viernes, diciembre 28, 2007

POEMA DE NAVIDAD


En cualquier calle y sobre ruedas pasan abanicos
con formas de espejos,
con cuarentonas mirándose el rostro
y el de sus hijos, el color del auto, el sabor del vino,
el olor brillante de alguna pócima francesa
que solo hace tener su vista militarizada en lo que muestra el parabrisa,
mientras a los niños a su espalda les ordena taparse los ojos,
y evitar mirar a sus izquierdas donde en la vereda
yace muerta una mesa tan larga como cualquier boleta
que sale de alguna tienda,
donde se divisan 200 cabezas portando diminutos años,
algunos llevando canas empolvadas por el agua que no existe,
algunos aun con la sangre infectada por tener camas de cemento,
otros con narices a punto del estallo,
porque tienen su piel observada nada más que por algún huérfano cartón
en las orillas donde juegan los niños
a contar las gotas que sus techos
les regalan en el nebuloso invierno,
también se ven arrugas lloriqueando
por las activas manos de varios jóvenes que portan algún ave muerta,
lista y dispuesta a entusiasmar los vasos para gritar sonrisas en una noche buena.


Y es que una infante aun sin habla conoce muy bien de estas fechas,
porque sin saber de mi rostro y sin odiar mi limpio chaleco
me estira sus brazos para bombardear mi mejilla con interminables babas,
que para ella son besos,
que para mi son llantos más allá de los minutos adrenalínicos
que fecunda su pequeña figura aleteando en medio de la noche,
pues llevo 35 lágrimas vomitadas en estas letras,
porque he llorado más que un cuico que esa noche vio vacío
su adornado pino,
y porque además
lejos tengo a ese individuo que me llama socio,
al que me llama hijo a quienes me llaman brother,
porque la calle penquista me absorbió el egoísmo
y me transformó en psicoanalista de los desarmados triciclos,
en paraguas de un par ojos que botan lluvias cuando perciben
el aroma desinteresado que desaguan unas bellas muchachas
que dejan sus árboles para parir más labios estirados
y un sin número de mejillas levantadas,
bajo las nubes rabiosas que desde una hora nos apunta
el miedo con su cañón amenazante.


Entonces no me digan ahora ustedes,
que fueron felices en sus podridas casas aquel 24,
que sienten tener la luna en sus entrepiernas
por ver reír al acomodado escuincle sobre la nueva bicicleta,
que yo viví solo esa medianoche,
que yo viví solo ese 25,
y que hasta estos días no paro de eyacular sonrisas
por dejar en la basura los regalos de género y plástico,
y aceptar como psicópata orgásmico los obsequios de la mente
que una infinitiva mujercita me obsequió sobre mi hombro,
regalos, por cierto, más duraderos que cualquier autopista
o guagua animada que el estúpido de pijama rojo pudo haber traído.


No me digan lo que es reír,
si no saben lo que es llorar.


lunes, diciembre 24, 2007

EN LA 23 15


Demasiado ruido camina en algún burdel
reposado en esta Villa,
demasiadas voces pernoctan en el pasaje
donde yacen piedras cayendo del pasado,
demasiadas mañas se vomitan en la 23 15,
justo a un costado donde se cantan todos, y a destajo,
que sus muebles gozan en la Producción y Comercio,
en este cerro pavimentado de chubis ampliados
y algunos con autos,
ahí señores,
donde se aloja la 23 15,
y donde ya no vivirán más las chifladas sombras
que por un tiempo decidieron guardar sus cuerpos
entre estos blancos cercados,
tres sombras mirándose desnudos por dos años,
una sombra mirando desnuda a la otra por tres meses,
todo ocurrido en la sub casas de las 23 15.


Y es que los vecinos reirán pariendo dudas
cuando vean las moles con ruedas instaladas cerca de sus jardines,
retirando o quizás robando parlantes y cajones,
también ropa y dos pantallas que se van de mi búnker
para tal vez dónde aglutinarse en algún frío
y extraño campo de concentración.


Pero más nostalgia me causa el saber que varias faldas,
que un par de espejos y 4 libros, entre otras posiljas,
tendrán que morir fuera de esta puerta,
desde aquellos meses en que un par de lentes
las trajo a mis paredes, literalmente hablando,
para luego abandonarlas hasta estos días,
cuando veo a esos mismos lentes
doblando géneros y juntando las cintas
para subirlas a un carro verde oscuro que aún no llega,
todo esto, señores míos,
en la niebla circundante por la 23 15.


Tendré que yo dejar también las visiones
y comenzar a imitar a estos dos cristales,
que en la 23 15 hace varios minutos que ya no están,
y tener que apagar las luces dejando cualquier cosa
menos silencio,
en esta cueva que sabe de mi
incluso más que mis propios padres,
por lo que no me quedan más esperanzas
que reunir todas las bolsas
y abrir la boca para tragarme las sienes,
siquiera sea por un minuto.


Y deberán saber ustedes grandes lectores,
que tengo más letras que contarles,
que ganas no tengo ni por un segundo de callarme,
pero sucede que se me acaba el mando dentro de estas ventanas,
y un señor de las llaves me hace pelear con el poco tiempo que me queda,
por lo que tomo mis últimas cunas y cierro la tinta,
no sin dejar por supuesto alguna lágrima entre las alfombras,
y junto los ojos quizás para siempre,
de la misma forma en que junto la puerta
que da la bienvenida a las 23 15.




lunes, diciembre 17, 2007

EL AMILOLO


El amilolo sonríe como si alguna luminosidad extraña
lo molestara bajo sus pies,
tiene en sus manos una cámara que de su vida no graba,
solo registra el sabor de sus días en las letras que a veces
descarga en el humedal de su cama,
porque su cama tiene oídos,
tiene ojos donde lee de su espalda la máscara reinante en sus pasillos
de vida cotidiana.


El amilolo tiene sus ojos a punto del sexo,
coquetean sus pestañas cerca del abismo donde se termina la conciencia,
porque el peso de su casco portando los peluches que pudieron ser,
y que hoy siguen esperando compradores en alguna sucia tienda comercial,
están boleteando su sabiduría
hasta hacerlo vomitar la muerte de unos pechos,
esos pechos
que de modelo escotada poco es lo que saben,
pero de cobijo bajo la noche fueron fieles piezas de sinfonías,
que en algún podrido tiempo lo dejaron llorando en los laureles
cercano a la esquina donde trabaja la muerte.


¿Qué hacer para calmar esta civil guerra de sus neuronas?


Los recuerdos ya no gritan,
ni buscan el cambio de sus propios epitafios,
solo descansan atentos a lo que el amilolo le espera.
Pero él siente miedo,
porque tiene cerca a la esperma causante del sismo
descontrolado de su voz,
de la estrepitosa hecatombe naciente de sus sienes,
mientras ella solo mira pasar y pasar las letras,
como si nada de nervios entre los labios se ha franqueado,
como si todo el sol saludara en cualquier día
cuando el amilolo ve a su musa semi desnuda
madrugando en su cama tras largas confesiones
de que la vida no existe sin el sudor depresivo de su tierna sonrisa,
que nuevamente seducen la angustia que tuvo cerca del sarcófago
al despilfarrado amilolo.


Aunque el amilolo hoy sigue en el exilio de lo normal o subyacente,
vive clandestino entre la niebla que produce la petisa
de hermosa vista,
ese caramelo que canta la Bersuit, cuando en sus oídos
caen las caderas de la amilola,
posando su discurso de que nada es lo que funciona,
de que la muerte es la amiga del chat que mueve los dedos esperando
a que se junten cualquier minuto,
en el momento preciso en que estas letras se redactan para que el lector
sea el distinguido inerte que poco entiende
de los versos míos,
aunque diminuta es la importancia,
pues siquiera habrá sabido e imagino que con dolo,
sin al menos haberse masturbado de fondo con esta historia,
quien es precisamente el que se ha llamado en este escrito
y sin más elogios,
como el justo y enamorado amilolo.


sábado, diciembre 15, 2007

BAJO EL POLVO*


Ven ustedes a los adobes lagrimeando,
ven ustedes las huellas de dos cuerpos sepultados
con sangre quieta en sus cabezas,
mientras los lentes se pasean contándole a todo un pueblo
derramado en la faja más larga y angosta del planeta,
que en esos suelos se ha enojado la tierra,
quizás nerviosa se ha alterado por los embates del hombre
en el sur, centro y norte de Chile,
quizá sea el castigo que nos merece nuestra pasividad
ante el diablo dientudo que pone dólares sobre la mesa
para destruir lo que sea necesario,
y así seguir llenándose los bolsillos
hasta que las aguas y los bosques se acaben,
oh! que llanto es el que cae en esta tierra,
30 mil brazos tomándose la cabeza,
viendo desmayarse sus techos,
mientras la tierra sigue molesta,
sigue molesta en el paseo de la noche,
cuando los niños caminan
buscando en los tachos fríos y empolvados
alguna hierba aunque sea podrida
que calme un poco la desesperanza proveniente de los vientres,
de las lenguas que se ven abandonadas en medio de una sequía
que amenaza con matar el parpadeo lagrimoso del pueblo maldito,
ese que urna no tuvo para dormir bajo la tierra
ingrata de hace unos días por la tarde.


Y es que hoy sólo veo el desierto recién engendrado
sobre sus casas, sobre sus patios y por qué no sus pensamientos,
también veo chiquillos jugando a las escondidas entre los escombros
de una vida sepultada entre la niebla,
entre la humareda con olor a infierno que flota por las cabezas
de familias de hombros levantados,
de manos vacías hurgando entre pasillos clandestinos
de un deseo natural de respirar la vida
y no el polvo circundante entre los ojos
que sin agua ni comida
parecen desvanecerse bajo los azotes de insensato
y crudo peregrinaje del sol.


Y es que sucede que hace tan solo una par de horas confundía
a los sufridos seres, con los terneados tipos portando grabadoras
y flashes, quienes me contaban que la señora juanita
tenía el alma podrida por ver caer su cuerpo entre esas paredes que ya no existen,
todas y cada unas de las antenas transmitiendo el mutismo
de los distintos proyectos que sumergían el razocinio
en cualquier grieta bajo las calles de Tocopilla,
bajo las sienes de las arrugadas pieles con mejillas mojadas
escuchando preguntas aleteadas por sensacionalismo
capitalino,
ese que cruza cordilleras sin utopías ni buenos deseos,
más que sólo el de ver los infinitos papeles agrupados en varias ligas
entrando a merced de los asientos de bellas corbatas,
que llorar solo hacen por ver morir las paredes
y no por ver este atlantis bajo el reseco ruido
que por esta tarde continúa vomitando el polvo.


