sábado, diciembre 15, 2007

BAJO EL POLVO*


Ven ustedes a los adobes lagrimeando,
ven ustedes las huellas de dos cuerpos sepultados
con sangre quieta en sus cabezas,
mientras los lentes se pasean contándole a todo un pueblo
derramado en la faja más larga y angosta del planeta,
que en esos suelos se ha enojado la tierra,
quizás nerviosa se ha alterado por los embates del hombre
en el sur, centro y norte de Chile,
quizá sea el castigo que nos merece nuestra pasividad
ante el diablo dientudo que pone dólares sobre la mesa
para destruir lo que sea necesario,
y así seguir llenándose los bolsillos
hasta que las aguas y los bosques se acaben,
oh! que llanto es el que cae en esta tierra,
30 mil brazos tomándose la cabeza,
viendo desmayarse sus techos,
mientras la tierra sigue molesta,
sigue molesta en el paseo de la noche,
cuando los niños caminan
buscando en los tachos fríos y empolvados
alguna hierba aunque sea podrida
que calme un poco la desesperanza proveniente de los vientres,
de las lenguas que se ven abandonadas en medio de una sequía
que amenaza con matar el parpadeo lagrimoso del pueblo maldito,
ese que urna no tuvo para dormir bajo la tierra
ingrata de hace unos días por la tarde.


Y es que hoy sólo veo el desierto recién engendrado
sobre sus casas, sobre sus patios y por qué no sus pensamientos,
también veo chiquillos jugando a las escondidas entre los escombros
de una vida sepultada entre la niebla,
entre la humareda con olor a infierno que flota por las cabezas
de familias de hombros levantados,
de manos vacías hurgando entre pasillos clandestinos
de un deseo natural de respirar la vida
y no el polvo circundante entre los ojos
que sin agua ni comida
parecen desvanecerse bajo los azotes de insensato
y crudo peregrinaje del sol.


Y es que sucede que hace tan solo una par de horas confundía
a los sufridos seres, con los terneados tipos portando grabadoras
y flashes, quienes me contaban que la señora juanita
tenía el alma podrida por ver caer su cuerpo entre esas paredes que ya no existen,
todas y cada unas de las antenas transmitiendo el mutismo
de los distintos proyectos que sumergían el razocinio
en cualquier grieta bajo las calles de Tocopilla,
bajo las sienes de las arrugadas pieles con mejillas mojadas
escuchando preguntas aleteadas por sensacionalismo
capitalino,
ese que cruza cordilleras sin utopías ni buenos deseos,
más que sólo el de ver los infinitos papeles agrupados en varias ligas
entrando a merced de los asientos de bellas corbatas,
que llorar solo hacen por ver morir las paredes
y no por ver este atlantis bajo el reseco ruido
que por esta tarde continúa vomitando el polvo.


Y escribo todo esto hermanos míos,
porque dos semanas no bastan para olvidarlos
y pensar que ya no existen,
porque en 20 días 15 mil cabezas no fecundarán sus propias casas
que les permitan beber tranquilos lo poco de vida que por esas calles
le ha dejado el tiempo,
ni menos pensar que todo esto es una blasfemia engendrada
en un nocivo sueño,
entonces es que me pregunto donde es que están los micrófonos
que ya no me cantan la muerte del suburbio,
donde están las lentes que no me enfocan la intimidad
de señores herejes tirando sollozos a las atentas nubes
que escondidas en alguna esquina no se han ido
como estos otros falsos comediantes
que vistieron de empresarios sociales ofreciendo amargas
sopas,
que me hicieron llorar inocencia sin darme cuenta
que entre cada niño sobando sus heridos y desnudos pies
me invitaban a comprar en esas sucias tiendas
donde se derrochan barrilles millonarios en caras perfectas
para que me digan como gaznápiros
lo que debo hacer cada viernes por la mañana,
sin importar si quiera el sabor de las lágrimas que el pueblo
bajo la sombra del aquel mapa que ya no existe
ha derramado por incontables segundos
desde que la tierra tuvo su momento de arrebato.


Y no quiero ser aquí un resentido
ni mucho menos débil criticante,
sólo quiero contarle a estas letras que a millones de pasos
donde aun se sacude el polvo que ha dejado el desconsuelo,
hay un enajenado cuerpo llorando junto a la misma tierra
causante de todo delirio,
y que cada mañana se pregunta si quedarán niños
pidiendo a destajo,
que vuelvan los camiones portando antenas mirando el cielo,
para que le cuenten a la nieve,
a las islas, a la cordillera, al campo,
a la lluvia, a los cerros, a la costa
y al desierto,
que nada ha mejorado desde que el piso
sintió el nerviosismo de perder la sinapsis
y dejar, como santo embriagado,
un prado vuelto en lluvia por tanta desgracia
circundante entre el polvo que ya comienza a suicidarse.



*Dedicado, en humildad literaria, al mediático y rápidamente olvidado pueblo azotado hace unos meses atrás por el sismo que dejó sepultado entre la nada a la ciudad de Tocopilla. Que las letras hagan fuerzas, que los versos concienticen y que los brazos intervengan en tan malogrado sector...

(Foto: ElFrancotirador.cl)

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