÁNGEL HUYENTE

Microcuento



Una vez un ángel,
deambulando por represas de apremios,
se cruzó en mi camino,
tomó de mi mano,
invitándome a bailar su melodía.


Primero fue su rostro,
luego su silueta,
a cada compás de ruidos melódicos,
movía algún rincón de su cuerpo.


Le pregunté qué hacía,
“Me dedico a llorar”, dijo.


Quedé quieto,
inmóvil,
y quise huir,
como cuál paloma corre tras el viento.
ansié esfumarme,
como las perdidas huellas de la arena,
que solo en el recuerdo del mar vigilante,
quedan impregnadas.


Pero la acompañé.
y testigo fui de sus caricias,
de sus labios jugando en mi boca,
reflejado en el brillos de mis ojos,
con un te quiero natural brotando de su ser.


No obstante,
se me ha perdido hoy la mujer,
la musa hija de mis besos,
quien parece estar mojando sus mejillas,
en hombro de otro,
ejerciendo su depresivo oficio…



QUIMERA EN LAS SOMBRAS

Relato Erótico


Tomó de su copa esa noche, ella lo siguió. Los dos conversaban, mientras el tiempo sin atención pasaba a sus costados. Las dos criaturas se miraban, secretos propios se contaban en un aire que de a poco comenzaba a entibiarse. Cuatro horas llevaban moviendo la boca, ella reía, el sólo la miraba. Entre sus lentes, la pequeña artista observaba al muchacho, aquel de pelo extendido que brillantes tenía sus pupilas. La mujer sintió conocerlo, él, mientras, comenzaba a desearla.


El reloj marcaba las 21. Sentados seguían contándose sus vidas. Era este el quinto encuentro desde su primera vista. Hablaban del charango popular, del rock extraviado, de los problemas sociales, de la cultura clandestina y de las complicaciones de la vida. Loco estaba el hombre, feliz estaba ella. Feelling comenzó a pasearse por los aires, calor sintieron sus cuerpos, al compás de un salud que no pensaba detenerse.


04 marcó ya el reloj. Afuera era el frío, dentro la tibieza de sus alientos. Ambos se miraban. Ella buscó su hombro como refugio, él intentó abrazarla… no lo hizo. Los ojos femeninos de a poco se cerraban, mientras el hippie de chaqueta formal le seguía hablando. Casualmente tocaron sus manos, y ahí se quedaron. La mujer no la movió, él tampoco.

- Tengo sueño, dijo ella.

- Dormirás en mi cama, yo en el sofá, contestó él.

Así continuaron. Ninguno deseaba en realidad dejar la escena, como así también escaseaban las iniciativas.

- Te contaré un secreto -habló la muchacha-. Pero tiene que ser en tu oído, no quiero que escuchen las paredes.

- Pues dime.

Bastó un acercamiento y el joven escondió su oreja, depositando sus labios en los de ella. Se besaron sin tregua. Su lengua recorría la boca de la mujer. Esta, en tanto, saboreaba el ansiado beso. Se sintió deseada, percibía la corriente sensorial recorriendo su cuerpo, acompañado de las intrusas manos del joven que empezaron a palpar sus contornos.


El hombre sigue pegado a sus labios. Ella señalizó un alto, diciéndole al tiempo que se detuviera, que cortara esas codicias de sexo. Él la tomó del brazo –me gustas- le dijo. La muchacha mientras comenzó a desconocerse. Suprimió de su precario libro moralista la idea de no continuar, y prosiguió besándolo. Empezó un viaje por el cuello varonil, sus suaves y delicados labios se llenaban de morbo. Ella sentía el sabor de su piel, mientras seguían aún sus besos en el cuello. El joven, con la cabeza atenta al techo, cerraba sus ojos disfrutando el placer.