Y escribo todo esto hermanos míos,
porque dos semanas no bastan para olvidarlos
y pensar que ya no existen,
porque en 20 días 15 mil cabezas no fecundarán sus propias casas
que les permitan beber tranquilos lo poco de vida que por esas calles
le ha dejado el tiempo,
ni menos pensar que todo esto es una blasfemia engendrada
en un nocivo sueño,
entonces es que me pregunto donde es que están los micrófonos
que ya no me cantan la muerte del suburbio,
donde están las lentes que no me enfocan la intimidad
de señores herejes tirando sollozos a las atentas nubes
que escondidas en alguna esquina no se han ido
como estos otros falsos comediantes
que vistieron de empresarios sociales ofreciendo amargas
sopas,
que me hicieron llorar inocencia sin darme cuenta
que entre cada niño sobando sus heridos y desnudos pies
me invitaban a comprar en esas sucias tiendas
donde se derrochan barrilles millonarios en caras perfectas
para que me digan como gaznápiros
lo que debo hacer cada viernes por la mañana,
sin importar si quiera el sabor de las lágrimas que el pueblo
bajo la sombra del aquel mapa que ya no existe
ha derramado por incontables segundos
desde que la tierra tuvo su momento de arrebato.


Y no quiero ser aquí un resentido
ni mucho menos débil criticante,
sólo quiero contarle a estas letras que a millones de pasos
donde aun se sacude el polvo que ha dejado el desconsuelo,
hay un enajenado cuerpo llorando junto a la misma tierra
causante de todo delirio,
y que cada mañana se pregunta si quedarán niños
pidiendo a destajo,
que vuelvan los camiones portando antenas mirando el cielo,
para que le cuenten a la nieve,
a las islas, a la cordillera, al campo,
a la lluvia, a los cerros, a la costa
y al desierto,
que nada ha mejorado desde que el piso
sintió el nerviosismo de perder la sinapsis
y dejar, como santo embriagado,
un prado vuelto en lluvia por tanta desgracia
circundante entre el polvo que ya comienza a suicidarse.



*Dedicado, en humildad literaria, al mediático y rápidamente olvidado pueblo azotado hace unos meses atrás por el sismo que dejó sepultado entre la nada a la ciudad de Tocopilla. Que las letras hagan fuerzas, que los versos concienticen y que los brazos intervengan en tan malogrado sector...

(Foto: ElFrancotirador.cl)

miércoles, diciembre 12, 2007

YO VI TOCAR A SILVIO JUNTO A UNA MUCHACHA


Yo vi tocar a Silvio
sumergido entre los golpes y las mañas
que el cielo recién bañado nos tenía
como presente, en la aproblemada tarde
de tantas cabezas mirando las luces que prometía aparecer
en unas horas más,
cuando junto a sus letras naciera la noche cantando La Era
y quién sabe qué más versos,
haciendo revolución en melodías que sacan llantos
cuando vomitan las tonadas caribeñas.


Yo vi tocar a Silvio un domingo por la tarde,
acompañado de dos damas,
una de mi sangre y la otra de mis sienes,
con quienes escuchamos y supimos de las minas
del rey Salomón que allí en el cielo descansaban,
supimos que es necesario partirse en dos
para no tener que cantar canciones decentes,
supimos también de una muchedumbre que cantaban como santos
cada cuerda que Silvio zanjase entonar,
aun cuando unos hombres de negro lo llamasen constantemente
para bajar del escenario,
porque el protocolo lo esperaba en alguna esquina tras bambalinas.


Yo vi tocar a Silvio teniendo sentada a mi izquierda
la mujer que me hizo comprenderlo,
lo escuchamos hasta que los zapatos decidieron mandarnos,
ella jugando a ser artista y yo escribiéndole al recuerdo,
justo en medio de parlantes que a punto nos tuvo de un abrazo
entre tantos codos peleándose la vista del viejito cubano.


Yo vi tocar a Silvio su canción protegida,
movía sus dedos coordinando la boca para decirnos
que La Era nos pertenecía,
tanto a mí como a la muchacha que ahora sin lentes posaba su cuerpo
en el sonido de las voces
que el guerrillero de las cuerdas nos cantaba
solo a nosotros,
y que nos repetía una y mil veces
que debíamos llorar porque paríamos nuestros corazones
a la vista y paciencia del creador,
su creador que hace varios meses me vienen diciendo
que no olvide a esa muchacha,
porque mis labios podrán decir que todo el calvario quedó dormido
en algún epitafio,
pero mi pecho en el silencio seguirá botando lágrimas
por saber que sólo y nada más que una sonrisa
es lo que esa bella musa podrán regalarme.


Yo vi tocar al Silvio junto a mi muchacha,
y sentí un orgasmo con el tibio esbozo de su rostro,
pues tuve sexo más de dos horas con esas voces que a mi lado germinaban
descontroladas repitiendo las letras del cubano,
porque ella también vio tocar a Silvio,
pero aun no deja el mutismo que me permita conocer
si logramos consensuar solo una tonada
que nos haga morir juntos en nuestra trova predilecta,
esa que porta el pasmoso sobrenombre de La Era.


Fui feliz. Yo vi tocar a Silvio y estaba con mi muchacha…



lunes, diciembre 10, 2007

VIAJANDO CON AMILOLA II


[REGRESO]

Tuve que dejarte
cuando mirabas mi rostro en la ventana
disfrazada de espejo,
tuve que dejarte con el ceño fruncido
por quedarme nuevamente con palabras
en mi boca,
por saber que pasarán muchas horas
antes de volver a jugar con mis hormonas,
y mis neuronas,
por volver a ser un muchacho de pelo largo
perdido entre tanto libro y tanto discurso
que a ti tan poco es lo que te importan,
y tendré que volver a sentarme como ahora
para derramar sobre mis piernas los llantos
con formas de letras,
porque son sólo mis versos lo que de mi sabes cada día,
porque me cuentas que indagas mis coplas
como mis ojos te desnudan cualquier día
en que apareces a los lejos,
sentada mirando pasar y pasar el horizonte,
vaya horizonte que pasa y no se acaba,
que avanza en la eternidad de este viaje que si por mi fuera
tuviera un sorbo de tu cuerpo como parada,
y donde no tendríamos que bajarnos para que comiencen a
llorar las estrellas escondidas en la luminosidad que
este ingrato día nos regala en nuestras cabezas.


