martes, mayo 10, 2011

EL ABRIGO


De pájaro cantor se encargaron los autos en la cruda avenida,
noche de ojos brillantes y frío embobado,
caminatas sobre el diván de un pueblo,
que cada tarde, suele dejar de ser pueblo.


Allí entre toda esa sinfonía,
las rodillas se asomaron casi por detalle,
debajo del abrigo,
los espirales fogosos de su cabeza
cayeron como aburrimiento hacia Francisco Puelma,
ese día la esquina del folclor.


Allí me quedé yo con cara de nervio,
guardando la evidencia de mis manos
entremedio de los bolsillos,
después vino el abrazo y un poco de historia,
unos versos,
una botella cerrada de vino blanco, ebria entre sus ropas,
un whiskhy a la carta y sin alcohol,
una canción de azares y los pasos hacia no sé dónde,
con la excusa de avanzar, sin siquiera saber cómo avanzar.


Recuerdo que me arreglé la corbata y me amarré los zapatos,
recuerdo que me recordé
lo torpe que soy para ocultar lo que no se debería ocultar,
y aún así pude sobrevivir a los semáforos rojos,
al recuerdo y a la agonía,
a mi cabeza,
a la muerte,


y fue otra vez el pasto de un parque cualquiera,
el cómplice de mi vuelta a la vida,
a las primaveras perdidas,
del otoño y de las mariposas,
embriagadas en vinagres y en palabras
que meses atrás se guardaron sobre otras palabras.


Y todos nos sonrieron,
y yo me sonreí,
escondiendo los garabatos del día anterior,
el restorant japonés, el motel de la fama,
el auto esperando el verde,
el frío rendido ante el ejercicio de nuestros pasos,
todos supieron de poesía y de alegría,
de reconstrucciones memoriales
que mi rostro se encargó de masificar.


Y allí nos quedamos,
como pidiéndole al reloj que mintieran un rato más,
como exigiéndole a la autoridad
que se dediquen a alargar las calles,
con ganas de sacarnos los abrigos, y seguir cantando
y seguir bailando,
sobre la pista urbana, con luces en el cielo.


Pero llegó la esquina que no pudimos sobrevivir,
y nos conformamos con saber que seguimos vivos,
y nos confrontamos con la idea no seguir escondidos,
mientras levanté de entre mi chaqueta
un corazón que volví a dejar entre su cartera,
y así me puse a dormitar,
sus medias negras, perfumaron la despedida,
su abrigo, la inspiración para no volver a vivir
fuera de sus bolsillos.


Entonces entendí que la búsqueda de mi psicomagia, había terminado,
y que cada ondulación derramada sobre su cabellera,
era un poema más,
de los que me quedan por escribir.

miércoles, mayo 04, 2011

CONFESIONES DE AZOTEA



De madrugada hago esfuerzos para volver a nacer en mi azotea,
no me importa el frío ni la soledad,
las melodías ni la maldad,
solo quiero ese pesebre de botellas ardientes
que me lleven hacia la luna,
y bailar sobre sus dientes
y cenar junto a su entrepierna,
mientras las musas y sobre las baldosas
me piden una estrofa más
para sus bikinis que a las cinco de la mañana
prácticamente no me interesan.


La noche es un ajedrez y una ironía,
la desnudés, una velada necesaria,
una fantasía,
que me ayudan a buscar entre las copas
una escalera hacia la eternidad,
nubes de melodías sobre la historia,
diarios de vida pidiendo una que otra poesía
en el escenario de mi verso,
que te dejo en el cajón de tu velador.


Yo apenas tengo mi lápiz,
una velada de tangos y tangas
peleando la primera palabra,
susurros en la pelvis
que piden secreto profesional
para seguir viviendo,
y mi conciencia que mañana pedirá perdón
junto a la resaca de los dioses,
más putos que el papa,
más dócil que el Dalai en llamas.


Apágame esta adicción, rubia del Maipo,
cambia esas sudaderas por mi boina,
no traiciones mi inteligencia,
que aquella guitarra que nunca pude sonar,
sabe mejor que un desfile de modas,
que un blackberry eyaculado
entregando amor desde un cajero automático,
sabe mejor que la fibra y el gimnasio,
que la camisa abierta del rudo tarado en mitad de la barra,
que te excita, pero que no te agita.


Yo tengo un bolígrafo y una historia,
un retrato tuyo escrito en la cama,
un verso crudo que olvidé la otra tarde en el paraíso,
mientras me dormí sobre tu vientre
poco antes de morir,
escribiendo una Olea y una Vergara
a la entrada de tu cuerpo.


Oda al maquillaje, a mis copas demás,
a tu dulzura, a mi locura,
a los astros,
a tu ropa interior,
a los años que te sobran y que te faltan,
a las palabras,
oda para ti y para la luz,
para tu piel,
para el silencio, para mi agonía,
bendita la agonía, maldita apología,


Y si quiero volver a nacer,
que sea en la azotea,
donde pueda gritar la muerte,
si definitivamente te niegas a aparecer.