La mujer llegó hasta sus hombros. Sus besos no paraban. Siguió bajando en su trayecto libidinoso, su lengua invadía el vientre del hombre, pasó por su ombligo, y extendió su descenso. Paró a la altura de su sexo, tocó la dureza de la excitación, palpó el deseo que a punto estaba ya de estallar. Comenzó a quitarle el jeans, primero con el desabroche de aquel negro cinturón, luego el botón dorado que marcado quedó en el cuerpo del hombre y, en la liviandad de ropa, portando él solo la interior indumentaria, la dama de ojos expresivos empezó a besarle. Con el sexo del joven en sus manos, jugó a esconderlo en su boca. La erección era constante, y ella lo disfrutaba, mientras seguía rozando su lengua en esa rígida masa sexual. Así permaneció por minutos, saboreando el aroma lujurioso que se escapaba de su boca, y que reposaba en el órgano masculino. Lo pasó luego por sus pechos, una y otra vez, masturbando sus pensamientos con aquel acto erótico, al tiempo que con gemidos la muchacha concebía la máxima excitación.


Él la tomó de su rostro. La besó en la frente y boca, comenzó a tocar sus pechos, con fuerza los levantaba y sutilmente presionaba. El joven estaba a su espalda. Sus manos continuaban en sus finas colinas, sus dedos descansaban en la cima, mientras el roce de los glúteos femeninos con el sexo del hombre hacía aumentar el calor situacional.


Los dos se sentaron. Ella posó su puerta sobre él, mientras, el muchacho quiso entrar. Tocó con la tiesura de su sexo la entrada de la mujer ardiente. Golpeó y golpeó esa puerta, que de apoco comenzaba a abrirse. Y así fue, aquel duro aparato empezaba a entrar en la vulva femenina. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho y nueves veces, sin parar. El vaivén del duro cilindro carnoso empezaba la pavimentación al camino de la lujuria, del orgasmo que pronto está por aparecer.


Ella daba sutiles gritos de placer, él la seguía. Continuaba la escena, él entraba y salía del cuerpo de bellas curvas, mientras hacía paradas en sus mojados senos. Los besaba, los tomaba, presionaba, besaba nuevamente y continuaba el viaje de entrada y salida en esa entre pierna que sin descanso recibía los ataques sexuales.


Los decibeles aumentaban. Él la penetraba una y otra y otra y otra vez. Por momento ella paraba la escena sexual, para tomar el órgano masculino entre sus manos y sentir el sabor directo con sus labios y lengua. Luego, ya lo volvía a dejar en su intimidad que abierta empezaba a recibirlo nuevamente.


Iban 23 minutos de placer, descontrol, sexo y amor. El muchacho daba indicaciones de terminar. Seguía en su entrada y salida, aunque anunciaba ya que el momento iría a culminar. Y así fue. Eyacular en las paredes de su sexo, con las manos en sus pechos, con sus labios afirmando los de ella, fue el paso a la libertad tras la dictadura. Orgasmo puro se fue con ese líquido, y ella, sonriente, comenzaba a transparentarse. La almohada comenzaba a verse bajo la imagen de su bello rostro, que lentamente entraba un trance de desvanecimiento. Desaparecía de a poco su silueta, también su sombra y susurros. No había explicación, la razón se encontró con lo irrazonable, y alteraciones en los ojos del muchacho aparecieron.


Solo un sueño la trajo a su casa. Maldito inconsciente que jugó con sus deseos, insultó sus emociones y abrió el descontrol. No hay nadie, sólo él imaginando la sombra femenina, sólo él que tuvo sexo con el viento, sólo él que se enamoró de esos vírgenes aires que armaron, por 23 minutos, la más hermosa de las esculturas: Una mujer.



miércoles, febrero 21, 2007

NO ES PASADO LO PASADO

Poema


Ayer vi rosas en tu cabello,
y caían como lluvia molesta,
repasaban un desliz por la noche sin sombra,
y descendían en la brisa de la mañana.
Huían como el viento de las olas,
como el ave que corre a su nido;
como el agua fugada de su represa;
como la nieve derretida en la cordillera
y como los llantos que de tus ojos de salir no cesan.


