Te escribo para no morir, para no pensar que se acaban los años en los segundos que marcan el final de un poema.
Te escribo para nacer, para subir hacia la tarima de tu imagen y versificar tu rostro con las siete letras que me hacen identificarte, y que me enseñan a seguir viviendo.
-- Escribo para no olvidar a mi mujer, para no tener que botarla porque el tiempo y el silencio nos digan que es necesario borrar nuestros rostros de la humanidad, y de la cama que nos unió ante el voyeurismo de la noche --
Te escribo para contarte que estas líneas no son mías, y que mi pecho puede llorar más que un ojo deprimido, porque entre tú y yo ganó la muerte, aún cuando ambos estemos vivos.
Yo nunca tuve la elegancia de los dioses, nunca usé las camisas abiertas, menos provoqué a la sociedad creyéndome el Cristo de los artistas y de los borrachos, yo nunca tuve un lápiz y una hoja muerta sobre la cama para dibujar un par de versos de la mujer que me acompañó cuando creí que mi vientre no era más que una piedra perdida en medio de la playa,
yo nunca fui un hombre sino hasta el día en que supe que también había que llorar cuando la desgracia de la hembra cerrara la puerta de una historia que nunca debió ser historia.
Yo nunca tuve lo que tuve, porque lo que tuve se perdió entre un párpado infame que me dio la espalda para reír hasta el silencio de los muertos,
yo no tengo amor ni desdicha, no tengo muñecas para jugar, ni pechos para cantar, no tengo segundos para regalar, tampoco vida para vomitar,
yo no tengo la palabra que me permita tener el derecho a volver a escribir cosas dignas, porque nunca fui digno,
yo no tengo la fineza de París, ni la gala de Las Vegas, sólo tengo unos ojos sangrados por la guitarra que calló su boca cuando recién empezaba enamorarme.
Me pregunto si seré algún hijo no reconocido, pero hijo al fin de la lectura común, de la escritura simple y burda, asqueada, sucia y mal oliente,
me pregunto también si mi madre me parió junto a la lacra intelectual que cree saber de todo, que gozan su barba blanca y los lentes bajo la sombra de los ojos, donde yacen inservibles,
me pregunto si algún día realmente me podrán llamar, con una muy justa razón, escritor, poeta, lírico o trovador, aun cuando sólo sepa que las guitarras tienen 5 cuerdas, y un palo largo sosteniendo el talento que yo nunca tuve.
Me pregunto si habrá un mortal amigo de la lástima que me diga siquiera una vez en toda mi miserable vida, que fui un hombre bueno y amable, un rey de las mascotas destrozadas, un pequeño dios que le entregó sus años y sus sienes a la mujer de los rechazos y las derrotas.
Me pregunto si escribiré bien, si escribo mal, si escribo para mí o para los lectores, o si escribo para ellos o para ella,
me pregunto si tendré vida suficiente para saber si este poema tendrá buen acogida, si es que llega a tener acogida.
Me pregunto si alguna vez las mujeres dejarán de amarme, de odiarme y maltratarme, si dejarán alguna vez de buscarme ofreciéndome sus podridos pechos, sus cortas vestimentas como si aquello bastara para ser felices.
Me pregunto si tendré más letras para seguir, más allá de la muerte, escribiendo junto a las calaveras.
Mas por el momento solo quiero volver a dormirme y pensar que el pasado no existe, menos la razón de creer que alguna vez, en todos estos podridos años, seguiré escribiéndole a ese museo de amores que regalé sobre los talones de abril, 20 años después de haber nacido.
Quisiera saber si esto es una Ars Poética y si ella entenderá lo que le escribo.
Esa, esa es la desdicha con senos. Allí va, cruzando el soborno que la dejó frente a su propia imagen, sucia y distante, ajena al pasado que la hizo ser, ante todas las lenguas, la hija santa del amor.
Esa, esa es la dueña de mi sombra, que me dejó sin pudor en medio de serpientes cargadas de imanes hacia la tierra. Paren, paren!, párenla de una vez!, detengan todos sus llantos, díganle que mi cuerpo está casi muerto, que mis pieles yacen podridas en la piedra donde el sol nos vio jurar ante una sucia almohada, todo lo que después nauseó sobre mi propio cuerpo cuando me dijo que todo mi rostro era una lacra derramada sobre el piso.
Será por eso que quiero verla sobre una tumba, porque tuvo el descaro de robarse los diamantes de mi cabeza, y luego exprimirme las sienes desde donde me transformé en un pequeño Dios, sólo para sus ojos, sólo para nuestras auras jugando a ser fieles en un pozo podrido de falacias sobre los labios.
Les digo entonces mis lectores, que fue Ella quien desató toda la ironía de mi vida, quien me dijo que también soy un hombre de carne y hueso, vulnerable ante la mafia de su cabeza, que no quiere más que verme rezando en el infierno.
A Ella yo le mi di vida y mi muerte, también mi arte y mi intelecto, le di mi cuerpo y todos los ángeles necesarios para que sus días fuesen la razón necesaria para sonreír junto a todos los dioses que en cada trono osaron esperarla.
Y hoy creo que ella me ha matado, y no habrá sentencia digna que permita transformarme nuevamente en un hombre bueno y afable frente a las féminas que ya comienzan a producirme el asco que con ella nunca tuve, que nunca tuve porque supe que los tipos como yo nacimos para ayudar a quien precisamente no sabe que necesita ayuda.
A Ella debiese odiarla, y sin embargo no logro, ni en un segundo, abandonarla en todas estas letras.
La muerte me esperará sentada en unos años, y yo moriré esperando que alguna vez la felicidad nos junte como amantes.
Paren, párenla!! allí va la mujer que amaré toda mi vida.
Solo tengo 20 minutos para escribir, escribir todo lo que viví en 20 años, solo 20 minutos para morir y nacer con los acordes sonando en la pared de mi cruel ciudad morbosa, borrosa y carnosa que me perpetúan a derrochar sobre toda esta lluvia de recuerdos una cascada de maleza sangrando de mi boca, sangrando porque las letras yacen muertas, muertas desde que olvidé que alguna vez dediqué un libro a un par de senos maltratados y mal enseñados, que me los vomitó justo cuando terminaba de escribirle mi segunda obra.
Por eso no puedo escribir nada bueno en 20 minutos, porque hace 20 días que no escribo, hace 20 días que no puedo siquiera redactar mi nombre, no puedo tener entre mis cabellos una miserable sílaba que me haga ser nuevamente al menos un poeta mediocre, sarnoso y podrido, pero poeta, escritor de las infamias que se adueñan de cada esquina sucia y maloliente de nuestra sociedad.
Mas no pude ser hombre en todos estos años y me pide la cabeza que en 20 minutos tenga la valentía de parir un poema, como si el sentarse a escribir significara una simple razón para vivir.
Y es que simplemente no puedo hacer nada bueno en estos 20 minutos, no puedo redactar una lírica sabrosa, menos puedo dominar a un par de versos decentes, porque este escrito ya es un bazofia, tal como yo, que en estos minutos me han matado las estrofas y la estupidez se ha carcomido mi sangre, seca entre tanta mala letra.
Al menos sé que ya me quedan menos de 20 minutos de vida.
Algunos que vemos siempre abriendo la boca junto a los logos de TV, hoy me saludan en la calle sin siquiera conocerme, me levantan el pulgar ofreciéndome frases sacadas de la Biblia o de algún manual de engaño que nos atrapa para marcar la rayita en el lugar indicado por el hombre sonriente frente a mis ojos.
Y aunque sé que en la calle manda el pavimento, y en la plaza gobierna el pasto, los árboles, por ciertas fechas se acurrucan a llorar porque unos tablones con caras de famosos estiran sus labios para contar que son risueños, felices, y caídos del cielo, son hijos de la gestión y la cercanía, aun cuando nunca nadie los conozca en persona, y profesan un mundo lleno de alegrías y sana convivencia por un proyecto país del que todos hablan y del que nadie conoce siquiera un podrido artículo.
