viernes, diciembre 28, 2007

POEMA DE NAVIDAD


En cualquier calle y sobre ruedas pasan abanicos
con formas de espejos,
con cuarentonas mirándose el rostro
y el de sus hijos, el color del auto, el sabor del vino,
el olor brillante de alguna pócima francesa
que solo hace tener su vista militarizada en lo que muestra el parabrisa,
mientras a los niños a su espalda les ordena taparse los ojos,
y evitar mirar a sus izquierdas donde en la vereda
yace muerta una mesa tan larga como cualquier boleta
que sale de alguna tienda,
donde se divisan 200 cabezas portando diminutos años,
algunos llevando canas empolvadas por el agua que no existe,
algunos aun con la sangre infectada por tener camas de cemento,
otros con narices a punto del estallo,
porque tienen su piel observada nada más que por algún huérfano cartón
en las orillas donde juegan los niños
a contar las gotas que sus techos
les regalan en el nebuloso invierno,
también se ven arrugas lloriqueando
por las activas manos de varios jóvenes que portan algún ave muerta,
lista y dispuesta a entusiasmar los vasos para gritar sonrisas en una noche buena.


Y es que una infante aun sin habla conoce muy bien de estas fechas,
porque sin saber de mi rostro y sin odiar mi limpio chaleco
me estira sus brazos para bombardear mi mejilla con interminables babas,
que para ella son besos,
que para mi son llantos más allá de los minutos adrenalínicos
que fecunda su pequeña figura aleteando en medio de la noche,
pues llevo 35 lágrimas vomitadas en estas letras,
porque he llorado más que un cuico que esa noche vio vacío
su adornado pino,
y porque además
lejos tengo a ese individuo que me llama socio,
al que me llama hijo a quienes me llaman brother,
porque la calle penquista me absorbió el egoísmo
y me transformó en psicoanalista de los desarmados triciclos,
en paraguas de un par ojos que botan lluvias cuando perciben
el aroma desinteresado que desaguan unas bellas muchachas
que dejan sus árboles para parir más labios estirados
y un sin número de mejillas levantadas,
bajo las nubes rabiosas que desde una hora nos apunta
el miedo con su cañón amenazante.


Entonces no me digan ahora ustedes,
que fueron felices en sus podridas casas aquel 24,
que sienten tener la luna en sus entrepiernas
por ver reír al acomodado escuincle sobre la nueva bicicleta,
que yo viví solo esa medianoche,
que yo viví solo ese 25,
y que hasta estos días no paro de eyacular sonrisas
por dejar en la basura los regalos de género y plástico,
y aceptar como psicópata orgásmico los obsequios de la mente
que una infinitiva mujercita me obsequió sobre mi hombro,
regalos, por cierto, más duraderos que cualquier autopista
o guagua animada que el estúpido de pijama rojo pudo haber traído.


No me digan lo que es reír,
si no saben lo que es llorar.


lunes, diciembre 24, 2007

EN LA 23 15


Demasiado ruido camina en algún burdel
reposado en esta Villa,
demasiadas voces pernoctan en el pasaje
donde yacen piedras cayendo del pasado,
demasiadas mañas se vomitan en la 23 15,
justo a un costado donde se cantan todos, y a destajo,
que sus muebles gozan en la Producción y Comercio,
en este cerro pavimentado de chubis ampliados
y algunos con autos,
ahí señores,
donde se aloja la 23 15,
y donde ya no vivirán más las chifladas sombras
que por un tiempo decidieron guardar sus cuerpos
entre estos blancos cercados,
tres sombras mirándose desnudos por dos años,
una sombra mirando desnuda a la otra por tres meses,
todo ocurrido en la sub casas de las 23 15.


Y es que los vecinos reirán pariendo dudas
cuando vean las moles con ruedas instaladas cerca de sus jardines,
retirando o quizás robando parlantes y cajones,
también ropa y dos pantallas que se van de mi búnker
para tal vez dónde aglutinarse en algún frío
y extraño campo de concentración.


Pero más nostalgia me causa el saber que varias faldas,
que un par de espejos y 4 libros, entre otras posiljas,
tendrán que morir fuera de esta puerta,
desde aquellos meses en que un par de lentes
las trajo a mis paredes, literalmente hablando,
para luego abandonarlas hasta estos días,
cuando veo a esos mismos lentes
doblando géneros y juntando las cintas
para subirlas a un carro verde oscuro que aún no llega,
todo esto, señores míos,
en la niebla circundante por la 23 15.


