lunes, enero 21, 2008

SENTADO EN EL METRO


Mirad como corren los arbolitos negros,
mirad el aliento que tienen las letras,
mirad mi mundo de sangre oscura,
de paredes sucias con tanto veneno
derretido en cada suspiro que emana
de las anochecidas ventanas,
mirad la inerte razón
de tener este agraciado acento español,
será porque te imagino entre tanta oruga
diciéndome en la cima de un orgasmo
que estación es con zeta,
y que Madrid también tiene mal olientes,
o será porque solo el viento es el que me acomoda
sobre el oído este brusco y desarmado mechón
que tanto odio es que me tiene,
tal como en algún burdo vagón deberá estar
en la vieja Europa repitiendo la escena
ese llorado espíritu de García Lorca,
tapándose el pecho para no tener que botar el vómito
de sus genes en los bullados tiempos
donde este piso en que voy sentado no existía,
mucho menos la voz de la señorita atrapada entre las rendijas
de los parlantes,
contándome que pronto tendré que contener las hojas
para continuar la frescura de recorrer solo por un pitillo
la ciudad entera, y por todo el día,
escribiéndole al olor rubio que se introduce
en alguna entrepierna vista por el velatorio
de un género escaso,
o sobando el vello exiguo de otro muslo sobre mi frente,
o simplemente inventando ritos
para sacarle algún murmullo a mi homóloga con pechos,
sentada con espalda en puerta en la esquina de al frente,
todo para no tener que caminar tantos metros
y volver a pensar en esa otra musa
que me obliga sin saberlo
a tener que botar más letras,
aún cuando la estúpida tarde se haya muerto,
aún cuando ya las ruedas estén dormidas,
aun cuando no haya más que la noche y su capa oscura
cubriendo a mi escondido cuerpo en algún episodio
de esta historia,
que se termina con mi cabeza clandestina
huyendo de la silenciosa linterna que amenaza con encontrarme.


No hay comentarios.: