Entre el
piso y el paraíso,
hay un
estado de coma,
un Ecuador
que divide el carnaval
del funeral,
una lluvia
de inciensos
después de
las granadas,
una Aurora
vestida de muerte
que nos deja
como tercos vagabundos
sin poder
avanzar.
Quizás la
salida
esté más
allá del abecedario.
Los astros
no vienen,
porque no
les interesa,
la noche es
un pasatiempo censitario
y a la vez
una brújula
fría y desalmada,
que a las 10
pm cierra sus puertas.
El horizonte
es un desafío
que se
olvida en la primera tableta,
las rosas
esconden el arcoíris
que tras la
ventana no alcanzamos a ver,
porque tal
vez no existe,
o porque tal
vez
el arcoíris somos
nosotros mismos.
La vida es
un conjunto de muertes no resueltas
a la que nos
dicen que no supimos acomodarnos.
Para bien o
para mal,
esta es la
casa
que separa
el orden
de la anarquía,
el trance
que divide al rockero
de su
público,
al empresario
de su cuenta corriente;
los de
blanco,
son ángeles burlistas
con estetoscopio
que nos afirman
la vida eterna,
aunque no la
hayamos pedido.
El suicidio
es un acto de auto-democracia íntima,
aquí la voz
se pierde entre las hojas de vida
guardadas en
la oficina principal,
no hay lugar
donde votar,
no hay
canciones que cantar.
Por lo menos
hay alfileres olvidados
bajo la
maqueta del cajón,
la muerte es
una profecía autocumplida
en una
habitación donde no cabe más silencio,
solo la
resonancia
de un
retrato que se esfuma,
como una
ecuación que se corrompe,
como el
sonsonete de una corchea
cayéndose
del pentagrama,
todo un
libro de recuerdos
se entrecruzan
en el último instante,
los párpados
molestan como una condena,
la vista se
va como una hoja volando en el paraíso,
el aire se
pierde,
como en la
luna,
oscuro y
flotando,
ahogado,
libre,
el deseo más
íntimo se cumple,
los ángel de
blanco
con su
estetoscopio llegan tarde,
no hay mucho
que hacer,
mirar,
cerrar carpetas,
celebrar,
un nuevo
juicio final
ya ha
terminado.