Tu rostro me sabe a distancia;
tus huellas en mi mente ya no están,
caminaron sin prisa por la ruta sin recuerdo,
tomaron el tren al olvido forzado,
huyeron al espacio del no conciente y no inconciente,
descansando en el vacío de la nada ausente.


Eres una estrella más en la noche libre,
una luz que se confunde entre brillos y fuegos lunares,
una rosa embrollada en el parque de violetas,
una piedra más en la boca de nuestros ríos,
un sorbo de aires sollozantes,
y una gota entre lluvias delirantes de ansiedades perdidas.


Se abrió la jaula de tu esencia,
el candado de desgracia quedó atascado,
tu rostro en mi espejo ya se fue,
y el criminal aire de mi cuerpo se encerró ya en otro pecho.


Ni el vapor de mis cantos a tu rostro quedan,
ni el polvo de tu aliento me sorprende,
ni tus ojos tristes me cautivan,
ni el cantar de tu nombre persigue mis labios.


Mujer, Cuán punzas de lamentos me regalaste,
cuan dolor sembraste en las costas de mis sienes,
daño infinito me causaste,
Tú,
irresponsable,
inconciente,
te burlas hoy de mi olvido perdido,
en mi cara escupes brisas de abandono,
te ríes junto a él en mi rostro,
profanando nuestro pacto de amor eterno.


Mentira es todo lo dicho,
aún estás en mi inconciente,
hablando de susurros en mi oído,
diciendo te quiero en mi boca,
gritando versos a mi cuerpo.


Bendito,
y maldito,
fue el tiempo que nos saludó,
el que nos juntó,
el que nos separó,
y el que hoy
a mi cáncer de amor,
sin descaro mató.


martes, febrero 20, 2007

VIEJO ENTRE LUNAS

Poema


Tardes polvorientas en el barrio,
Ocaso de alegrías,
Llantos calurosos en la frente,
Espalda en sudores de trabajo
Y bolsillos vacíos en los almacenes.

La abuela pide un aire,
Tiene una bolsa de té en sus manos,
Tres tazas la esperan,
Dos panes siembran su comida,
Y la vela que se apaga,
Enciende la veracidad de sus ojos.


Fisuras varias muestran sus años,
70 y un par de tragos lúgubres tiene en su cuerpo,
Y sola está en el muelle de la vida,
Buscando fúnebre a su adicto que inesperado zarpó un día,
A mitad de camino,
Ahogado en el frío de cantos enjaulados
Cuando la edad de cristo los pilló celebrando el primer beso.


La anciana,
Sola en el palpo de sus sienes,
Jadeando un labio en el desierto,
Llora margaritas de sus pupilas,
Bota rosas tenues de una esquina que se esfuma,
Al igual que esa imagen del viejo saludando.


Familia son sus dos nietos,
Ángeles de plata,
Hijos ilegítimos del útero,
Que alimento no tiene para ellos,
Seca está la cordillera de risas,
Con agua sucia mojando su rostro.


El hambre entra en su cocina,
Más el llanto nace por los niños,
Inocentes suspiros humanos que sufren del sistema,
Que con miradas de cordillera,
Calman el enojo de sus vientres.


La noche levanta su mano,
El show de luces cae en su cabeza,
Armando un circo de emociones,
Y la anciana,
Que en el silente ruido de sus niños,
Sigue derramando brillos,
Recordando al querido viejo.


domingo, febrero 18, 2007

AUSENTE

Relato Poético


Silencio, no hables, no mires. Escucha el canto del río que nos observa, siente el calor del aire que nos saluda, sonríe al rostro del cerro que nos envuelve, juega a las miradas con las estrellas que nos cuidan, besa a la luna que en su hogar nos atiende y regálame una caricia para creer que a mi lado aún permaneces.


Quiero ahora que hables, quiero ahora que mires. Mujer, acoge mis sinceras contemplaciones, roza mi estacionario cuello con tu boca, bailemos juntos un vals en la noche iracunda, viajemos unidos al país de mi esencia, y luego al de la tuya.