Pero se da que el boleto está perdido entre tus pechos,
aunque tú solo duermes haciendo de cortés amilola mía,
para no eyacularme en la cara que aburrida estás
en los días que junto a melodías cubanas hemos pasado,
que en medio de una laguna te he visto masturbando tus pies
bajo los intensos grados que sobre el vino escondido en mi chaqueta
se han esparcido,
y que no quieres odiarme como hace unos meses,
por lo que prefieres jugar en la inconciencia
hasta que el auxiliar con cara de zombi interrumpa mi universo
de bellas canciones que te canto en el silencio.


Y por mientras en las afueras,
siguen esperando los paisajes
para que cualquier alto rubio o de ojos estirados
saque la registradora e inmortalice la escena, en la que en alguna esquina
estaremos tapándonos la cara,
para que nunca sepan, en lo real, que alguna vez
volvimos a dormir juntos,
en quién sabe qué día de esta extravagante expedición.


Ay mi amilola que veo terminar el sueño
y comienzo sin consentimiento a soltar las riendas de mi cuerpo,
que no deja de vibrar porque las ruedas ya no tienen las mismas ganas,
y siento a mi sombra cantar en un templo porque será la última vez
en estos días,
que podré decirte a la cara que hipnotizado sigo,
pese haber incendiado el cielo hace un año para no verte
en mi memoria,
y que retorcí el silencio para no tocar más la guitarra
ni embriagarme en estos papeles recordándote
bajo la sombra de la luna.


Ay mi amilola que quedo enterrado en los sudores del desierto
que ahora en mi cabeza descansa,
y que triste siguen impreso mis ojos
por no aprovecharte en los kilómetros que se han muerto,
por tener la cara de apatía en varios que fueron lo momentos
donde pudo todo nadar en la blasfemia de nuestras miradas,
donde debimos besar nuestros zapatos para estirarlo hasta
más allá de la elipsis de este funeral
que en mi cabello comienza a resecarse
hasta que mi cama me reciba
como inerte sombra de fin de año,
con la soledad de un calor entrando por la ventana
y con nadie en los pasillos que me sobe el lomo,
asintiendo mi cansado discurso de que aun la quiero,
de que la extraño y que no lloro porque la esperanza,
esa que tanto odia Nietzsche, sigue caminando entre
mis manos,
y que me hacen sonreír de aquí hasta que mi canas
peregrinen por mi cabeza en los últimos años en que
la tierra soporte los pasos que mi cuerpo tenga pensado regalar.


Solo pido entonces en estos momentos,
que a mi muchacha por ningún motivo me la dejen sola,
pues su vestido aun sigue suelto y necesita quizá más voces,
o a lo mejor quiera que yo no calle,
y que siga gritando hasta que mueran mis ojos
que será solamente ella mi única y más bella musa
de nombre amilola.


miércoles, diciembre 05, 2007

VIAJANDO CON LA AMILOLA I



[IDA]

Tengo un millón de versos
velando tu rostro mientras,
cerrando los ojos vemos pasar
resecos bosques,
hosterías sedientas pidiendo
a gritos que esta mole que hoy nos transporta
decida matar sus ruedas
y secar los sudores con alguna
botella de no sé cuantos litros bajo cero,
en medio de vientos escasos
junto a festivales de kilómetros violados
por diferentes capoes,
ardiendo vapores sucios derramados en la túnica
que porta el inspirado sol que nos vigila.


Risa me causa escuchar tus narices que interrogan
a mi cabeza preguntándole si hay memoria
que hagan recordar las mismas voces que hoy nacen de tu rostro,
mientras sigues en quizá qué mundo
explotando tu inconciencia,
y yo mudo y congelado me encuentro observándote las mejillas
cuando susurras el peso de tus ojos por el madrugado día,
te miro hasta la más escondida pisca remojada sobre tu piel
que ya comienza a seducirme,
sin importar las atentas pupilas del pequeño chiquillo de adelante
que tiene la obsesión de mirarnos,
como si esperara a que te tomara en brazos y te aniquilara los labios
con todo el hierro de mi pecho que hasta hace unos días lo tenías carcomido.


Consumo tus senos alumbrados por el reflejo de los árboles que corren
junto a la ventana,
te ojeo los lentes que dibujan mi retrato en el avance de este luminoso día,
te miro y no me canso de llorar entre mi frente
por saber que amarme no quieres,
que en tu agenda el lápiz de mis versos se ha quedado sin tinta,
y que hoy tengo marchita el alma,
marchita en este racconto que me tortura
las sienes cuando dormida te veo tirada botando
musgo de entre tu boca,
así como hace justo un año ensuciabas mi cama
repitiendo la escena.


Y es que sobre estas ruedas retomo el holocausto de hace unos meses,
y cuento a viva voz que te amo hasta la muerte de mi cuerpo,
y pienso que si la vida por definida vez decida tenernos
como carne independiente,
entonces ruego quedar entre algunos fierros,
atrapado en medio de un lago con este bus mirando el piso,
y así desfallecernos en el fallecido viaje desfallecido,
que en este mismo instante comienza a terminarse.

lunes, diciembre 03, 2007

LA AMILOLA II



Hoy hablé contigo de mis versos,
porque te ví golpeando la puerta de mi terno,
golpeabas y golpeabas mientras mis manos comenzaban
a danzar descontroladas por la frecuencia de un puto parkinson,
y ante tus ojos me instalaba la máscara
para evitar cualquier denuncia de la sangrienta batalla
que tienen a mis neuronas atrincheradas,
evitando la masacre de hasta la más escondida y silenciosa hormona,
porque el miedo de soltar el puño oculto entre los bolsillos
podrían en un respiro dejarte sin vida,
botada y tendida sobre mi sombra besando hasta la última gota de mi saliba,
que poco te estiman por haberlas dejado así frente a la más
negra de las sillas,
perdidas entre tanto llanto en medio de vientos solitarios.



