domingo, noviembre 04, 2007

DÉJENLA MORIR



Dejen morir a la muchacha,
déjenla lidiar con el morbo de la libertad,
y denle la oportunidad de apuntar y agendar
la fecha de su muerte.


Déjenla gritar, déjenla llorar
en sus últimos días,
déjenla desnuda caminar por la calle de la infamia,
déjenla huir hacia donde habitan mis poemas,
correr hacia mis manos,
que secando lágrimas le echarán sobre su cabeza
el último kilo de tierra,
justo cuando se nos acabe la noche.


Y no le hablen más de batas, ni claustros,
ni salas vigiladas,
tampoco la engañen con mentirosas pastillas;
si la muchacha prefiere morir volando sobre alguna nube
que dormir ciega y con eternos sedantes,
y mas ustedes le siguen la tortura
con recetas de finitud obligada,
como si el tiempo fuera el verdadero regalo de los dioses,
y no el acto de ser soberano de su propio cuerpo.


Qué esperan, qué esperan si ella no cesa su reclamo,
qué esperan ustedes bazofias de paradigma,
acaso tienen muerta la vista
que ignoran la muchacha menstruando deseos libertarios,
acaso no miran sus vómitos de letanía sangrienta,
solo prendan sus ojos y enfoquen los lentes,
malditos espías,
que sobre la pantalla bien la ven desnudándose,
pero se hacen los tontos cuando clama
la ira de muerte en vuestras sorderas.


Ruego cogiendo el vaso y a punto del estallo,
que la dejen morir de una buena vez,
que pueda la muchacha sonreír ante el sarcófago
que junto a mi desaparecida sombra la espera,
y así poder beber juntos,
bajo la tenida del silencio,
el tierno deseo de poder ser huesos
perpetuados bajo el crepúsculo nerudial,
y amparados en sencillos seres libres,
que deciden, así nada más, dormirse en un epitafio.


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