Caminemos de la mano por las calles de la indolencia, duerme en mi hombro cuando llores, reposa en mi cuerpo cuando ames, escribe en mi espalda tus cuentos de amores, y golpea mis huesos con tus labios de flores.


Tu sombra huye a ratos, tu aliento se confunde con el soplo del árbol que nos cobija, tu piel me sabe a distancia, y los susurros en mi oído hablan de indiferencia. La muralla sostiene mis letras de congoja, mientras lamento la transparencia de tu imagen que de mis ojos se despoja.

Ausente estás en mis besos solitarios. Extraño a la artista durmiendo en mi refugio, extraño a la chica de antifaz sonriente, extraño los cristales caminando por sus mejillas, extraño sus caricias suavizadas por la dócil brisa de sus dedos sentados en la frágil y lagrimosa silla. Ausente estás en mi cama, en mi espacio, en mi viaje, en mi tiempo, mas sin darme cuenta partes de repente. Como a la vez en mis letras, en mis cuentos, en mis obras y pensamientos aún estás presente.


El recuerdo moja mis ojos. Salirme de esta historia quisiera, huir sin palabras, correr sin descanso, llorar sin pañuelos, hablar sin palabras, pensar sin memoria. El mantel solo dos puestos tiene, ¿falta uno?... compartirte no acepto.


Me marcho, acompañado de tu voz en la grabadora, de tu puño en las cartas, de tu imagen en la foto. Mas te fuiste antes, sin mi voz, sin mi puño y sin mi imagen. Ausente estás a mi lado, durmiendo con él estarás en otro estado, mientras huellas en mi cabeza has dejado, y versos tristes también por ti he derramado.


jueves, febrero 15, 2007

MAR Y SOL

Relato Poético (A mi madre)


A la distancia se escucha un llanto. Una lágrima escapa de sus blancos y puros ojos. Mujer, cuan angustia te ataca que el cielo se ha puesto oscuro. No derrames tristeza con mi recuerdo, no humilles tus sentidos por mi rostro, no desesperes tu mente con mi imagen. No soy digno de tan prestancia tuya. Mujer, ni un verso suplirá mis gratitudes, ni todas mis acciones futuras podrán recompensar tu vocación.

Un aura rodea tu esencia. Caminas por las calles azules. Un vestido de rosas te acompaña, junto al viento cautivador que enaltece tu figura. Te detienes por los valles alegres, y la sonrisa embellece aún más tu aire… ya no hay lágrimas, sólo risas fluyen como aguas honestas en un río exasperado.

El mar y el sol evocan tu nombre. De la cordillera germina tu belleza espiritual, brota la nieve cargada de amor en tus brazos, aquellos mecedores que una vez soportaron el peso de mi sombra. En tanto, del sol salen rayos de alegría en tu sonrisa cansada, al instante en que el calor desaparece por la ausencia de tus sienes.

El tiempo quisiera retroceder. Pasearme contigo por los montes del recuerdo, hacer vibrar los pasos a tu lado, regalarte el cielo con violetas esparcidas por las nubes conciliadoras, dejarte el libre espacio al descanso, merecida paz que anhelas y que ausente aparece en la realidad. Un te quiero no basta en mis labios.

Tú, lo más bello que mis ojos hayan visto, serás el seno del jardín con margaritas, serás reina en los parques sin inviernos, serás el viento que mueve mis letras ansiosas. Madre, un jardín de amores esbelta tu retrato, los soles ríen por la ventana, las luces golpean la puerta y el mar sonriente sacude la bahía que soporta tu huella.

Extraño tus retos adolescentes, extraño tus caricias duras en instancias de desorden, extraño el lunar de tu mejilla derecha, extraño tu firmeza maternal que guío por los sendos armoniosos nuestro viviente destino, y extraño el paisaje natural que se inclina en tu nombre.

