miércoles, diciembre 05, 2007

VIAJANDO CON LA AMILOLA I



[IDA]

Tengo un millón de versos
velando tu rostro mientras,
cerrando los ojos vemos pasar
resecos bosques,
hosterías sedientas pidiendo
a gritos que esta mole que hoy nos transporta
decida matar sus ruedas
y secar los sudores con alguna
botella de no sé cuantos litros bajo cero,
en medio de vientos escasos
junto a festivales de kilómetros violados
por diferentes capoes,
ardiendo vapores sucios derramados en la túnica
que porta el inspirado sol que nos vigila.


Risa me causa escuchar tus narices que interrogan
a mi cabeza preguntándole si hay memoria
que hagan recordar las mismas voces que hoy nacen de tu rostro,
mientras sigues en quizá qué mundo
explotando tu inconciencia,
y yo mudo y congelado me encuentro observándote las mejillas
cuando susurras el peso de tus ojos por el madrugado día,
te miro hasta la más escondida pisca remojada sobre tu piel
que ya comienza a seducirme,
sin importar las atentas pupilas del pequeño chiquillo de adelante
que tiene la obsesión de mirarnos,
como si esperara a que te tomara en brazos y te aniquilara los labios
con todo el hierro de mi pecho que hasta hace unos días lo tenías carcomido.


Consumo tus senos alumbrados por el reflejo de los árboles que corren
junto a la ventana,
te ojeo los lentes que dibujan mi retrato en el avance de este luminoso día,
te miro y no me canso de llorar entre mi frente
por saber que amarme no quieres,
que en tu agenda el lápiz de mis versos se ha quedado sin tinta,
y que hoy tengo marchita el alma,
marchita en este racconto que me tortura
las sienes cuando dormida te veo tirada botando
musgo de entre tu boca,
así como hace justo un año ensuciabas mi cama
repitiendo la escena.


Y es que sobre estas ruedas retomo el holocausto de hace unos meses,
y cuento a viva voz que te amo hasta la muerte de mi cuerpo,
y pienso que si la vida por definida vez decida tenernos
como carne independiente,
entonces ruego quedar entre algunos fierros,
atrapado en medio de un lago con este bus mirando el piso,
y así desfallecernos en el fallecido viaje desfallecido,
que en este mismo instante comienza a terminarse.

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