¿Ves lo que produces? ¿Sabrás que desde ahora mis noche están muertas?,
Porque no habrá inconciencia que me impida sentarme como niño
a mirar las estrellas,
y pensar que la luna nos tiene a los dos enfocados
mientras el mundo eyacula ronquidos hasta que el gallo diga
que todo no existe,
y que sólo está presente el lado cursi de mis sienes
que empiezan a pensar que tú poco es lo que me quieres,
y hacer bla bla del pesimismo causante de aquel delirio
que nos hizo separarnos justo cuando comenzaba a amilolearme.



¿Dejarás ya la ignorancia,
y te darás cuenta que mi cuerpo es un sismo ante tu vientre?



Comprenderás, amilola mía, que solo el diminuto segundo en que
decidiste en mi rostro rozar tu mejilla para efectuar el protocolo de
saludo,
bastó para hacerme perder la vida, para quitarme la razón
y hacer vibrar mi cabeza buscando alguna imagen descansada
entre la línea que me hace amarte y a veces odiarte,
vaya incertidumbre,
si por momentos quisiese callarte y robarme tus labios,
porque mientras parlan tu vocablos contándole a mi oído
de un qué sé yo de tu vida,
imagino verte desnuda así sentada
en el pasillo que ahora nos cobija,
haciendo de antiguos amilolos
y jugando a que el tiempo no existe,
como en estos segundo me está graficando el recuerdo.



Pero pasa que sigues moviendo tu boca,
no callas y yo soy un sordo ante tu figura,
porque quiero raptarte los ojos y dejarlos de por vida
sobre mi pecho,
tomarte y desearte hasta que muera mi cuerpo,
todo esto mientras me sigues diciendo que tu vida poco es lo que
camina,
que sonrisas tienes de habernos visto luego de quién sabe cuanto tiempo,
y más bla bla que sólo me alimenta la rabia estrepitosa
de que te hagas la desentendida,
y no aciertes la comprensión
de que muero con cada letra tuya,
que estoy encarcelado desde hace más de una hora
entre el tibio aliento que tu voz vomita hacia mis sienes.



Y sé quizás que estas letras de poema no tengan nada,
pero poco me importa,
porque hoy no quiero ser poeta, sino confesante,
y así no le miento al cielo si le digo que hoy te amo,
así de fácil,
hoy digo que te amo incluso con la toxina que me trae recordarte,
te amo cuando me insulta tu cabeza,
cuando me dices que ya no tienes lágrimas
para telefonearlas cuando te sientes sola,
te amo circunscrito con la idea de saber que serán agendados nuestros cuerpos
para brindarle honores al tiempo
que hoy, me convenzo, por el vital descanso de mi cabeza,
sólo y nada más que esporádicamente nos debiera juntar.


viernes, noviembre 23, 2007

A SALVADOR ALLENDE



Dirás que poco sé de la pólvora rodeante en tus mejillas,
dirás sobando mi hombro que no estuve cuando lloraste,
cuando clavaste tu sangre en la bandera vuelta en armas,
dirás que nacer no pensaba cuando Dawson y Grimaldi levantaba su mano,
ni cuando a Prats y Letelier le incendiaron el discurso,
pero sé al menos que no me cerrarás la boca para que duerma la historia,
ni harás que maten mis ojos, como algunos otros en estos días intentan hacerme,
con todo el vaticinio de un perdón que ni en la tierra ni en un baño existe.

Mas sé que sonreirás si te digo que ni a la pala,
ni a las manos en las frutas, ni a los cascos mecedores de linternas
han logrado matar,
tampoco a los niños de morrales y corbatas obligadas,
porque mi estimado Salvador,
ellos han hecho llover la ilustración en sus pancartas,
han hecho caer entre sus bocas el ensayo de tu canto,
y de seguro tú estarías hoy en algún podio
tras estas figuras, gritándoles que nada ha cambiado
desde el día en que mataron tu gobierno,
estarías cubriéndoles las espaldas a las banderas que reclaman sus derechos
y alzándole la voz a quienes los reprimen.

Aunque igualmente hoy creo verte triste.
Imagino tus manos sobando tu cabeza
cuando miras hoy en qué anda el hijo que fundaste
junto a Marmaduke y otros seres,
imagino ver tus lentes dando muecas de llantos hacia tu ventana teñida de rojo,
imagino que miras el cielo levantando los brazos,
porque son otros los que hoy recuerdan tu nombre,
los que caminan en las calles pidiendo justicia bajo la lluvia,
porque tú sabes que son otros los que recuerdan tu modelo,
mientras los hijos tuyos yacen encerrados ensuciando sus rodillas
ante quienes aquel día de septiembre te saqueron el alma,
y de las 6 mil más,
entonces, mi desconocido Salvador,
debes saber que a quienes educaste ya no te contemplan en el discurso,
pero qué importa,
porque hippies de pelo largo, barbones antiguos y algunos intelectuales
o porque señoras portando delantales, chupallas y canastos bajo los 30 grados
no cesan de nombrarte, de recordarte y conmemorarte,
porque a las afueras de los flashes y parlantes,
o de papeles y pantallas,
están esas cabezas ignoradas gritando y como dementes,
donde yace tu sombra mirando el cielo,
que viva Salvador Allende.

domingo, noviembre 18, 2007

PERIODISTA ESTUDIANDO DERECHO



Tengo la ambición de enviar al derecho hacia una fosa,
de hacerlo torturar en la oscuridad de mi bolso,
orinarlo,
y por qué no matarlo esta noche, y para siempre,
pues poco sé yo de memoria, ni menos de tecnicismos,
sólo sé del café que en la puerta de la madrugada
no deja de animarme los ojos,
hasta que mi cabeza logre recitar la hermandad de “acciones
típicas, antijurídicas y culpables”,
y así poder triunfar rellenando hasta en las esquinas
los cuadernillos con letras jurídicamente correctas.


Y es que no quiero yo ser parte de capítulos muertos,
ni menos tener que ensuciar mis rodillas
rogándole piedad a los incisos,
porque mi arte no corresponde estar escrito
en artículos,
ni mis ojos deben estar memorizando el delito,
porque me da asco,
porque el olor de las leyes me hacen vomitar el sueño
que sigo teniendo en esta tormentosa noche,
oh! maldita noche,
por eso quiero suprimirle el dolor a mi intelecto
y olvidarme del libro que más de 100 veces
se ha reído por la tarde de mi torpeza.


Entonces, ganas tengo de esconder entre mis carpetas
estas hojas, y que de ahí no salgan por un buen tiempo,
o solo al menos hasta que termine el estallo de mis sienes,
que furiosas están con aquel hombre que en cualquier corte
de ética no sabe,
pero que se enjuaga la boca en nuestras aulas
hablando de lo gaznápiros que somos quienes llevamos el micrófono,
de quienes juntamos las ligas que botan en el uso de sus fardos a fin de mes,
porque nosotros no tenemos fardos, ni autos caros,
porque nuestra profesión de mentirosos, al igual que ellos,
no nos deja sonrisas al ver la incomparable cantidad de ceros
que reciben tras cada blasfemia dicha,
entonces y por todo esto,
pido para mi descanso un recurso de amparo,
que ya no estudio más hasta el examen,
y ojalá que el señor abogado dueño de mi clase
entienda de mi liberta de conciencia que me hace inimputable,
y logre declararme inocente de su ramo,
porque mientras el sol aparece y el café ya se ha terminado,
yo no tengo legítima defensa que permita
tenerme despierto leyendo este puto derecho
que me tiene hasta este día
desesperadamente colapsado.



sábado, noviembre 10, 2007

MEJOR QUE NO ME LEAN



Ay las mujeres de carne vacía;
ay las mujeres ilusas que sólo de bikinis
y tinturas saben;
ay las mujeres que viven en pantallas
y colores rosas, celestes y tiernas amigas
de lo rubio o del sonido de la moda;
ay las mujeres que su tiempo usan
para posar sus pechos
en los corrales de podridas fotos narcisistas;
ay las mujeres que se hacen de lectoras mías
para enmascarase con collares que no les quedan,
y para hablarme luego de mi vida
como si mis letras fueran la niebla de mis
horas,
o el espejo de mi cuerpo inserto en las calles de mis años;
ay las mujeres simples que piensan ver mis versos
como diario autobiográfico;
será por eso que las odio,
será por eso que veo sueltos sus ojos,
desconcertados,
en sus planetas de cabello largo,
pero sin materia,
ni naturaleza creciendo al compás de sus avanzadas primaveras;
y es que hoy me canso de decir: ay las mujeres,
ay de esas fáciles mini faldas,
que creen ver mis sienes llorar cuando escribo a mi amilola,
o a mi metáfora de año nuevo,
pues habrá que decirles que mis poemas no se leen con piernas aceitadas
ni escotes discoteros,
por consiguiente escribo,
a ustedes pudrientas bazofias,
si han de consultarle a mi cabeza su estado tras cada verso mío,
entonces retomen sus vicios,
y si quieren ahorrase mi rostro fruncido,
les recomiendo tan simple como lo simple,
que mejor no me lean.


viernes, noviembre 09, 2007

SERÉ YO



Dejaré por un minuto a la muerte,
a los llantos, a las sienes,
al silencio, a la oscuridad, a la sangre,
a la soledad, al recuerdo,
a la amilola, a doña musa de año nuevo,
a mi cabeza, a mi cuerpo, a mis ojos,
y seré buen poeta escribiéndole a la tierra,
a los perros oliendo huesos bajo la mesa,
a la orina caminando por entre los zapatos
de gente ebria en la fiesta de las 12,
o a la hierba infinita y acolchada,
que hace de aliada en el clímax de los polvos,
y no piensen ustedes, estimados extranjeros,
que hablo de la tierra suelta y perdida entre los aires,
porque hoy también le escribo a las nalgas y a los muslos
y a los pechos y a las faldas,
porque hoy estoy ardiendo,
porque no tengo mente, sólo cuerpo
que yace excitado mirando pezones
junto a una vista que ni mar, ni alba, ni sol acostándose tiene.
Mas no seré yo, por un minuto.


No seré yo, por un minuto,
y me transformaré en Parra,
o González Koppman,
porque a veces pienso que ellos robaron mis letras
cuando recién yo escribía en el cordón
umbilical, pegado a mi madre,
o quizás sea como Rojas hablando de senos,
y mujeres bellas,
oh!, qué bueno que es este Rojas que aún lo veo transitando
por estos años, moviendo su boina cargada de letras
que eyaculan mis manos portando su libro,
y eso que apenas lo conozco,
sí, apenas lo conozco.
Pero hoy da lo mismo, pues no seré yo, por un minuto.