Madre, amor ansío expresarte, un beso quiero darte, satisfacción quiero entregarte, orgullo quiero obsequiarte. Mientras, perdón pido, pues lloro por la paz y el descanso que aún no puedo regalarte.

martes, febrero 13, 2007

MIL PUNZAS

Relato Poético


Supe hoy que me olvidaste. Siento el dolor de verte apoyar en otros hombros. Mi cara se deforma, mi llanto nace inesperado, lloro en solitario y mueren mis sonrisas de la tarde. Suspendo mi trabajo de la noche, caigo en un vacío de desconsuelo, mueren tus recuerdos en mi mente y llueven en mis ojos lágrimas adoloridas.

Matarte quisiera de inmediato. Pegarte el cañón en tus sienes, introducir esa bala en tu cerebro y acabar con tu esencia. Luego morirme yo en la escena, y así acompañarte en el viaje eterno de la vida sin vida, caminar juntos en las calles blancas y nubosas, y así perpetuarme a tu lado.

¿Por qué me haces esto?. La cordillera se ha puesto oscura. Testigo fue de tus escondidos poemas hacia él, mientras inocente mi rostro te seguía esperando. Las aguas del río ya no corren, quietas están frente al mundo inerte que se pasea por mi boca. El sol acompaña mi tristeza. El cuchillo me insta a cerrar mis ojos. Mejor morir por mi culpa, mas que por la tuya.

¿Morir?, eso quisiera. Esconderles las pupilas al aire ausente, y nacer en un cielo de suaves canciones que instan la melancolía. Decir un no a la existencia es lo que me tiene con duda. Siento un golpe en la espalda. Cuan herida has provocado en mi pecho, que las aguas de mis ojos no cesan su progreso.

Niño parezco en la perdida esquina. Mal parado estaba, apoyando esa muralla con mi codo derecho, secando mis mejillas con la mano izquierda. Es 12 del segundo mes, ingrato regalo de la vida, mala ofrenda de los dioses, punzante obsequio tuyo. Y ahora, mujer, dime como sonrío nuevamente. Como quieres de mí un ser normal, si tu descaro silencia mi montada alegría.

Mañana en la cresta de la ola estaré, escuchando a Silvio para recordarte, pensando en otra para olvidarte. Tirado en la arena dormiré, jugando a ser fuerte, engañando a mujeres con mi habla, peleando con el destino que me ofusca, y acariciando a la roca que me acoge.

Mas solo supe que te amo. El dolor de mirar tus sonrisas en bocas extrañas me pone en la penumbra. Te amo, sí, te amo como la dócil ave que cuida su nido en ambientes de peligro. Te amo como el mar a la luna, como las estrellas a la noche, como el parque a los niños, como el huerto a la fruta y como la tierra a las flores.

Justo hoy, día ingrato para mi celebración. El instante en que mi cuerpo cumple los 21, me regalas inconciente el peor obsequio de mi vida; el más triste e inesperado. Con verte sola podía al menos vivir, hoy con mirarte en sus brazos quiero desistir, desaparecer del encendido sol que me tortura, de la soledad que me acompaña, y del mundo que me azota.

Te perdí sin luchar. Cambio entonces hoy de aspecto, transformo mi rostro e intento sacarte de mis recuerdos. Me dañas como nunca, y yo, te sigo queriendo como siempre…

martes, febrero 06, 2007

SIN MAYOR RAPIDEZ

Relato Poético


Una conversación con el lápiz pavimenta recuerdos prohibidos. Se encamina el viaje de memorias perdidas en el desierto frío del invierno arrinconado. La noche cae, el cigarrillo vive por los aires vírgenes, transita por latitudes de alegres marcos carmesí. La corbata parece muerta, mientras en el papel reposan las letras espontáneas del ayer, a la vez que el reflejo blanco de una luz que flaquea mira cada expresión de un rostro mal parado por el transitado tiempo amargo.

