martes, enero 01, 2008

PASÓ EN CHILE I


Dicen que por las noches canta una sirena
con luces en la frente,
parada donde antiguos brazos levantaron decibeles
en la puerta de la escuela,
mientras a unos metros caminaban erguidos y vehementes,
jugando como los fieles,
a derribar costas sin importar las secuelas,
que teñidas de rojo quedaron vagando por las pieles
en medio del caos bajo todas la suelas,
muertas en la tarde,
atacadas incesantes por una lluvia de mieles
con formas de raras muelas.


Cuentan que unas fichas ya eran la vergüenza del salitre,
y que las manos al fuego le temían en las oscuridades,
en esos pozos horizontados donde no cantaba ni un buitre,
menos las voces de carne humana hurgando amistades,
con los de pelo gringo quienes profesan la idea
de que nadie grite.


Esto pasa en el norte por el novecientos y algo,
con nubes rotas llorando en las fábricas
y con canciones retratando la historia
en este tiempo que corre como galgo,
de la misma forma como se arma este cancionero,
cuando en las tierras de bellos muros,
unos nazis vieron el piso en el Seguro Obrero.


Ay de las muertes de los cien mil ojos
que vieron caer la noche en polvosos brillos,
todos reunidos en un mismo rastrojo
bajo el silbato de tres caudillos.


Y porque lo dueños celosos de sus sillones
nunca vieron el mimbre de las posas,
porque sólo le cantan a sus millones,
como yo le canto esta noche a las rosas,
que hoy cubren los cuerpo dormidos
en los mil y tanto vagones.


Pero no se olviden ustedes de los olores de Malleco,
que por estos días siguen en la tumba comiendo el silencio
de los sordos,
porque nadie sabe que en los cercados hubo un hueco
por donde acudieron los viejos gordos,
repartiendo indiscrimados los misiles que golpearon los ecos
de los ponchos provenientes de Ránquil y Lonquimay,
y que en el cuarenta y dos vieron las mismas balas
entrando en las cabezas del fundo Llay Llay,
sólo por tener entre sus sesos algo más que un par de palas,
por tener unas palabras de defensa,
esas mismas que ya no hay.


Y un poco más allá se ven detenidos en la ruta,
a un centenar de overoles con restos sudados de madera,
gritando que en Arauco también hay una disputa,
mientras se ve a Cisternas vomitando rabia en la carretera,
al momento en que de la cordillera nace una batuta
de verdes cascos adoctrinados,
listos para hacerlo caer, si es necesario,
inerte en la solera.


Qué tiene Chile en sus actuares,
que no deja libre a los pechos hambrientos,
si estos retratos son más que simples juglares,
son la bruma hostil de los patrones mugrientos.
No le griten más, ni menos con pólvora,
que con todo esto es el país el que llora,
porque historias de estas deben haber miles,
aunque aquí solo escribo lo que yo sé,
esto que miro y pasa en Chile.

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