En la esquina, mientras un sucio y esforzado overol reclama hacia las nubes la ingratitud de su día, por despertar junto a la luna para embellecer la ciudad, y encontrarse con estos feos rostros, potenciales jefes, que le piden una oportunidad para sentarse en el sillón de oro y comportarse como el admirado Al Caponne,
La ciudad está sucia, y las alamedas lloran toda la noche, porque en el día lloramos nosotros, que no queremos mentiras ni marketing mal oliente en medio de nuestras calles.
"...Lejos, lejos de casa no tengo nadie que me acompañe a ver la mañana. Y que me de la inyección a tiempo, antes que se me pudra el corazón. Ni calienten estos huesos fríos, nena..."
(Eiti Leda - Charly García)
Se suponía que la próxima vez que abriera los ojos, habría una ventana que se encargaría de bofetearme el aliento, me mojaría la cabeza con una corriente de colores para que yo destruyera mi propia desnudez y me bajara del colchón creyendo que el día me esperaba para montar sus horas como si toda la vida fuese un puto y manso caballo, o una sucia ramera con horas extras,
se suponía que podría ser un poco más libre, y no pensaría en lo que ahora pienso, menos escribiría lo que ahora escribo,
se suponía que sería el tic tac de mi derecha el que me jugaría sucio para abrirme las pestañas cuando la luna no existiera,
pero la cortina no hacía más que tapar el melancólico show de un oscuro anfiteatro montado sobre mi cabeza, con luces puntiagudas y atentas a cada segundo estático de la estrella madre, que dicen no es una estrella, pero qué más da.
Todas las esquinas son oscuras, todas y cada una de mis plegarias tienen el color de la noche, noche anochesida en su propia noche, noche dormida en su propio sueño.
Y yo no quiero vivir este segundo, porque la noche me calcina los labios y me convence de que soy un gato de ojos normales, porque ni eso tiene de interesante,
me dice que nunca supe hablar como debía, que nací en medio del desierto y que el desierto es mi casa, será por eso que la mujer me rechaza en la urbe, será por eso que me odia en medio de la costa.
Se suponía que debiese ser un hombre feliz y que escribiría un millón de versos mucho más allá de las 5 AM, que contasen que unos ronquidos me abrazan el pecho y me dicen que me quieren, pero el sol aun no se fecunda y el cielo tiene forma de estudio de TV esperando que mi triste programación termine, y que la verdadera estrella salga a cuidar nuestras cabezas, para ayudarme a tener nuevamente conmigo el susurro de sus ojos rozando mis hombros.
En el momento de mi agonía, cuando los ojos aún quieran abrirse pero el cuerpo esté dormido, quiero que me visite la mujer que siempre he amado, quiero que me desnude y se desnude ella conmigo, se acueste junto a mi sombra a punto de la muerte y me recite en el oído alguno de los tantos poemas que osé en obsequiarle cuando ella no hacía más que vomitármelos, quiero que me bese la mejilla y lleve mi casi difunta cabeza al borde donde se juntan sus pechos, me acaricie el rocío seco de mi cabello, aún tal largo como ella le gustaba, quiero que me cante La Era y me regale cualquier cosa, para sentir lo que es recibir un presente de ella, quiero que llore y me pida que no muera, quiero que regañe a mi doctor por su incompetencia, quiero que crea que mi estado amigo de la muerte sea por negligencia médica y no porque sea yo quien quiera renunciar a la vida, menos que ella es la culpable, quiero que abrace a mi familia, que casi es también su familia, quiero se pare en una ventana mirando el patio de la clínica, hospital o lo que sea, tenga un café en sus manos y lo mezcle con sus sentidas lágrimas, perdiendo su vista en un horizonte que tenga alguna bella imagen mía teniéndola entre mis brazos y diciéndole que la amo.
Quiero que termine al menos por unos días su relación con su estúpida pareja, y que diga que es soltera esperando a que vuelva yo a vivir, quiero que me escriba un poema, aun cuando no le guste los poemas, quiero que me haga sorpresas, que me lea las noticias, y de vez improvisada me vuelva a besar mi maltrecho rostro.
Quiero que cuando informen que ya no respire, tenga un ataque de histeria y llore, llore hasta que sus llantos también mueran conmigo, quiero que no se vista de negro, que use su ropaje a veces hippiento, a veces superficial, y lea el discurso de mi muerte, de mi despedida, quiero que tome el micrófono y tras cada coma o punto aparte, demuestre que alguna vez se emborrachó con todo lo que por ella realicé.
Quiero que tras cada párrafo del discurso, se detenga y mire el féretro desde donde yace mi silencio, quiero que luego siga leyendo y observe que todo un pueblo reducido llora por mi partida, quiero que vea a todas las musas de negro que enterré para decirle, con más certeza que nuca, que siempre fue la mujer de mis sienes.
Quiero que después se mi funeral, comparta un vino con mis padres, y se embriague, lea a solas mis escritos y vuelva a su vida normal, esperando que algún día podamos encontrarnos para volver a escribirle 100 mil poemas más.
Apenas lograba terminar de contar unos votos en aquella loca incursión de misionero político, cuando mi hermana abrazaba con su llanto el ruidoso aparato que me permitió desearle un feliz cumpleaños,
apenas terminaba la tarde y también comenzaba a levantar el brazo mostrándole a la ampolleta el balanceo dulce de un licor que ni recuerdo su marca, exponía entre medio de los cigarrillos toda la gracia de ser hombre de hombros erectos, triunfante, con toda una confianza raspándose sus rodillas ante el brote sano de mi ego limpio,
también cenaba una sonrisa de una amiga que no era mi amiga, tampoco mi enemiga, sino que una clase empírica de lo que significa transformarse en una hormiga ante tal musa escultura, dueña misma de cada brazo de la naturaleza, y que me hace estar pendiente de todo lo que ella diga.
Ese día yo fui un hombre vivo, porque me embriagué con el triunfo doble que significa amanecer con el sol en la ventana y la luna metida bajo mi sábana, abrazándome la cabeza y confesando su interés por descubrir cada lugar de mi ropaje, de mis sienes.
Su nombre tiene tantas flores que mi cuerpo parece un féretro en medio de un masivo funeral,
su aliento tiene tantos ángeles, que apenas llevo tocándola y los celos me quieren matar la noche.
Pero lo importante es que fui el individuo que el pasado jamás conoció, porque dormí más de 7 horas seguidas, porque duré tres días sobre una misma cama, porque amanecí con una mano extranjera sobre mi rostro, porque desperté mojando mis labios en la posa carnal desde donde comienza la vida, porque fue la vez en que supe que mi Dios también existía.
Los ojos abiertos no impiden que la cabeza sueñe el amor profundo entre una hormiga al fondo de la casa, y un gusano entrometido bajo la puerta, huido hace media hora también hacia donde lo espera la hormiga, no impide que se dejen ver amándose de una forma tal que la consumación sexual parece sólo un trámite entre tantas caricias y versos al oído que el gusano declama ante la mirada fija de un hombre soñando con las pupilas encendidas.
No hay vasos sobre la mesa, tampoco botellas, sólo un cenicero que recibe los escombros de la medicina que permite pensar que cada Dios es una casa, y que sus cerebros son las ampolletas que nos indican el camino lógico en medio de la noche diablesca que incita a tropezarnos con nuestra propia torpeza de no poder ver en plena oscuridad.
Más a la orilla, en tanto, el mismo hombre asegura que la luna comienza a toquetear coquetamente a la ventana que, como buena mujer, no hace más que estar quieta ante tal excitante arremetida;
segundo después claramente el sexo se vislumbra entre la ventana y la luna, todo en medio del humo volando hacia el entretecho que espera dormido.
Otro individuo recién comienza el sueño, y afirma que su boca es un volcán eructando los flatos del almuerzo aún activos, escribe que sus labios son el pico volcánico en medio de una blanca cordillera que sería las paredes pintadas hace tres semanas del color de las nubes veraniegas.
Y en el baño, un joven sentado llora por la indiferencia que su propio estiércol hace al no responderle el por qué es que tan sucio y asqueroso.
En la pieza, otro soñador que gusta la escritura, toma lápiz y papel y redacta el poema de los buenos volados, diciendo que es el poema de los dioses y de la planta que nos hace libres frente a la desgracia que la realidad nos propone, escribe que cada día somos unos seres vivos, pero que esta noche, con el humo disipado entre cada respiro, somos más personas que nunca, somos hombres, vivos y ajenos a la exequias de lo rígido y legal, somos los hombres dueños del Poema de los Buenos Volados.
Tengo la impresión de que este es un buen momento para escribir, escribir lo que quiera escribir la escritura, sin siquiera tener la necesidad de nombrar mi nombre, para que nadie me nombre aun cuando sepan que ya soy un hombre.
Tengo la impresión de que este es un buen momento para escribir, escribir tanto como el número de mentiras que el Vaticano me dijo cuando recién portaba la túnica ante el colgador de cruces, o como cuando debajo de esa misma alba la pelvis jugaba a masturbarse y saltar antes de que el viejito arrodillado frente a la virgen diera vuelta su alma y descubriera el fogoso flirteo de la palma derecha coqueteándole al miembro, porque decir miembro suena mejor que llamarlo pene, pico, callampa, quetejeidi, 4 letras, dedo sin uña, pija, chocapic, longaniza viva, suena mejor y más amable, más lindo y hasta más tierno (para los sádicos, locos y escritores), así que hoy seré el semen de la léxica y diré que de mis dedos están sucios no por ser sucio, sino que por falta de agua, que no es lo mismo, pero es igual.
Tengo la impresión de que este es un buen momento para escribirle a la luna, y aunque los poetas vanguardistas digan que la luna es cursi, yo les digo que se vayan al mismísimo carajo, que se pudran allí justo donde el diablo deposita sus fecas y donde se fornica a los rebeldes santos con rodillas raspadas de tanto haber mamado a un Dios que a veces existe, y que se esconde ante la tragedia del pueblo cuando el camino es de tierra y la casa de un podrido adobe, yes que quizás el Dios de los católicos sea el dueño de una transnacional con la sede principal en la bota europea, desde donde maneja las inversiones en las sucursales ubicadas en el mundo entero, incluso en donde las paredes de la gente son de un cartón a punto del llanto.
Tengo la impresión de que este es un buen momento para no titular este poema, anti poema, prosa o la porquería que sea, porque no es la cabeza ni el pecho quien escribe, sino mis dedos, sí, mis dedos, que ahora les da por redactar su epitafio diciendo que quién me llore en el día de mi final, será invitado al asado que mi hija hará en mi nombre.
Tengo la impresión de que me quiero poner romántico, porque me pregunto si en cada paso de mi conciencia, habrá un instante en que sea yo quien maneje mi lápiz y poder parir una serie de letras que no hablen más de ella, esa musa que me hace quinceañero al poner mi cabeza mirando el cielo, cada vez que la fotografía me cuenta de su rostro.
Tengo la impresión de que es mejor que me calle, para no ponerme a llorar escribiéndole a mi mujer que poco tiempo fue mi mujer.
Tengo la impresión de que ya terminé mi escrito, y de que no sé si es poema o alguna cosa.
Tengo la impresión que tampoco le he puedo nombre.
"Los amigos del barrio pueden desaparecer, los cantores de radio pueden desaparecer, los que están en los diarios pueden desaparecer, la persona que amas puede desaparecer. Los que están en el aire pueden desaparecer en el aire, los que están en la calle pueden desaparecer, en la calle, los amigos del barrio pueden desaparecer, pero los dinosaurios van a desaparecer..."
(Los Dinosaurios - Charly García)
¿Dónde están los Dinosaurios? se preguntan en la tierra;
algunos dicen que duermen, otros que fueron devorados por el miedo a tener que sentarse a cancelar sus deudas, algunos creen que hubo un meteoro de votos el que terminó por convencerlos de que era mejor guardar la cabeza y esperar a que nadie habite el planeta para volver a ser los súper gigantes, los dueñosdel pasado.
