viernes, septiembre 26, 2008

26/ABRIL/2006



Apenas lograba terminar de contar unos votos
en aquella loca incursión de misionero político,
cuando mi hermana abrazaba con su llanto
el ruidoso aparato que me permitió desearle
un feliz cumpleaños,

apenas terminaba la tarde
y también comenzaba a levantar el brazo
mostrándole a la ampolleta
el balanceo dulce de un licor que ni recuerdo su marca,
exponía entre medio de los cigarrillos
toda la gracia de ser hombre de hombros erectos,
triunfante,
con toda una confianza raspándose sus rodillas
ante el brote sano de mi ego limpio,

también cenaba una sonrisa de una amiga que no era mi amiga,
tampoco mi enemiga,
sino que una clase empírica de lo que significa
transformarse en una hormiga
ante tal musa escultura,
dueña misma de cada brazo de la naturaleza,
y que me hace estar pendiente de todo lo que ella diga.

Ese día yo fui un hombre vivo,
porque me embriagué con el triunfo doble
que significa amanecer con el sol en la ventana
y la luna metida bajo mi sábana,
abrazándome la cabeza
y confesando su interés por descubrir
cada lugar de mi ropaje,
de mis sienes.

Su nombre tiene tantas flores
que mi cuerpo parece un féretro
en medio de un masivo funeral,

su aliento tiene tantos ángeles,
que apenas llevo tocándola
y los celos me quieren matar la noche.

Pero lo importante es que fui el individuo que el pasado jamás conoció,
porque dormí más de 7 horas seguidas,
porque duré tres días sobre una misma cama,
porque amanecí con una mano extranjera sobre mi rostro,
porque desperté mojando mis labios
en la posa carnal desde donde comienza la vida,
porque fue la vez en que supe
que mi Dios también existía.


No hay comentarios.: