martes, febrero 06, 2007

SIN MAYOR RAPIDEZ

Relato Poético


Una conversación con el lápiz pavimenta recuerdos prohibidos. Se encamina el viaje de memorias perdidas en el desierto frío del invierno arrinconado. La noche cae, el cigarrillo vive por los aires vírgenes, transita por latitudes de alegres marcos carmesí. La corbata parece muerta, mientras en el papel reposan las letras espontáneas del ayer, a la vez que el reflejo blanco de una luz que flaquea mira cada expresión de un rostro mal parado por el transitado tiempo amargo.

El llanto de un chaval lo desconcentra: un hombre escribe sentado. En el momento una bella mujer se ve pasar a la espalda de este joven enviejesido. Su vista masculina apunta hacia el techo, buscando quizás alguna estrella lúcida en medio del cielo enojado. A lo lejos el chiquillo que lloraba se calma, y una canción de cuna se esboza por la puerta entreabierta, desvaneciendo los gritos infantiles y abriendo el candado a la sutil presencia del silencio.

Otra vez la mujer se pasea por su espalda. Camina, se cruza, camina, se pierde, camina, ordena. El hombre, en tanto, escribe vivencias. Excava un baúl de imágenes disipadas por la estación del olvido forzado. Desarticula sus carencias congénitas de afectos. Aparecen dolores añejos: la musa primeriza, al de años pasados, se toma los recuerdos. Navega en sus experiencias de amores reales, entra al conducto de la autoestima invisible y llora con cada tonada del ambiente sigiloso.

No habla, sólo escribe.

Una vez más se ve a la mujer transitando por esos pasillos a su espalda. El muchacho, mientras, continúa la conversación con su lápiz. Le cuenta sensaciones de tristeza, desnuda sus secretos relatando momentos de eterna depresión, como en sus tiempos de joven rebelde, cuando aquella alma ajena de grata figura y senos pequeños decidió dejarlo en el vacío, y él, en tanto, se fue abandonando lugares comunes, botando tiempos unidos por el deseo de amar a la mujer que le dio la entrada a un paraíso desconocido en aires paganos.

Despoja en la libreta canciones de ternuras pasadas. Su doncella, en la instancia antigua, dimitió el pacto de amistad apasionada acordada en alguna noche de enajenación. Y recuerda haber llorado en el lugar de la renuncia, abriendo paso a largas horas de suelos mojados por la desesperación. Nubes grises cubrieron su cabeza en el momento. La vista se perdía por entre los árboles sin otoño, al tiempo que unos vientos azotaban contra su rostro.

Ahí yace escribiendo. Hoy, en sensaciones, vuelve a aquella época. El ahogo se apodera una vez más de sus letras, vacilando de su esencia sentado en el improvisado escritorio junto al ventanal que da hacia el patio de costado.

En el ahora la mujer se deja ver nuevamente. Tiene unas maletas en sus manos. Ella lo mira, él le sigue dando la espalda. Camina la dama cabellos floreados por detrás del joven, él prefiere quedar ausente de la situación, no quiere ver. Ella abre la puerta principal y desaparece por las calles sin tráficos. Se va su silueta, sus sonrisas, sus verdades, su cariño, todo retrato comienza a desvanecerse por la distancia que impide la visión correcta de su sombra caminando.

El hombre sigue ahí. Cuenta los segundos que pasan desde que la puerta se cerró. Permanece con sus ojos sin dirección. Luego sigue escribiendo, plasma sus emociones interiores en una hoja humedecida por las riveras que nacen de sus pupilas. Sin ruido alguno se mantiene en el lugar. Ya minutos después enfatiza el punto de término. No escribe más, son sus últimas palabras inmortalizadas.

En seguida dobla el papel sin mayor rapidez. Se levanta de su lugar, cierra las ventanas de la pequeña casa, apaga las luces y va al patio a esconder sus escritos. Sin mayor rapidez regresa de nuevo a la casa. Busca unas cosas que esparce por los espacios oscuros. Se dirige, sin mayor rapidez, donde el pequeño que inocente duerme en un jardín de violetas acolchadas. Lo toma, lo abraza, lo besa, se va con él al living y, sin mayor rapidez, se sienta en el suelo. De su bolsillo saca un prendefuegos. Sin mayor rapidez se acomoda con el crío en sus brazos, enciende el objeto dejando la llama más alta, y ya, sin mayor rapidez, lo lanza por entre aquellos rincones oscuros. La casa fue un show de lucen calurosas, mientras, los cuerpos que adentro estaban, se fueron huyendo de la realidad, sin mayor rapidez.


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