lunes, diciembre 17, 2007

EL AMILOLO


El amilolo sonríe como si alguna luminosidad extraña
lo molestara bajo sus pies,
tiene en sus manos una cámara que de su vida no graba,
solo registra el sabor de sus días en las letras que a veces
descarga en el humedal de su cama,
porque su cama tiene oídos,
tiene ojos donde lee de su espalda la máscara reinante en sus pasillos
de vida cotidiana.


El amilolo tiene sus ojos a punto del sexo,
coquetean sus pestañas cerca del abismo donde se termina la conciencia,
porque el peso de su casco portando los peluches que pudieron ser,
y que hoy siguen esperando compradores en alguna sucia tienda comercial,
están boleteando su sabiduría
hasta hacerlo vomitar la muerte de unos pechos,
esos pechos
que de modelo escotada poco es lo que saben,
pero de cobijo bajo la noche fueron fieles piezas de sinfonías,
que en algún podrido tiempo lo dejaron llorando en los laureles
cercano a la esquina donde trabaja la muerte.


¿Qué hacer para calmar esta civil guerra de sus neuronas?


Los recuerdos ya no gritan,
ni buscan el cambio de sus propios epitafios,
solo descansan atentos a lo que el amilolo le espera.
Pero él siente miedo,
porque tiene cerca a la esperma causante del sismo
descontrolado de su voz,
de la estrepitosa hecatombe naciente de sus sienes,
mientras ella solo mira pasar y pasar las letras,
como si nada de nervios entre los labios se ha franqueado,
como si todo el sol saludara en cualquier día
cuando el amilolo ve a su musa semi desnuda
madrugando en su cama tras largas confesiones
de que la vida no existe sin el sudor depresivo de su tierna sonrisa,
que nuevamente seducen la angustia que tuvo cerca del sarcófago
al despilfarrado amilolo.


Aunque el amilolo hoy sigue en el exilio de lo normal o subyacente,
vive clandestino entre la niebla que produce la petisa
de hermosa vista,
ese caramelo que canta la Bersuit, cuando en sus oídos
caen las caderas de la amilola,
posando su discurso de que nada es lo que funciona,
de que la muerte es la amiga del chat que mueve los dedos esperando
a que se junten cualquier minuto,
en el momento preciso en que estas letras se redactan para que el lector
sea el distinguido inerte que poco entiende
de los versos míos,
aunque diminuta es la importancia,
pues siquiera habrá sabido e imagino que con dolo,
sin al menos haberse masturbado de fondo con esta historia,
quien es precisamente el que se ha llamado en este escrito
y sin más elogios,
como el justo y enamorado amilolo.


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