El llanto de un chaval lo desconcentra: un hombre escribe sentado. En el momento una bella mujer se ve pasar a la espalda de este joven enviejesido. Su vista masculina apunta hacia el techo, buscando quizás alguna estrella lúcida en medio del cielo enojado. A lo lejos el chiquillo que lloraba se calma, y una canción de cuna se esboza por la puerta entreabierta, desvaneciendo los gritos infantiles y abriendo el candado a la sutil presencia del silencio.

Otra vez la mujer se pasea por su espalda. Camina, se cruza, camina, se pierde, camina, ordena. El hombre, en tanto, escribe vivencias. Excava un baúl de imágenes disipadas por la estación del olvido forzado. Desarticula sus carencias congénitas de afectos. Aparecen dolores añejos: la musa primeriza, al de años pasados, se toma los recuerdos. Navega en sus experiencias de amores reales, entra al conducto de la autoestima invisible y llora con cada tonada del ambiente sigiloso.

No habla, sólo escribe.

Una vez más se ve a la mujer transitando por esos pasillos a su espalda. El muchacho, mientras, continúa la conversación con su lápiz. Le cuenta sensaciones de tristeza, desnuda sus secretos relatando momentos de eterna depresión, como en sus tiempos de joven rebelde, cuando aquella alma ajena de grata figura y senos pequeños decidió dejarlo en el vacío, y él, en tanto, se fue abandonando lugares comunes, botando tiempos unidos por el deseo de amar a la mujer que le dio la entrada a un paraíso desconocido en aires paganos.

Despoja en la libreta canciones de ternuras pasadas. Su doncella, en la instancia antigua, dimitió el pacto de amistad apasionada acordada en alguna noche de enajenación. Y recuerda haber llorado en el lugar de la renuncia, abriendo paso a largas horas de suelos mojados por la desesperación. Nubes grises cubrieron su cabeza en el momento. La vista se perdía por entre los árboles sin otoño, al tiempo que unos vientos azotaban contra su rostro.

Ahí yace escribiendo. Hoy, en sensaciones, vuelve a aquella época. El ahogo se apodera una vez más de sus letras, vacilando de su esencia sentado en el improvisado escritorio junto al ventanal que da hacia el patio de costado.

En el ahora la mujer se deja ver nuevamente. Tiene unas maletas en sus manos. Ella lo mira, él le sigue dando la espalda. Camina la dama cabellos floreados por detrás del joven, él prefiere quedar ausente de la situación, no quiere ver. Ella abre la puerta principal y desaparece por las calles sin tráficos. Se va su silueta, sus sonrisas, sus verdades, su cariño, todo retrato comienza a desvanecerse por la distancia que impide la visión correcta de su sombra caminando.

El hombre sigue ahí. Cuenta los segundos que pasan desde que la puerta se cerró. Permanece con sus ojos sin dirección. Luego sigue escribiendo, plasma sus emociones interiores en una hoja humedecida por las riveras que nacen de sus pupilas. Sin ruido alguno se mantiene en el lugar. Ya minutos después enfatiza el punto de término. No escribe más, son sus últimas palabras inmortalizadas.

En seguida dobla el papel sin mayor rapidez. Se levanta de su lugar, cierra las ventanas de la pequeña casa, apaga las luces y va al patio a esconder sus escritos. Sin mayor rapidez regresa de nuevo a la casa. Busca unas cosas que esparce por los espacios oscuros. Se dirige, sin mayor rapidez, donde el pequeño que inocente duerme en un jardín de violetas acolchadas. Lo toma, lo abraza, lo besa, se va con él al living y, sin mayor rapidez, se sienta en el suelo. De su bolsillo saca un prendefuegos. Sin mayor rapidez se acomoda con el crío en sus brazos, enciende el objeto dejando la llama más alta, y ya, sin mayor rapidez, lo lanza por entre aquellos rincones oscuros. La casa fue un show de lucen calurosas, mientras, los cuerpos que adentro estaban, se fueron huyendo de la realidad, sin mayor rapidez.