Sólo quería un café,
en Santiago, Madrid o Buenos Aires,
sentados sobre los adoquines de Lastarria,
o perdidos en la acera de la calle Sucre,
sólo quería un café
para hincarme a cantar en la medialuna de la ciudad
las letras desesperadas de este anotador
que esperan furiosas escondidas
en el fondo de un guardador.
Sólo quería un café para mirarla y adorarla,
para escucharla burlarse de todos mis versos,
que yo creí dignos de un nobel,
sólo quería un café
para tener la excusa de poder besarle la mejilla
de entrada y de salida,
para poder tener más emociones
que me servirán de poemas
el día de mi juicio final,
para lograr coordinar mi pulso
sin tener que padecer un parkinson insaciable
cada vez que la tengo enfrente,
sólo quería un café,
para escribirle con la servilleta,
lo que nunca me atreví a decirle con la boca,
y así quizás morirme tranquilo
en la víspera de San Valentín,
lejos de las rosas y de los corazones.
Sólo pedí un café con ella, sobre la ciudad,
y termino cansado el día,
sin siquiera haber tenido una respuesta.