¿Dónde están los Dinosaurios?, ningún humano consciente lo sabe.
En la radio cuentan de que siguen vivos, uno huyendo de la urbe, otro corriendo entre la aduana vestido de algún otro animal para no ser cazado por la muchedumbre, y así evitar que siga siendo parte de un mito, aunque los supuestos son supuestos, y los Dinosaurios no están.
¿Dónde están los Dinosaurios? se preguntan en la tumba los pequeños cocodrilos, aquellos mismo calcinados frente a sus cuevas por creer que la libertad era de ellos, y no de los dinosaurios,
¿Dónde están?, cantan los artistas, ¿dónde es que quedaron sus infames huellas teñidas del color político que tanto odiaron?, ¿dónde es que duermen libres los Dinosaurios? ¿dónde cantan sus sopranos cobardes que ayudaron a maltratar la raza cuando esta fue de ellos y solo de ellos?, ¿dónde es que caminan sus podridas almas?
¿Dónde comen los Dinosaurios? ¿Cómo viven sus sienes con la historia golpeándole a cada segundo sus cabezas?
Sé que los Dinosaurios están vivos, acurrucados en algún escondido búnker muy lejos de Santiago, ajenos a la plaza de septiembre que celebra la junta de O´higgins, ajenos a la sala de reuniones, desde donde se convirtieron en los feroces Dinosaurios.
Si en los últimos 2 minutos he de morirme, pido como último deseo tener un lápiz y una hoja y redactar mi último suspiro, para que los mortales me lloren, con más ganas, el día en que todo se vistan de negros y me brinden con sus llantos..
El Intelectual es una alergia que deprime o alegra a la sociedad, trabaja junto a la luna, duerme con las nubes y dice que el mundo guarda una bomba entre sus colmillos, mientras su cocina es un infierno por desconocer que el basurero es para la basura, por ignorar que la tierra es para caminarla y no para imaginarla, por sacudir a los tecnócratas y tacharlos de corruptos mercenarios, lamebotas, mientras desde su balcón se escuchan los cantos de unas copas tiradas sobre la alfombra, sin poder levantar un solo soberano dedo, el mismo que podría en un segundo salvar del hambre a cualquier escuincle botado en la esquina de su casa.
El Intelectual posee anteojos, aun cuando el ojo esté perfecto.
El Intelectual tiene barba blanca cuando es viejo, leyó Condorito y alguna vez fue exiliado, de su país o de su vida, pero fue exiliado; se hizo amigo de Londres y de París, cantó como las gafas de Lennon, besó el teclado de Charly y afinó la cuerdas de Silvio, se enamoró del lenguaje, de los labios, de la cama pintando la silueta de la mujer durmiendo con camisa de hombre y sin pantalones a las 7 de la mañana, se maquilló con el humo de la hierba despreciada por el banquillo de la derecha, y hoy asume su locura porque el mundo no siempre gira al revés.
El Intelectual alguna vez escribió como yo, pero en otro tiempos, donde pensar distinto no era cosa del pueblo y era razón suficiente para ser famoso.
El Intelectual tiene alas, y sabe transitar sobre el agua, pero duda pisar la tierra, porque no sabe caminar como nosotros, los humanos.
El Intelectual vive aislado, con su manta de lana popular y con su mente llorando la soledad de no ser entendido.
La hierbita a veces toca la batería, juega con las cuerdas y bebe junto a los pianos la última gota de rock and roll sobre el whisky derramado en los pechos de las monjas, pechos lamiendo muslos en los camarines de los Antidioses, que profesan la plegaria del polvito energizante, que rezan a la tierra sus hijas verdes capaces de besar el intelecto de los creadores, genios de la verdad sobre el escenario, genios de la noche sobre la cama movediza que gritan promesas olvidadas a la mañana siguiente, genios de cortos gambeteando a los normales para depositar en la vagina del estadio el estallido del éxito, el grito de un orgasmo compartido por el aguante de los esclavos, hijos y arquitectos del palacio interminable de los Antidioses, que ven cada día cómo el mundo les regala vuestros fieles rezos en la radio, en la tv, en lo diarios, y en la calle.
Y mientras el humo golpea las calcetas, otro Antidios se cae de la tarima poniendo a prueba nuestra fe de pecadores, recriminándonos por dejar un segundo de besar el templo para darle de comer a nuestros hijos, olvidando la homilía del sábado por la noche que dice que hay que cantar hasta que duela, que dice que hay que alentar hasta que duela.
Hay Antidioses que hacen goles con la mano, otros se caen de los edificios para comprobar si la tierra realmente es de tierra, otros, en tanto, se cortan las mangueras de sus cuerpos para que toda la hinchada del codo sur llore como si el tablón cordillerano cayera sobre nuestras cabezas, cabezas iluminadas del spiriri santi de Roma y su techo de oro, cabezas amasadas con las manos del todopoderoso que nos dice de los genios que habitan en alguna tonada pasmosa, y a quienes debemos adorar hasta que termine el concierto de nuestro mundo, o hasta que muera el partido de nuestras vidas.
El Antidios es un intelectual, porque sabe como morir, pero desconoce de la vida, no sabe cómo dormir.
“…La liturgia de las despedidas la bala perdida que viene por mí, la nostalgia que amarga la huida, la banda sonora de lo que viví…”
(La Canción de los Buenos Borrachos – J. Sabina//F. Páez)
La saliva se amiga del cemento mientras el alba comienza a esconder las botellas perdidas, también la lealtad prometida de los compadres, que de madrugada cantan al amor con la vista golpeando las paredes, quebrando luces de una esquina a otra, y con la mujer acostada con sus dedos, sola y matando a las moscas, rompiendo telarañas, buscando taparse la nariz para cuando la bestia de las gotas fuertes llegue a disfrutar de sus estrellas que hace horas yacen muertas al otro lado de la ventana.
La almohada se engemela con el asfalto, y la marquesa, que huele a alquitrán, saluda a los santos que entran a escuchar las campanas, en el último día de la semana, para empinarse medio litro de vino y gritar que el amor existe en cada rincón de esa casa puntiaguda, muy ajena al palacio de los pianos pasados de copas, donde humanos tambaleantes o aturdidos cantan el poema de los milagros, donde leen la ceremonia de los llantos, también de la huida, o escuchan el rompecabezas del presumido, o el de las mentiras, o el de las verdades, o el del silencio y el olvido, o el del recuerdo, o el del recuerdo podrido, o el del recuerdo prohibido, o el del recuerdo sangriento, vivo y perdido, o el del recuerdo en el olvido, o el del olvido muerto con el salud de los cantores, o de la pelea macha entre gorriones distraídos por la tentación de volver a morir en el ataúd de medio litro que abre las piernas como monja para seguir orgasmeando hasta que las monedas ya no existan.
Este es el poema de los buenos hombres, es el poema de las despedidas, es el poema de los aburridos con la vida,
este es el culto de mis hermanos, que olvidan el frío y se follan a la pobreza, también a la tristeza, empinando su vida en cada sorbo de los respiros, en cada choque con las veredas inquietas, con los árboles caminando frente a sus brebajes, desesperados por hacerles zancadillas y humillarlos sobre los adoquines,
este es el poema de los valientes, que no escatiman en maltratar sus cuerpos por portar otra media hora de sed en la gangrena de la noche,
es el poema de los gentiles, que sueltan hasta lo que no tienen para salvarle el mundo a cualquiera de los cristianos que ose a pedirle un poco de cariño,
es el poema de los hombres que no asquean en besar o cerrar los ojos en cualquier asfalto, si eso significa seguir teniendo familia,
este es el poema de los buenos borrachos, esos que me alaban por hablar bonito, y esos que me matan al día siguiente, por todo lo que he escrito.
Se me caen las ansias al vacío, Se me caen los gritos a la nada, Se me caen al caos las blasfemias, Perro del infinito trotando entre astros muertos, Perro lamiendo estrellas y recuerdos de estrella, Perro lamiendo tumbas, Quiero la eternidad como una paloma en mis manos...