viernes, marzo 22, 2013

PERAS AL OLMOS



Lo primero que hice, fue levantar la vista,
me quité la ropa en el sillón,
y rompí el espejo,
-compañero de ficciones-
y oculté entre los papeles
mi cara de viejo,
y sonreí las siguientes veinte horas,
que duró el efecto.

El jardín de flores cayó desde mi chaqueta
un día gris por la mañana,
mientras esos profesionales ardientes
esperaban sus juicios.

Era un Tribunal.

Letrados ansiosos mentían en una sala de audiencias
a la que nos prohibieron entrar,
a la que nos prohibieron grabar,
hablar, respirar.

A la larga fue mejor.

Mejor para pedir un segundo aliento
y seguir escuchando sus historias,
de cuyo contenido casi ni recuerdo.

Era mi colega.

La escuché con los ojos drogados,
sin saber quién soy, ni donde estoy,
apenas su nombre
retumbó entre mi libreta
y mi cabeza,
hipnosis sobrecargada de milagros
y dicha,
enamorado y perdido
entre los ‘presagios gratis’ de Benedetti,
la muerte, nuestra eterna vigilia,
supo de versos de locura ante mis cantos,
que hasta ahora, solo habían sido epitafios.

Olvidé la razón y la profesión,
desnudé su timidez y le hice el amor
más de una vez
sin siquiera separar el cuerpo de mi cuerpo,
cogí su lunar colgando de la mejilla diestra
y me fui a resucitar palomas,
a bostezar la realidad
antes de que el juez terminara la alegría
y nos obligara a volver a trabajar,
dejando nuestra histeria,
a medio reportear.

Sonríen los abogados,
el juzgado estaba a punto de cerrar.

Allí abrí mi libreta.

Inventé una última historia
y le escribí mi nombre,
soy yo la mano que aprieta,
dije sin pensar,
-y recordé las cosas que pienso sin decir-
ella estiró sus labios, mostrando sus dientes,
allí viven los hombres de blanco
que recitan utopías,
me seducen las mejillas
y esa entonación pelirroja,
que me llevan de vuelta a las hojas,
a escribir esta última poesía.

Soy un fabricante de ilusiones,
vendiendo ilusiones en la puerta de un juzgado,
reparto noticias sin investigar,
porque entre preguntar y soñar,
prefiero la sensación de libertad
que me guardé en el bolsillo,
blanca fantasía que quedó en mi papel,
donde anotó su teléfono  personal.

Mi carta es la última exclamación
de objetividad,
no será ella un número más donde descansar,
ni una pieza más donde olvidar,
no habrán más camas sin no hay donde pensar,
y no habrá más pensamientos, si no hay donde encamar.

Me tomaré la última copa
y asistiré al funeral de mis fantasmas,
le regalaré mi alma,
una milonga con vida eterna,
y mis piernas,
que ya tienen una buena excusa
para avanzar.

Soy grotesco en la cursilería,
mas quién sabe de dormir,
frío y vació en una cripta
con más sanciones que melodías,
con más diferencias
que simpatías.

Por eso pido por última vez,
recoger peras del olmo,
escoger su rostro a la orilla de un río
y cerrar la puerta
a cualquier nuevo
y ajeno desafío.
 

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