miércoles, julio 02, 2008

EL DÍA DE LA PENA



Debo confesar mi pena,
porque tengo pena de tener pena,
y siento que la pena se me está muriendo de pena.


La pena tiene pena de su canto,
porque de canto en canto,
mientras juegan las letras,
la rima no quiere rimar
y el canto saciará la muerte
cuando otra vez las letras dejen de ser letras,
y cuando la estrofa me parafrasee mi noche,
noche que entre la noche aparece
desinhibida y transparente,
avisándome que tengo pena.


En el día de la pena,
la muchacha tenía ojos de cielo,
rostro acordillerado, acurrucado bajo el cabello atardecido,
botado en esta sucia tarde que comienza a ponerse tarde,
con frío cayendo en la semillas de mi tinta,
que tiende a ponerse tonta,
cuando me dice que escriba sobre la pena.


Y en este día no hablo de la penalización de la pena,
que esa es de los juristas genios y transcriptores,
hablo de la pena que sentimos los hombres
cuando realmente somos hombres,
hablo de la pena de los pequeños dioses
que son la burla de los primitivos,
primitivos que priman en mi barrio,
priman intentando perderse con mis primas,
para dejarlas luego muertas de la pena.


¿Sabrán ustedes que hablo de la pena?,
si les digo que en este manifiesto
es justamente a la pena a quien manifiesto,
y que la tengo crucificada debajo de mi boca,
boca que no duda en ver a Boca
mientras se emboca, en el barrio de la roca,
el agua bendita que es muy poca,


Escribiré con pena este día de la pena,
porque a ti te tengo lejos,
tan lejos como el azulejo
jugando a la bolitas en una casa de madera.
Y como de madera soy,
lloraré antes ustedes si llueve la pena,
porque jamás me pondría en cuarentena
aun cuando sé que todo esto me envenena.


Este es el día de la pena,
y te pienso, mientras pienso,
que realmente eres tú la verdadera dueña de mi pena.


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