jueves, diciembre 23, 2010

ROJAS DE NEGRI



Déjame contarte que yo tuve pelo largo,
que alguna vez fue mía una cámara,
que nunca supe cómo ocupar,
pero que usé para caminar entre las patrullas
gritando tu nombre
el tuyo y el de los otros,
para que el sordo te escuchara,
para que el ciego te viera,
para que el cobarde no te olvide,
como jamás lo hará la historia.

Quilicura tiene una pena y un espanto,
los árboles sufren de las pesadillas
y vomitan el olor a gasolina
que 30 años después,
sigue pegado en nuestras ropas,
en nuestros ojos,
jóvenes y ausentes,
a veces ignorantes,
a veces inconscientes,

Carmen sabe los detalles,
yo sé de los curiosos,
que nos guardamos la utopía en los audífonos
y nos resignamos a cantar esta triste historia
cuya acción de esas botas negras
como antagonistas
nunca debió haber pasado.

Él sólo tenía una cámara,
ella apenas su discurso
reclamando a las ocho de la mañana
del segundo día, del séptimo mes.

El tiempo le regaló a Rodrigo
seis semanas para volver a vivir,
el país le ofreció los uniformes,
los golpes en la carretera,
los fusiles sobre las cabezas,
el fuego de la muerte
consumiendo su respiro
con la crudeza más fiel,
con el infierno menos acogedor
de aquellos 25 diablos
vestidos de verde olivo,
con aquel Fernández Dittus,
asesinado por sus propias balas,
cargadas en su conciencia.

Qué dirá Washington,
qué pensará Lima,
que contará el norte,
si hasta el avión de su retorno,
siente el remordimiento de su despegue,
si hasta la azafata,
si hasta los boleteros,
se recriminan la opción de haberle cancelado los pasajes,
si hasta este poema,
pidió nunca haber existido.

Carmen Gloria me sonríe,
sin siquiera conocer mi nombre,
yo le miro el rostro,
ella no lo oculta,
porque en sus mejillas
están escritos los párrafos de brutalidad,
los versos de odiosidad,
las últimas líneas
que habrá dicho Rodrigo,
antes de las llamas,
antes de la muerte.

Ella me vio nacer,
el mismo año en que la clandestinidad,
despidió a su amigo,

y yo me quiero quemar los ojos,
asaltar mi propia cabeza
al pensar que a mis seis meses de vida,
Verónica besaba el último sorbo de bandera,
y un tal Pepe de escolta,
veía como esa capa de madera
vestida de flores,
recibía los cánticos de voces valientes,
gritos de rabia y de injusticia,
en medio de la lluvia
impuesta por nubes con carabinas,
cinturones insolentes,
que ni en su último día
le respetaron la esencia,
la desdichas de vivir,
la agonía de morir.

La razón siempre nace
cuando es innecesaria,
y Rodrigo escribió en la pared
sus propios epitafios,
que hoy son los versos
que le recuerdan al calendario y a la historia,
su mayor sentimiento de vergüenza.

Y aquí los vivos
nos quedamos con la herencia
de su nombre en las bocinas,
con la voz atenta,
con la frente al aire,
para recordar que el silencio
es el mejor enemigo del recuerdo,
y que el recuerdo,
siga con vida,
como cada fotografía,
que en el museo de su nombre
siguen colgadas en su voz,
que canta con charango,
y un coro popular,
Para Seguir Viviendo.


1 comentario:

Liou Duvinini dijo...

Interesante...