Y si la hora ha de tomar, estimado lector,
bien sabrá que el minuto muerto yace,
y las letras no son más que el vómito de mis sienes
¿o acaso no ha visto que acabo de nombrar otra vez a la muerte?,
también la palabra sien, que tanto me gusta,
y la seguiré escribiendo hasta que me plazca,
porque dejaré de ser yo para ser yo, y hasta el hartazgo,
aún así estén muertas mis manos,
y mi cabeza,
o así mueran también los pueblos,
o la amilola,
o el brillo de aquellos ojos de año nuevo,
o aun si tenga que morir la muerte,
porque entonces cambiaré el escritorio hacia la funda
que verá derretir mi piel,
y pese a todo, en el silencio,
seguiré siendo yo.


domingo, noviembre 04, 2007

DÉJENLA MORIR



Dejen morir a la muchacha,
déjenla lidiar con el morbo de la libertad,
y denle la oportunidad de apuntar y agendar
la fecha de su muerte.


Déjenla gritar, déjenla llorar
en sus últimos días,
déjenla desnuda caminar por la calle de la infamia,
déjenla huir hacia donde habitan mis poemas,
correr hacia mis manos,
que secando lágrimas le echarán sobre su cabeza
el último kilo de tierra,
justo cuando se nos acabe la noche.


Y no le hablen más de batas, ni claustros,
ni salas vigiladas,
tampoco la engañen con mentirosas pastillas;
si la muchacha prefiere morir volando sobre alguna nube
que dormir ciega y con eternos sedantes,
y mas ustedes le siguen la tortura
con recetas de finitud obligada,
como si el tiempo fuera el verdadero regalo de los dioses,
y no el acto de ser soberano de su propio cuerpo.


Qué esperan, qué esperan si ella no cesa su reclamo,
qué esperan ustedes bazofias de paradigma,
acaso tienen muerta la vista
que ignoran la muchacha menstruando deseos libertarios,
acaso no miran sus vómitos de letanía sangrienta,
solo prendan sus ojos y enfoquen los lentes,
malditos espías,
que sobre la pantalla bien la ven desnudándose,
pero se hacen los tontos cuando clama
la ira de muerte en vuestras sorderas.


Ruego cogiendo el vaso y a punto del estallo,
que la dejen morir de una buena vez,
que pueda la muchacha sonreír ante el sarcófago
que junto a mi desaparecida sombra la espera,
y así poder beber juntos,
bajo la tenida del silencio,
el tierno deseo de poder ser huesos
perpetuados bajo el crepúsculo nerudial,
y amparados en sencillos seres libres,
que deciden, así nada más, dormirse en un epitafio.


sábado, noviembre 03, 2007

LA ERA

Poema


La Era yace vomitada en los parlantes a lo lejos,
aparece con su mano sobando nuestras cabezas,
nos mira y bota llantos de un hombre que murió
con su gorra perdida en los primeros días de octubre,
enredado entre ramas y fusiles revolucionarios.


Así suena La Era,
golpeando las paredes ignorantes de sus letras,
haciéndonos creer la historia de una época
tejida de amores y más amores,
cruzadas con tragedia propia de nuestros versos
de historia demracada.


Pero La Era que escuchamos es distinta,
esta Era tiene forma de aura
y de burbuja,
donde yacen dos caras en un museo
de artilugios románticos y anormales.


Y no quiero que hoy me digas
que te han robado los recuerdos,
pues tú sabes cuál es La Era de la que hablo,
nuestra Era vestida abrazos,
nuestra Era cubierta de una solitaria sobremesa
junto cigarrillos encendidos y tazones a medio llenar,
nuestra Era con forma de noche como centro de acogida
de dos cuerpos mirando el inconciente,
nuestra Era disfraza de cuerdas,
más una voz cubana moviendo la boca,
hablo de nuestra Era,
la que despierta mi recuerdo en tu distancia,
y la que supo drogarnos cada noche,
haciéndonos saber de conceptos raros,
de un peculiar festejo que hasta estos días
sigue escrito en las hojas de mis sienes.


Hoy escucho al presente entonando melodías,
portando el lápiz que me hace ser parte
de alguna mundana estrofa,
mientras sigo tallando,
en alguna parte de mi cuerpo,
los poemas que me hacen contener la espera,
cuando en los parlantes y sin cansancio
continua Silvio cantándonos La Era.


miércoles, octubre 31, 2007

YO LEÍ EL CIUDADANO


Entre los musgos y las babas
de papeles coloridos y alargados,
entre gusanos de exquisitos nombres,
pulcros e importantes,
entre parlantes manchados de vinos cuicos,
congrios a la mesa escritos de finos protocolos,
o de buena clase como llaman los tiranos,
entre sucias pantallas infectadas de cruces
con aliento a vaticano,
yo leía el papel de los mapuches,
los reclamos de la tierra siendo toqueteada
por dientudos de sangre incolora,
leía de una brutal violación al mimado humedal del sur de Chile,
leía al charango escribiendo denuncias ciudadanas,
leía mis ansias de pobre periodista
mirando el fardo a fin de mes,
sin siquiera sobornarle a mi cabeza
un minuto de conciencia.


Y mientras Chile es un diálogo de los Edwards,
de un señor Claro, o del sir político canoso
con pinta de galán adinerado,
la señora de poncho que cuelga el crío
con cara de hambre,
opina sus poemas de espátulas y cascos mineros,
opina por medio de los chascones resentidos,
como dirían los de Las Condes,
o la Dehesa,
opina uniendo palabras,
como lo hago yo fuera de mi casa,
que desde hace un rato y no en vano,
mantengo firme mi vista
leyendo El Ciudadano


lunes, octubre 29, 2007

INTROSPECCIÓN I



¿En qué punto de mis años,
dormirá congelada la espuma
de lo absurdo y la miel de la vergüenza?
¿Tendré marchito el cuerpo?,
¿o será mi sencilla esperma
la que enhebra la humillación de mi rostro ante estas musas?


