lunes, enero 14, 2008

INTROSPECCIÓN II


Ay de todas las canciones que pasan por mi frente,
ay de la ciega música que marcha entre caudales sucios,
meciendo los sesos de un cuerpo inerte,
que yace con su corvo de tinta bombardeando
los celestes patios,
en los que Dios alargó su siesta para dejarme el tranco libre
de tropezar con la salsa musgosa que vomita la imagen
de dos pezones,
mas una mixtura que ni Bukowsky ni el propio Teillier
bebiéndose una y más cantinas
pueden verbalizar,
porque soy un mortal que tiene grandes musas
que no dudan ni un suspiro en separar sus piernas
para decirme que soy un as de copas,
mientras yo las maldigo y les tapo la boca,
por tener todavía y pegada a mi frente
a un puto altar con otra virgen riendo,
y que de virgen poco es lo que tiene,
pero que cada noche son sagrado los rezos
que profesa en su crudo silencio,
ese que no se oye para no desarticular
el crucigrama que tiene armado ilusamente mi cabeza.


Y será tanto el coraje,
que nada más quiero quebrarle el cuerpo
a este buen amigo de sangre transparente,
que sigue parado en la interminable mesa
mirando como masturbo la tinta por algo más que una burda silueta,
maldita silueta que hoy me tiene como versólogo
jugando al yoyó con algunos años de mi vida,
mientras las otras musas ya comienzan a odiarme jurándole a sus piernas
que nunca más estarán descubiertas si cerca tienen a mis erectos vellos,
cansados en la resonancia lúgubre de mis pasos,
frustrados por tanta inercia presente en el ardor vergonzoso de mis sienes,
que me tienen mirando el piso cada momento en que se escucha su nombre
sentada en alguna solera.


Entonces hago estas letras
para escribir de no sé qué,
o para llorar de no sé qué,
para mofarme de lo discreto
y hacer saber a esos amables cristales
que sigo estancando la vida para robarme sus labios estirados,
así sea que mi cuerpo termine muerto en los burdeles de pequeñas ligas
entremedio de corpulentos vasos,
sumergidos también en esas motivantes piezas
que lleva perdida en la espalda la anatomía femenina,
o termine bebiendo el polvo bajo los blancos cielos que regala el sarcófago,
en medio de huesos ardientes y resecos
de tanto silencio junto a lombrices y demases hombres
sin libros ni ecuaciones.


Por eso, y entre tanta introspección,
es que decido jugar al ludo con mi cabeza,
escribiéndole en el intertanto
a esa otra delgada, alta y hermosa rubia
que solo tres veces y portando el nombre fecundado en los jardines
he visto,
mientras surco la paciencia para sentarme a comer el caramelo
sonante en los parlante que me hacen recordarla,
incluso en los días cuando estoy muerto.



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