Tendré que yo dejar también las visiones
y comenzar a imitar a estos dos cristales,
que en la 23 15 hace varios minutos que ya no están,
y tener que apagar las luces dejando cualquier cosa
menos silencio,
en esta cueva que sabe de mi
incluso más que mis propios padres,
por lo que no me quedan más esperanzas
que reunir todas las bolsas
y abrir la boca para tragarme las sienes,
siquiera sea por un minuto.


Y deberán saber ustedes grandes lectores,
que tengo más letras que contarles,
que ganas no tengo ni por un segundo de callarme,
pero sucede que se me acaba el mando dentro de estas ventanas,
y un señor de las llaves me hace pelear con el poco tiempo que me queda,
por lo que tomo mis últimas cunas y cierro la tinta,
no sin dejar por supuesto alguna lágrima entre las alfombras,
y junto los ojos quizás para siempre,
de la misma forma en que junto la puerta
que da la bienvenida a las 23 15.




lunes, diciembre 17, 2007

EL AMILOLO


El amilolo sonríe como si alguna luminosidad extraña
lo molestara bajo sus pies,
tiene en sus manos una cámara que de su vida no graba,
solo registra el sabor de sus días en las letras que a veces
descarga en el humedal de su cama,
porque su cama tiene oídos,
tiene ojos donde lee de su espalda la máscara reinante en sus pasillos
de vida cotidiana.


El amilolo tiene sus ojos a punto del sexo,
coquetean sus pestañas cerca del abismo donde se termina la conciencia,
porque el peso de su casco portando los peluches que pudieron ser,
y que hoy siguen esperando compradores en alguna sucia tienda comercial,
están boleteando su sabiduría
hasta hacerlo vomitar la muerte de unos pechos,
esos pechos
que de modelo escotada poco es lo que saben,
pero de cobijo bajo la noche fueron fieles piezas de sinfonías,
que en algún podrido tiempo lo dejaron llorando en los laureles
cercano a la esquina donde trabaja la muerte.


¿Qué hacer para calmar esta civil guerra de sus neuronas?


Los recuerdos ya no gritan,
ni buscan el cambio de sus propios epitafios,
solo descansan atentos a lo que el amilolo le espera.
Pero él siente miedo,
porque tiene cerca a la esperma causante del sismo
descontrolado de su voz,
de la estrepitosa hecatombe naciente de sus sienes,
mientras ella solo mira pasar y pasar las letras,
como si nada de nervios entre los labios se ha franqueado,
como si todo el sol saludara en cualquier día
cuando el amilolo ve a su musa semi desnuda
madrugando en su cama tras largas confesiones
de que la vida no existe sin el sudor depresivo de su tierna sonrisa,
que nuevamente seducen la angustia que tuvo cerca del sarcófago
al despilfarrado amilolo.


Aunque el amilolo hoy sigue en el exilio de lo normal o subyacente,
vive clandestino entre la niebla que produce la petisa
de hermosa vista,
ese caramelo que canta la Bersuit, cuando en sus oídos
caen las caderas de la amilola,
posando su discurso de que nada es lo que funciona,
de que la muerte es la amiga del chat que mueve los dedos esperando
a que se junten cualquier minuto,
en el momento preciso en que estas letras se redactan para que el lector
sea el distinguido inerte que poco entiende
de los versos míos,
aunque diminuta es la importancia,
pues siquiera habrá sabido e imagino que con dolo,
sin al menos haberse masturbado de fondo con esta historia,
quien es precisamente el que se ha llamado en este escrito
y sin más elogios,
como el justo y enamorado amilolo.


sábado, diciembre 15, 2007

BAJO EL POLVO*


Ven ustedes a los adobes lagrimeando,
ven ustedes las huellas de dos cuerpos sepultados
con sangre quieta en sus cabezas,
mientras los lentes se pasean contándole a todo un pueblo
derramado en la faja más larga y angosta del planeta,
que en esos suelos se ha enojado la tierra,
quizás nerviosa se ha alterado por los embates del hombre
en el sur, centro y norte de Chile,
quizá sea el castigo que nos merece nuestra pasividad
ante el diablo dientudo que pone dólares sobre la mesa
para destruir lo que sea necesario,
y así seguir llenándose los bolsillos
hasta que las aguas y los bosques se acaben,
oh! que llanto es el que cae en esta tierra,
30 mil brazos tomándose la cabeza,
viendo desmayarse sus techos,
mientras la tierra sigue molesta,
sigue molesta en el paseo de la noche,
cuando los niños caminan
buscando en los tachos fríos y empolvados
alguna hierba aunque sea podrida
que calme un poco la desesperanza proveniente de los vientres,
de las lenguas que se ven abandonadas en medio de una sequía
que amenaza con matar el parpadeo lagrimoso del pueblo maldito,
ese que urna no tuvo para dormir bajo la tierra
ingrata de hace unos días por la tarde.


Y es que hoy sólo veo el desierto recién engendrado
sobre sus casas, sobre sus patios y por qué no sus pensamientos,
también veo chiquillos jugando a las escondidas entre los escombros
de una vida sepultada entre la niebla,
entre la humareda con olor a infierno que flota por las cabezas
de familias de hombros levantados,
de manos vacías hurgando entre pasillos clandestinos
de un deseo natural de respirar la vida
y no el polvo circundante entre los ojos
que sin agua ni comida
parecen desvanecerse bajo los azotes de insensato
y crudo peregrinaje del sol.


Y es que sucede que hace tan solo una par de horas confundía
a los sufridos seres, con los terneados tipos portando grabadoras
y flashes, quienes me contaban que la señora juanita
tenía el alma podrida por ver caer su cuerpo entre esas paredes que ya no existen,
todas y cada unas de las antenas transmitiendo el mutismo
de los distintos proyectos que sumergían el razocinio
en cualquier grieta bajo las calles de Tocopilla,
bajo las sienes de las arrugadas pieles con mejillas mojadas
escuchando preguntas aleteadas por sensacionalismo
capitalino,
ese que cruza cordilleras sin utopías ni buenos deseos,
más que sólo el de ver los infinitos papeles agrupados en varias ligas
entrando a merced de los asientos de bellas corbatas,
que llorar solo hacen por ver morir las paredes
y no por ver este atlantis bajo el reseco ruido
que por esta tarde continúa vomitando el polvo.


Y escribo todo esto hermanos míos,
porque dos semanas no bastan para olvidarlos
y pensar que ya no existen,
porque en 20 días 15 mil cabezas no fecundarán sus propias casas
que les permitan beber tranquilos lo poco de vida que por esas calles
le ha dejado el tiempo,
ni menos pensar que todo esto es una blasfemia engendrada
en un nocivo sueño,
entonces es que me pregunto donde es que están los micrófonos
que ya no me cantan la muerte del suburbio,
donde están las lentes que no me enfocan la intimidad
de señores herejes tirando sollozos a las atentas nubes
que escondidas en alguna esquina no se han ido
como estos otros falsos comediantes
que vistieron de empresarios sociales ofreciendo amargas
sopas,
que me hicieron llorar inocencia sin darme cuenta
que entre cada niño sobando sus heridos y desnudos pies
me invitaban a comprar en esas sucias tiendas
donde se derrochan barrilles millonarios en caras perfectas
para que me digan como gaznápiros
lo que debo hacer cada viernes por la mañana,
sin importar si quiera el sabor de las lágrimas que el pueblo
bajo la sombra del aquel mapa que ya no existe
ha derramado por incontables segundos
desde que la tierra tuvo su momento de arrebato.


Y no quiero ser aquí un resentido
ni mucho menos débil criticante,
sólo quiero contarle a estas letras que a millones de pasos
donde aun se sacude el polvo que ha dejado el desconsuelo,
hay un enajenado cuerpo llorando junto a la misma tierra
causante de todo delirio,
y que cada mañana se pregunta si quedarán niños
pidiendo a destajo,
que vuelvan los camiones portando antenas mirando el cielo,
para que le cuenten a la nieve,
a las islas, a la cordillera, al campo,
a la lluvia, a los cerros, a la costa
y al desierto,
que nada ha mejorado desde que el piso
sintió el nerviosismo de perder la sinapsis
y dejar, como santo embriagado,
un prado vuelto en lluvia por tanta desgracia
circundante entre el polvo que ya comienza a suicidarse.



