viernes, febrero 25, 2011

DOS PÁJAROS DE UN TIRO



Cada tarde y a la misma hora,
me afirmo la corbata en la esquina de siempre,
espero a la butaca derecha de la primera fila
que no tarda en pasarme a buscar,
arriendo mi silencio y allí me quedo,
soberano de aquel teatro de marca Tucson,
que a poco andar encuentra mi casa,
cuando apenas empezaba a cantar.


Las luces adentro me hipnotizan,
las horas y el concierto
sufren de eyaculación precoz,
y lo que queda del verso
se guardará para la próxima obertura,
que aguardará en la esquina de siempre,
cada tarde y a la misma hora.


En el edificio del frente,
el escenario descansa bajo tierra,
los boletos, siempre los tiene ella,
asegurados al interior de la guantera donde nadie los ve,
y yo siempre tengo la canción
que nos incita a sentarnos para caminar,
que nos ayuda a callarnos,
para no dejar de tatarear,

y con ese acento español
nos vamos a rezar bajando el vidrio,
marcha con tracción en cuarta
y unos vientos que se coquetean un pentagrama
junto a las cuerdas,
en una cita para dos,
con una galería para dos,
con primaveras cayendo desde esas pantallas gigantes
que no son nada más que nuestros ojos.


Ella es mi piloto y mi sonidista,
piel de margaritas con una blusa ajustada,
Atenea de los genios y su verso largo,
arrepiente hasta el mismísimo diablo
por mirarle la falda corta
y donde muestra sus endiosadas rodillas
que se pierden entre los sentidos y los tacones negros,
excitantes,
que hacen de este concierto la voz más apasionante,
y sin aire acondicionado,


Nadie nos mueve de esta reserva,
nadie nos quitará estos recuerdos,
ni asaltarán la complicidad
que nos tiene besando la misma placa fotografía
de dos pajarracos pegando el mismo tiro,
mientras la gente pasa,
mientras el tiempo muere,
mientras cada verso te lo reescribo debajo del asiento,
y mientras los sonetos,
los bautizo con mi letra
que prometen quedarse
otra vez y como siempre
en tu guantera.


La peor amenaza siempre fueron los semáforos,
y nuestra velocidad depende de tus pies,
la despedida de las guitarras
suenan al cerrar la puerta
cuando ya hay que bajarse,
y el canto de los tiernos se quedan en tu escote
pululando hacia ese otro subterráneo
que te despojará del recital
que un par de cuadras atrás
me vio partir dejando el cráneo
para la próxima orquesta.


Y después de toda esta rutina,
me siento a mirar la luna
y escribo mi despedida,
tal vez esperando un final feliz
a toda esta burda telenovela,
sexo de papel con amores de favela
que sobre este palco y por cada tarde
se transforma en alguna canción que terminamos protestando,
tú sobre tu camión,
yo sobre mi balcón.


Y al otro día sobre el escritorio,
concilio la epidemia de poder escribirte,
de poder adorarte a mi merced junto al desayuno
sin resacas ni bohemia,
y pido no ser inoportuno
si te pregunto la hora y un cómo estás,
y espero no sufrir el infortunio,
de quedarme sordo
justo cuando me respondas.


Y ahora me dices que enviudaré,
y me repites que enviudaré,
después de la última cortina cuando baje el telón,
me obligas a despedirme de Sabina
porque se te ocurrió cambiarte de estación,


y esa última cerveza,
fue siempre tu última canción,
y me pides entereza,
cuando me quitas la razón.


Ahora no me queda más que los audífonos,
mis zapatos negros y la tierra de ese parque
sin butacas ni dorados rizos,
y pese a que me ha ganado la resignación
espero un rato cada día,
en la esquina de siempre,
por si la gira de esos dos pájaros arriba de tu teatro,
se vuelven a tentar saliendo del subterráneo
para invitarme a subir y a recitar
algún valeroso sentido a lo que queda de tarde.


Pero el éxodo de aquel concierto fue en serio,
las cinco puertas guardaron sus llaves
y encendieron la alarma,
y yo sigo la misma ruta,
solo y con el sonido en mi walkman
caminando nervioso y levantando la vista,
atento a si en una de esas,
alguno de aquellos espejos
captan mis reflejos,
y me sonríen al paso
cuando ya me estén dejando atrás.


Ya no quedan flores,
se acabaron los discos,
y la voluntad,
sigue esperando una nueva oportunidad,
mientras yo me resisto al giro
que junto a la poesía,
nos sumaremos a la vigilia de ti y de ese Tucson
que nos vuelva a hacer cantar
como dos pájaros de un tiro.


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