jueves, abril 24, 2008

CARTA A UN AMIGO


Te escribo para decirte que te reprocharé hasta mis últimos días
el haberte ausentado de esa forma,
el haberte peleado con la vida
y haber huido sin dejar la carta
que hubiese permitido no tener que secarme,
incluso en estos años,
el líquido grasiento que choca delirando mis zapatos;
y que me hace sonrojar los ojos por tu desaire incrédulo
que me dejó en una sala de pasto junto a un par de árboles,
con la única misión de tener que buscar nuevamente a esos pequeños escuincles
para que se dignaran a pedalear junto a mí un nuevo pavimento,
que bajo la sombra de esta parra hace varios años creamos
en complicidad de tu hiperquinética razón de ser niño.

Te escribo para culparte de toda mi desgracia,
para decirte que desde hoy le temo al agua y a la muerte,
te escribo para contarte que doy viajes inútiles a nuestra tierra,
porque ya ni siquiera quieres abrirme los ojos
cuando frente a tu oscura habitación llevo varios minutos intentando hablarte,
te escribo para culparte de tener en mis manos todo el tiempo en que fui un cobarde
por no querer pernoctar mis ojos por unos minutos en tu nuevo rancho,
justo allí en el pasaje donde todos piensan y nadie habla,
donde el silencio es el ruido más sincero que invade las confusas cabezas
que se tientan cada cierto segundo a nublar los párpados
y quebrantar el verano de sus pañuelos.

Te escribo por saber que sonríes en esa desteñida imagen que ha sido tu cara
todos estos años en que decidiste esconderte en ese estúpido casillero,
te escribo por dejarme plantado en esa junta conciliada
donde asaltaríamos los ciruelos
y desapareceríamos buscando sal en el río más cercano,
te escribo para reclamarte porque han pasado los años
y yo sigo aún esperándote bajo ese ciruelo,
con la inocente idea de que habrás cometido alguna travesura
y que tu madre te habrá negado el permiso,
sin siquiera pensar tener en mi mente la nefasta imagen
que hoy me tiene aquí escribiéndote,
bajo este anochecido recuerdo de querer volver a verte romper algún frasco,
de intrusear lo que no es tuyo, de saltar sobre los autos
y verte huir, como quien te conoce, de tu cándida vieja
que en un segundo te llora mucho más que todos mis años
viéndote dormir en esa madera sellada.

Por todo esto es que te escribo,
porque ya no quiero llorar todos los veranos,
porque ya no quiero seguir visitándote portando un par de ramas
lindamente coloreadas,
que eso no hace más que aumentar las ganas de asesinar a Dios
por su ineptitud de haberse descuidado un segundo de tu cuerpo,
y haber permitido que te encerraran en ese frío callejón,
que de solo pensarlo se me caen las hojas del escalofrío.

Espero entonces,
que si ves a tus amigos santos allá en el techo en que vives,
diles de mi parte que por favor no permitan otro descuido,
y que te solidaricen alguna visita para no tener que sentarme en ese frío balcón,
y llorar en solitario la mal oliente indiferencia de hablarte las horas con silencio,
mientras tu ni siquiera te dignas a decirme si me escuchas…


Estoy seguro que todo esto fue una de tus travesuras, y que en alguna parte te ríes de hacernos crees que no estás vivo…

Dedicado a la memoria de Álvaro Rivera Almuna


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