*Dedicado, en humildad literaria, al mediático y rápidamente olvidado pueblo azotado hace unos meses atrás por el sismo que dejó sepultado entre la nada a la ciudad de Tocopilla. Que las letras hagan fuerzas, que los versos concienticen y que los brazos intervengan en tan malogrado sector...

(Foto: ElFrancotirador.cl)

miércoles, diciembre 12, 2007

YO VI TOCAR A SILVIO JUNTO A UNA MUCHACHA


Yo vi tocar a Silvio
sumergido entre los golpes y las mañas
que el cielo recién bañado nos tenía
como presente, en la aproblemada tarde
de tantas cabezas mirando las luces que prometía aparecer
en unas horas más,
cuando junto a sus letras naciera la noche cantando La Era
y quién sabe qué más versos,
haciendo revolución en melodías que sacan llantos
cuando vomitan las tonadas caribeñas.


Yo vi tocar a Silvio un domingo por la tarde,
acompañado de dos damas,
una de mi sangre y la otra de mis sienes,
con quienes escuchamos y supimos de las minas
del rey Salomón que allí en el cielo descansaban,
supimos que es necesario partirse en dos
para no tener que cantar canciones decentes,
supimos también de una muchedumbre que cantaban como santos
cada cuerda que Silvio zanjase entonar,
aun cuando unos hombres de negro lo llamasen constantemente
para bajar del escenario,
porque el protocolo lo esperaba en alguna esquina tras bambalinas.


Yo vi tocar a Silvio teniendo sentada a mi izquierda
la mujer que me hizo comprenderlo,
lo escuchamos hasta que los zapatos decidieron mandarnos,
ella jugando a ser artista y yo escribiéndole al recuerdo,
justo en medio de parlantes que a punto nos tuvo de un abrazo
entre tantos codos peleándose la vista del viejito cubano.


Yo vi tocar a Silvio su canción protegida,
movía sus dedos coordinando la boca para decirnos
que La Era nos pertenecía,
tanto a mí como a la muchacha que ahora sin lentes posaba su cuerpo
en el sonido de las voces
que el guerrillero de las cuerdas nos cantaba
solo a nosotros,
y que nos repetía una y mil veces
que debíamos llorar porque paríamos nuestros corazones
a la vista y paciencia del creador,
su creador que hace varios meses me vienen diciendo
que no olvide a esa muchacha,
porque mis labios podrán decir que todo el calvario quedó dormido
en algún epitafio,
pero mi pecho en el silencio seguirá botando lágrimas
por saber que sólo y nada más que una sonrisa
es lo que esa bella musa podrán regalarme.


Yo vi tocar al Silvio junto a mi muchacha,
y sentí un orgasmo con el tibio esbozo de su rostro,
pues tuve sexo más de dos horas con esas voces que a mi lado germinaban
descontroladas repitiendo las letras del cubano,
porque ella también vio tocar a Silvio,
pero aun no deja el mutismo que me permita conocer
si logramos consensuar solo una tonada
que nos haga morir juntos en nuestra trova predilecta,
esa que porta el pasmoso sobrenombre de La Era.


Fui feliz. Yo vi tocar a Silvio y estaba con mi muchacha…



lunes, diciembre 10, 2007

VIAJANDO CON AMILOLA II


[REGRESO]

Tuve que dejarte
cuando mirabas mi rostro en la ventana
disfrazada de espejo,
tuve que dejarte con el ceño fruncido
por quedarme nuevamente con palabras
en mi boca,
por saber que pasarán muchas horas
antes de volver a jugar con mis hormonas,
y mis neuronas,
por volver a ser un muchacho de pelo largo
perdido entre tanto libro y tanto discurso
que a ti tan poco es lo que te importan,
y tendré que volver a sentarme como ahora
para derramar sobre mis piernas los llantos
con formas de letras,
porque son sólo mis versos lo que de mi sabes cada día,
porque me cuentas que indagas mis coplas
como mis ojos te desnudan cualquier día
en que apareces a los lejos,
sentada mirando pasar y pasar el horizonte,
vaya horizonte que pasa y no se acaba,
que avanza en la eternidad de este viaje que si por mi fuera
tuviera un sorbo de tu cuerpo como parada,
y donde no tendríamos que bajarnos para que comiencen a
llorar las estrellas escondidas en la luminosidad que
este ingrato día nos regala en nuestras cabezas.


Pero se da que el boleto está perdido entre tus pechos,
aunque tú solo duermes haciendo de cortés amilola mía,
para no eyacularme en la cara que aburrida estás
en los días que junto a melodías cubanas hemos pasado,
que en medio de una laguna te he visto masturbando tus pies
bajo los intensos grados que sobre el vino escondido en mi chaqueta
se han esparcido,
y que no quieres odiarme como hace unos meses,
por lo que prefieres jugar en la inconciencia
hasta que el auxiliar con cara de zombi interrumpa mi universo
de bellas canciones que te canto en el silencio.


Y por mientras en las afueras,
siguen esperando los paisajes
para que cualquier alto rubio o de ojos estirados
saque la registradora e inmortalice la escena, en la que en alguna esquina
estaremos tapándonos la cara,
para que nunca sepan, en lo real, que alguna vez
volvimos a dormir juntos,
en quién sabe qué día de esta extravagante expedición.


Ay mi amilola que veo terminar el sueño
y comienzo sin consentimiento a soltar las riendas de mi cuerpo,
que no deja de vibrar porque las ruedas ya no tienen las mismas ganas,
y siento a mi sombra cantar en un templo porque será la última vez
en estos días,
que podré decirte a la cara que hipnotizado sigo,
pese haber incendiado el cielo hace un año para no verte
en mi memoria,
y que retorcí el silencio para no tocar más la guitarra
ni embriagarme en estos papeles recordándote
bajo la sombra de la luna.


Ay mi amilola que quedo enterrado en los sudores del desierto
que ahora en mi cabeza descansa,
y que triste siguen impreso mis ojos
por no aprovecharte en los kilómetros que se han muerto,
por tener la cara de apatía en varios que fueron lo momentos
donde pudo todo nadar en la blasfemia de nuestras miradas,
donde debimos besar nuestros zapatos para estirarlo hasta
más allá de la elipsis de este funeral
que en mi cabello comienza a resecarse
hasta que mi cama me reciba
como inerte sombra de fin de año,
con la soledad de un calor entrando por la ventana
y con nadie en los pasillos que me sobe el lomo,
asintiendo mi cansado discurso de que aun la quiero,
de que la extraño y que no lloro porque la esperanza,
esa que tanto odia Nietzsche, sigue caminando entre
mis manos,
y que me hacen sonreír de aquí hasta que mi canas
peregrinen por mi cabeza en los últimos años en que
la tierra soporte los pasos que mi cuerpo tenga pensado regalar.


Solo pido entonces en estos momentos,
que a mi muchacha por ningún motivo me la dejen sola,
pues su vestido aun sigue suelto y necesita quizá más voces,
o a lo mejor quiera que yo no calle,
y que siga gritando hasta que mueran mis ojos
que será solamente ella mi única y más bella musa
de nombre amilola.


miércoles, diciembre 05, 2007

VIAJANDO CON LA AMILOLA I



[IDA]

Tengo un millón de versos
velando tu rostro mientras,
cerrando los ojos vemos pasar
resecos bosques,
hosterías sedientas pidiendo
a gritos que esta mole que hoy nos transporta
decida matar sus ruedas
y secar los sudores con alguna
botella de no sé cuantos litros bajo cero,
en medio de vientos escasos
junto a festivales de kilómetros violados
por diferentes capoes,
ardiendo vapores sucios derramados en la túnica
que porta el inspirado sol que nos vigila.


Risa me causa escuchar tus narices que interrogan
a mi cabeza preguntándole si hay memoria
que hagan recordar las mismas voces que hoy nacen de tu rostro,
mientras sigues en quizá qué mundo
explotando tu inconciencia,
y yo mudo y congelado me encuentro observándote las mejillas
cuando susurras el peso de tus ojos por el madrugado día,
te miro hasta la más escondida pisca remojada sobre tu piel
que ya comienza a seducirme,
sin importar las atentas pupilas del pequeño chiquillo de adelante
que tiene la obsesión de mirarnos,
como si esperara a que te tomara en brazos y te aniquilara los labios
con todo el hierro de mi pecho que hasta hace unos días lo tenías carcomido.