Es el tiempo, más el tétrico avance de mis sienes,
las que provocan el día de la muerte.


¿Existirá el instante en que las risas zanjen el ataúd de mis pasiones?


Tropiezo en el asco de mi rostro,
mientras veo burlas caminado
frente al espejo de mis actos,
al instante en que huyen en silencio
esas burbujas de amores degradados
por las fallas de mi cuerpo,
y la vaga y estúpida monotonía de mi voz.


Mis ojos tienen sabor a sangre,
mis manos cuelgan inertes de mi cabeza
infectada,
y me deshago entre poemas
y canciones que alimentan la ira
de los reptiles ocultos en el cerebro.


Mi cabeza es un alga desnuda sobre la tierra.


jueves, octubre 18, 2007

VÍCTOR JARA II

Poema


Víctor duerme con las letras
derramadas en su sangre.
Víctor hunde su mano en los azotes,
y los sentidos le muerden el cuerpo,
sentidos asustados y adoloridos,
sentidos misteriosos que entonaban su apaleado manifiesto,
sentidos fatigados junto a una bota que acariciaba su cabeza,
sentidos que recuerdan a su paloma,
sentidos que cantan en sus sienes
el arado y el cigarrito,
o algún recuerdo de Camilo Torres,
Ernesto Guevara, o el Río Mapocho,
sentidos que lo hicieron caer a su estadio de muerte,
el que hoy descansa su nombre
posando letras teñidas de patria y valentía.


Víctor besaba el cemento,
lamía obligado el sabor de sus desaguadas rodillas
botando musgos de dolor en los gritos de sus ojos.
Víctor advertía de soplones,
aún con el cáncer vestido de uniforme
mirando a unos metros,
y con la bomba en su pupila a punto del estallo.
Víctor tiene lápiz y una hoja,
y le escribe versos a su gente,
gente crucificada por cristianos ignorantes,
ortodoxos vestidos de guerra ante un inventado enemigo.


Así convive Víctor, entre la muchedumbre extorsionada
y los finales versos de su extendido canto,
el que extendió de aquí hasta Vietnam,
y donde quizá lo lee y escucha
desde alguna discursiva trinchera
la humanidad obrera.


domingo, octubre 14, 2007

LA AMILOLA

Poema


La amilola es un poema,
poema con forma de muslos, de senos, de vientre,
que forman los versos que abrigan mis versos,
los que duermen mi cuerpo
apuñalado con las ganas
de tenerla entre mis manos
recitándole estas letras.


La amilola fue mi novia,
me conoció sin barba jugando a ser joven,
cuando recién era niño entre los pastos
de la neurosis, psicosis,
simbiosis y todas la osis que tengan entre sus dedos
el perfume de la conjugación matemática
entre los AMIgos y los poLOLOS.


La amilola en su boca tenía un lápiz,
cuya tinta emanaba de sus labios con forma de saliva,
con el que firmó junto a mis sienes el pacto de amilolos,
y donde fuimos criaturas inocentes, jóvenes pubertianos
durmiendo en la laguna de plumas de apenas una plaza,
con marco de fierro tipo camarote de internado de niñas
a punto del derrumbe.


Cuando conocí a la amilola, tenía heridos sus pechos,
pero me gustaban sus pechos,
porque me recordaban al yo escolar artista
que alguna vez fui
haciendo figuras de greda en un colegio de sexo prohibido.


La amilola tenía lentes, me sonreía,
caminaba exagerando sus tiernas caderas
que posaba en mis manos cuando abrazados
y elegantes,
comíamos completos en el mercado.
Esa vez, cómo olvidar mi rostro masturbado
en algún espejo de aquel lugar,
cuando como niño lloraba por creerme enamorado
a la vista de los feriantes rascándose la nuca ante mis ojos.
La amilola, pues, me tenía enamorado,
la amilola, pues, me tiene enamorado,
la amilola, pues, me tendrá enamorado,
quizás de ella, o quizá no,
quizás de su siniestra pasión por la muerte,
quizás de sus anticonceptivos,
quizás de sus antidepresivos,
o de la sola razón de saber que me cortó el teléfono
cuando le decía que la amaba.


¿Qué tendrás, mi amilola, que aun ante la displicencia,
me tienes cazando víboras libres y penetrables, para
olvidar el día en que cerraste tus piernas
y me dejaste vomitando el deseo de hablarte
hasta el cansancio de los días que no cesan su avance?


La amilola no sabe que le escribo,
quizá interpreta,
pero no sabe que le escribo.


La amilola piensa que la olvidé,
y quizá la olvidé,
quizá su embase ya no me es reconocible,
quizás su rostro hoy está retocado
buscando su nueva casa,
porque la amilola tiene nueva casa,
y porque ella sí me olvidó,
porque ya no me lee,
porque hoy me subestima,
porque sabe de mi sonrojo
y del terremoto de mi cuerpo
cuando la tengo cerca,
porque la amilola tiembla el sonido de mi boca,
porque la amilola me transforma en estatua sedada
y me hace ignorante, me quiebra el discurso
contagiándome un parkinson con sus ojos.


La amilola lleva una máscara,
y yo no quiero esa máscara,
ni su cuerpo,
yo sólo quiero un segundo
para esbozarle en su rostro
el secreto de mi mente,
y aunque ella no quiera,
sabrá que aún ante la idea de verla
caminando de la mano ante su nuevo muso,
y de verme a mí besando alguna honrada
y falseada buena hembra,
seremos y para siempre
los únicos amilolos del mundo.


(Febrero, 2007)