lunes, diciembre 10, 2007

VIAJANDO CON AMILOLA II


[REGRESO]

Tuve que dejarte
cuando mirabas mi rostro en la ventana
disfrazada de espejo,
tuve que dejarte con el ceño fruncido
por quedarme nuevamente con palabras
en mi boca,
por saber que pasarán muchas horas
antes de volver a jugar con mis hormonas,
y mis neuronas,
por volver a ser un muchacho de pelo largo
perdido entre tanto libro y tanto discurso
que a ti tan poco es lo que te importan,
y tendré que volver a sentarme como ahora
para derramar sobre mis piernas los llantos
con formas de letras,
porque son sólo mis versos lo que de mi sabes cada día,
porque me cuentas que indagas mis coplas
como mis ojos te desnudan cualquier día
en que apareces a los lejos,
sentada mirando pasar y pasar el horizonte,
vaya horizonte que pasa y no se acaba,
que avanza en la eternidad de este viaje que si por mi fuera
tuviera un sorbo de tu cuerpo como parada,
y donde no tendríamos que bajarnos para que comiencen a
llorar las estrellas escondidas en la luminosidad que
este ingrato día nos regala en nuestras cabezas.


Pero se da que el boleto está perdido entre tus pechos,
aunque tú solo duermes haciendo de cortés amilola mía,
para no eyacularme en la cara que aburrida estás
en los días que junto a melodías cubanas hemos pasado,
que en medio de una laguna te he visto masturbando tus pies
bajo los intensos grados que sobre el vino escondido en mi chaqueta
se han esparcido,
y que no quieres odiarme como hace unos meses,
por lo que prefieres jugar en la inconciencia
hasta que el auxiliar con cara de zombi interrumpa mi universo
de bellas canciones que te canto en el silencio.


Y por mientras en las afueras,
siguen esperando los paisajes
para que cualquier alto rubio o de ojos estirados
saque la registradora e inmortalice la escena, en la que en alguna esquina
estaremos tapándonos la cara,
para que nunca sepan, en lo real, que alguna vez
volvimos a dormir juntos,
en quién sabe qué día de esta extravagante expedición.


Ay mi amilola que veo terminar el sueño
y comienzo sin consentimiento a soltar las riendas de mi cuerpo,
que no deja de vibrar porque las ruedas ya no tienen las mismas ganas,
y siento a mi sombra cantar en un templo porque será la última vez
en estos días,
que podré decirte a la cara que hipnotizado sigo,
pese haber incendiado el cielo hace un año para no verte
en mi memoria,
y que retorcí el silencio para no tocar más la guitarra
ni embriagarme en estos papeles recordándote
bajo la sombra de la luna.


Ay mi amilola que quedo enterrado en los sudores del desierto
que ahora en mi cabeza descansa,
y que triste siguen impreso mis ojos
por no aprovecharte en los kilómetros que se han muerto,
por tener la cara de apatía en varios que fueron lo momentos
donde pudo todo nadar en la blasfemia de nuestras miradas,
donde debimos besar nuestros zapatos para estirarlo hasta
más allá de la elipsis de este funeral
que en mi cabello comienza a resecarse
hasta que mi cama me reciba
como inerte sombra de fin de año,
con la soledad de un calor entrando por la ventana
y con nadie en los pasillos que me sobe el lomo,
asintiendo mi cansado discurso de que aun la quiero,
de que la extraño y que no lloro porque la esperanza,
esa que tanto odia Nietzsche, sigue caminando entre
mis manos,
y que me hacen sonreír de aquí hasta que mi canas
peregrinen por mi cabeza en los últimos años en que
la tierra soporte los pasos que mi cuerpo tenga pensado regalar.


Solo pido entonces en estos momentos,
que a mi muchacha por ningún motivo me la dejen sola,
pues su vestido aun sigue suelto y necesita quizá más voces,
o a lo mejor quiera que yo no calle,
y que siga gritando hasta que mueran mis ojos
que será solamente ella mi única y más bella musa
de nombre amilola.


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