Consumo tus senos alumbrados por el reflejo de los árboles que corren
junto a la ventana,
te ojeo los lentes que dibujan mi retrato en el avance de este luminoso día,
te miro y no me canso de llorar entre mi frente
por saber que amarme no quieres,
que en tu agenda el lápiz de mis versos se ha quedado sin tinta,
y que hoy tengo marchita el alma,
marchita en este racconto que me tortura
las sienes cuando dormida te veo tirada botando
musgo de entre tu boca,
así como hace justo un año ensuciabas mi cama
repitiendo la escena.


Y es que sobre estas ruedas retomo el holocausto de hace unos meses,
y cuento a viva voz que te amo hasta la muerte de mi cuerpo,
y pienso que si la vida por definida vez decida tenernos
como carne independiente,
entonces ruego quedar entre algunos fierros,
atrapado en medio de un lago con este bus mirando el piso,
y así desfallecernos en el fallecido viaje desfallecido,
que en este mismo instante comienza a terminarse.

lunes, diciembre 03, 2007

LA AMILOLA II



Hoy hablé contigo de mis versos,
porque te ví golpeando la puerta de mi terno,
golpeabas y golpeabas mientras mis manos comenzaban
a danzar descontroladas por la frecuencia de un puto parkinson,
y ante tus ojos me instalaba la máscara
para evitar cualquier denuncia de la sangrienta batalla
que tienen a mis neuronas atrincheradas,
evitando la masacre de hasta la más escondida y silenciosa hormona,
porque el miedo de soltar el puño oculto entre los bolsillos
podrían en un respiro dejarte sin vida,
botada y tendida sobre mi sombra besando hasta la última gota de mi saliba,
que poco te estiman por haberlas dejado así frente a la más
negra de las sillas,
perdidas entre tanto llanto en medio de vientos solitarios.



¿Ves lo que produces? ¿Sabrás que desde ahora mis noche están muertas?,
Porque no habrá inconciencia que me impida sentarme como niño
a mirar las estrellas,
y pensar que la luna nos tiene a los dos enfocados
mientras el mundo eyacula ronquidos hasta que el gallo diga
que todo no existe,
y que sólo está presente el lado cursi de mis sienes
que empiezan a pensar que tú poco es lo que me quieres,
y hacer bla bla del pesimismo causante de aquel delirio
que nos hizo separarnos justo cuando comenzaba a amilolearme.



¿Dejarás ya la ignorancia,
y te darás cuenta que mi cuerpo es un sismo ante tu vientre?



Comprenderás, amilola mía, que solo el diminuto segundo en que
decidiste en mi rostro rozar tu mejilla para efectuar el protocolo de
saludo,
bastó para hacerme perder la vida, para quitarme la razón
y hacer vibrar mi cabeza buscando alguna imagen descansada
entre la línea que me hace amarte y a veces odiarte,
vaya incertidumbre,
si por momentos quisiese callarte y robarme tus labios,
porque mientras parlan tu vocablos contándole a mi oído
de un qué sé yo de tu vida,
imagino verte desnuda así sentada
en el pasillo que ahora nos cobija,
haciendo de antiguos amilolos
y jugando a que el tiempo no existe,
como en estos segundo me está graficando el recuerdo.



Pero pasa que sigues moviendo tu boca,
no callas y yo soy un sordo ante tu figura,
porque quiero raptarte los ojos y dejarlos de por vida
sobre mi pecho,
tomarte y desearte hasta que muera mi cuerpo,
todo esto mientras me sigues diciendo que tu vida poco es lo que
camina,
que sonrisas tienes de habernos visto luego de quién sabe cuanto tiempo,
y más bla bla que sólo me alimenta la rabia estrepitosa
de que te hagas la desentendida,
y no aciertes la comprensión
de que muero con cada letra tuya,
que estoy encarcelado desde hace más de una hora
entre el tibio aliento que tu voz vomita hacia mis sienes.



Y sé quizás que estas letras de poema no tengan nada,
pero poco me importa,
porque hoy no quiero ser poeta, sino confesante,
y así no le miento al cielo si le digo que hoy te amo,
así de fácil,
hoy digo que te amo incluso con la toxina que me trae recordarte,
te amo cuando me insulta tu cabeza,
cuando me dices que ya no tienes lágrimas
para telefonearlas cuando te sientes sola,
te amo circunscrito con la idea de saber que serán agendados nuestros cuerpos
para brindarle honores al tiempo
que hoy, me convenzo, por el vital descanso de mi cabeza,
sólo y nada más que esporádicamente nos debiera juntar.