domingo, enero 16, 2011

CANCIÓN PARA MAÑANA


Probablemente aquella libreta
sane de una buena vez
la enfermedad placentera
de mi voyerismo,

probablemente aún guardes aquel vestido de novia
que hace un par de años te quitaste,
desnuda,
esperándome y sin saberlo,
en la cama de otro
dispuesta a fecundar
este nuevo escrito,

probablemente no sea necesario que cruces las piernas
para encontrar el atajo
que me lleve hacia la cirrosis,
hacia la psicosis,
y terminar enamorando a las putas
en los burdeles embriagados
donde no quisiera volver,

probablemente sigas portando el ramo de rosas
que nunca me atreví a entregarte,
tal vez por cobardía
tal vez por poesía.

Probablemente termine esta noche
rezando sobre el bidet
todo el apocalipsis a la entrada de tus caderas,
besaremos juntos
el último rosario de tantra
con el que quise desmayarte
a la entrada de mi boca,
donde mueren las valientes.

Aunque para ti no tengo balas
ni en mi cabeza
ni en la entrepierna,

entonces pido a Dios que bendiga a las putas,
y que las putas bendigan a los hombres,
y que los hombres bendigan a Dios,
por dignarse a bendecir a las putas,
que tanto nos ayudan a estar tranquilos,
ya sea en el altar,
ya sea en el azar,
ya sea ebrios y muertos,
tirados en algún bar.

Pero me rebelo ante la agonía,
y con mi mejor simpatía
me acerco a preguntarle la hora,
de forma estúpida,
de forma súbita,
mostrando ante su inteligencia
la enérgica corrida de los minuteros
que se dan vueltas en mi muñeca.

Porque apenas conoce mi nombre,
yo a veces recuerdo mi apellido,
y sin embargo,
tengo el valor para seguir vivo,

y a veces soy esquivo,
solo por el temor de caminar en la ruta descompuesta,
estación de tranvía
directa a ese balcón
donde ella se traga con gusto
o con ironía
cada soneto, toda esta sinfonía
con vino y su falda ya muerta en algún cajón,
fumándose el incienso
en el que me quiero quedar.

Propongo entonces,
que te quedes allí
sentada y furiosa,
discreta y amorosa,
explicándole tu escote a los tarados,
ajustándote el vestido,
mientras me miras con ternura
por ser el único en toda esta selva
que sabe de cantarte,
aunque no quieras escucharme,

y probablemente sus dedos
jamás escriban mi nombre,
probablemente mi nombre
jamás besen sus dedos,

y qué importa,
si hoy eres canción en mi festival,
versos con los que moriré
a la misma hora en que se nos vaya la tarde.

Ya mañana, probablemente
tu libreta me haga volver a nacer,
seco y sin pañales,
y me subiré sobre tu cartera,
clandestino,
para dejarte ese otro poema
que desde ahora
y tras esta última frase,
comenzaré a escribir.