viernes, mayo 15, 2009

11/04/2008



Esa noche. Esa puta noche nos acostamos, nos rozamos la pelvis y volvimos al amor. Esa noche te vi dentro de una esfera construida con mi nombre y sólo con mi nombre. Esa noche vimos cantar al ex de los Cadillacs, pasamos la tarde en una burda casa de cerveza, burda y estúpida casa con nombre de estudiantes brutos. Nos alcoholizamos con ese necio nombre de Masivo, que de masivo sólo tenía las ganas. Esa noche recordamos lo que alguna vez fuimos. Esa noche nos amamos, esa noche nos matamos.


Amigo de la muerte, hoy surjo de la vida, para contar que esa noche fue mi juicio final, donde te enamoré en la alcoba de mi cama, donde me amaste en la terraza de mis sueños. Esa noche nací para morir más fuerte.


Esa noche la tengo aún en mi cama, de donde sigo cantando el último verso que me deje con vida. Porque esa noche cerró mi sexo, mientras tú lo abres esta misma noche, con otro escuincle excitado, que no tiene ni un gramo del amor que me hace seguir buscando, en los recuerdos, cada momento de esa puta noche.


LA VUELTA II




Me parece que se me vuelve esa vieja costumbre

de empinarme al seco esos versos que pensé

que estaban muertos,

y sentarme a versar en el lugar donde nací con boina,

en medio de tus brazos que ya no son mis brazos,

abrigando con libros y recuerdos

el frío que se derrama en este extraño Concepción,


me parece que esa poesía nunca estuvo muerta,

y sólo fue la agonía de un coma profundo

lo que me hizo dejarte de escribir

en esta vida que me envenena.


Me parece que sigues lejos

del lugar en que nos conocimos,

y yo sigo fuera de la órbita que te tuvo

sentada y a veces dormida

sobre la desnudez de mi cama,


y es que así nos tienen los dioses,

porque así nos rendimos

para volver a ser normales

y ver la TV como los humanos,

mientras la vida sigue caminando

fuera de nuestras ventanas.


Me parece que no es la casualidad,

la que me tiene escribiéndote estos versos,

y tampoco es la vuelta a este lugar,

lo que me hace verdaderamente feliz.



LA VUELTA I




No sé ni porqué te escribo,

pero te escribo.


No sé si seré ya un poeta ausente,

a quien se le secaron los versos

de tanto marchar en la agonía,

vomitando letras en el desierto,

mientras nos tuvo la vida

juntos en el habla,


y no sé si sigo vivo,

o soy una morsa perdida en medio del pantano,

mi propio pantano,

donde se estruja la belleza que alguna vez tuve

y que pierdo

por la simpleza de la lujuria

que mueve mis días.


Y si este resulta ser un mal poema,

será porque hace rato que dejé de ser poeta,

porque me saqué la manta endiosada

y volví a comer carne con mis símiles de la tierra,

porque dejaste de follar mi cabeza

y regresé a ser un hombre simple,

burdo, estúpido,

jugando con mis pulsos depresivos

en un lugar que no tiene nombre,

porque desconozco.


Pero aquí estoy,

escribiéndote en el desenlace del abril que nos juntó,

varios años atrás;

estoy escribiendo mientras pasan los árboles y los cerros,

mientras corren las casas y los autos

por esta ventana que oscurece más aún la noche,

en esta máquina que me traslada al lugar donde nos conocimos,


estoy escribiéndote sin saber si estás viva,

y si yo estoy vivo.


Pero escribo, tal como el antaño,

surcando los suspiros que produce la noche,

tocándote el rostro en este papel que alguna vez me regalaste,

y besando estos versos,

que alguna vez quisiste.


Hoy vuelvo a escribirte,

mientras ya amanece en este frío Concepción,

al cual acabo de llegar.